El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La Subversión Ética de la Realidad y el Programa de Salvación Nacional

Andrés Pérez Baltodano |

El título de esta entrega sugiere la posibilidad de transformar la realidad social de un país como Nicaragua mediante la descodificación y recodificación de los valores y principios que integran la moralidad dominante en nuestro país. Esta estrategia de cambio está basada en la siguiente premisa: eso que llamamos la realidad social es, en gran medida, una construcción discursiva que, por lo tanto, puede y debe reconstruirse discursivamente.
Recordemos que cuando hablamos de discurso no hablamos, simplemente, de un “chagüite” politiquero. Hablamos de las palabras, los gestos, los símbolos y los silencios que utilizamos para hacer sentido de la vida y los fenómenos sociales.
No existe una realidad objetiva que opere en forma independiente de estas palabras, gestos, símbolos y silencios. La realidad social –un billete de cien córdobas o la discriminación que sufren las lesbianas y los homosexuales en nuestro país, por ejemplo— deben verse como un conjunto de sentidos valorativos que, mediante prácticas discursivas, logran normalizarse y normalizar ciertos ordenamientos y comportamientos sociales. De esta forma se transforman en sentido común, y se institucionalizan. Así, para muchos, un billete de cien pesos inspira respeto; no así, una lesbiana.
La pobreza en Nicaragua es también una realidad discursiva en el sentido de que puede definirse, explicarse y legitimarse como, por ejemplo, el producto de la “voluntad de Dios”; el resultado de “la pereza de gente que no quiere trabajar”; algo que debe atacarse siempre y cuando no pongamos en peligro la dinámica del mercado; o bien, como una abominación que debe y puede ser eliminada con urgencia mediante la rearticulación de la base moral y material de nuestra sociedad. El futuro y la realidad de los pobres en Nicaragua va a depender de la visión y la definición de la pobreza que logre consolidarse como dominante en nuestro país.
Desde esta perspectiva, la política puede verse como una lucha por la definición e institucionalización de una moralidad colectiva que define y legitima la distribución de los costos y beneficios sociales. En esta lucha triunfan aquellas visiones que logran normalizarse, naturalizarse o, en otras palabras, convertirse en hegemónicas.
Si aceptamos lo anterior, también tenemos que aceptar que la lucha política en un país como Nicaragua --marcado por la precariedad de sus instituciones, así como por un sin número de contradicciones sociales no resueltas--, no debe verse, simplemente, como una competencia por el poder. Debe verse como una competencia para ganar el control de los medios que facilitan la construcción de un poder social (que no existe en nuestro país) capaz de estabilizarnos y enrumbarnos hacia un horizonte histórico compartido.
En nuestro país, sin embargo, impera la visión de la política como una lucha para “alcanzar el poder”. Esto explica que en un importante sector de la oposición nicaragüense, se haya consolidado la idea de que lo importante hoy es ganar las elecciones del próximo año para después ver qué carajos hacemos. Lo importante, se dice e insinúa cada vez con más fuerza, es la “unidad de las fuerzas democráticas” para terminar con la dictadura de Ortega. Después “nos arreglamos”.
No nos demos atol con el dedo: No nos arreglaremos y no arreglaremos nada.
Si aceptamos que el verdadero reto de la lucha política en Nicaragua debe ser la construcción de un poder social que nos integre y nos mueva como sociedad, debemos aceptar que la construcción de este poder arranca con un posicionamiento ético frente a la moralidad dominante en nuestro país. Y si hablamos de alianzas políticas, debemos hablar de un posicionamiento ético compartido frente a esta moralidad.
Solamente a partir de este posicionamiento se puede: articular un verdadero diagnóstico de la condición del país; establecer las alianzas que deben organizarse; identificar los sectores de la población que deben movilizarse; definir el modelo de Estado que debe articularse; y formular las políticas y los programas que deben ponerse en práctica para poner fin a la eterna crisis que vivimos. En síntesis: para subvertir la realidad tenemos que definir nuestra posición frente a la misma porque, como decía un viejo maestro, “no podemos cambiar lo que no podemos definir y explicar”.
La Alianza Patriótica es un ejemplo de los peligros que encierra ignorar esta simple lección. Esta coalición política opera hoy en concordancia con la idea de que lo importante es “alcanzar el poder”. Así pues, sus miembros han evitado articular una posición ética frente a la moralidad social dominante en el país y se han contentado con identificar a Daniel Ortega como la causa de nuestra miseria. La cosa –todos lo sabemos—es más sencilla y más compleja: Ortega y la miseria que Ortega nos ha impuesto es el producto de una miseria histórica mayor que lo trasciende y que debemos hacer explícita como condición para superarla.
Las limitaciones de la visión ortega-céntrica de la realidad nacional que orienta a la Alianza Patriótica se expresan con claridad en su Programa de Salvación Nacional (Clic para descargar el archivo en PDF) –endosado por Montealegre, Mundo Jarquín y todo el mundo. Este programa expresa mucha rabia e insatisfacción con el poder político en la Nicaragua de hoy, pero no dice nada --que no sea trillado y superficial-- sobre el tipo de poder y el tipo de sociedad que se quiere crear; los inmensos retos y dificultades que tenemos que enfrentar para cambiar el rumbo de nuestra sociedad; y, la distribución de los beneficios y sacrificios que diferentes sectores de la sociedad nicaragüense deberán asumir si de verdad queremos salvar el país. Por estos enormes silencios y omisiones, el Programa de Salvación Nacional puede ser apoyado por sectores de la llamada izquierda nicaragüense y, también, por ultraconservadores como Migdonio Blandón, quien en un reciente artículo de opinión senaló que este programa “sintetiza el ideal democrático de la ciudadanía consciente” (clic para ir al artículo).
¿A qué se debe la banalidad y la pobreza discursiva del Programa de Salvación Nacional? Mi respuesta a esta pregunta me lleva de regreso al argumento inicial de esta entrega: la Alianza Democrática carece de un elemento político esencial: un posicionamiento ético compartido frente a la realidad nacional y sus causas: las causas que explican la realidad de la mujer en un país que ha podido retroceder hasta criminalizar el aborto terapéutico; las causas materiales y culturales que explican la desnutrición que embrutece a millones de niños y niñas nicaragüenses; las causas de nuestra bárbara indiferencia frente al carnaval de la corrupción en que vivimos; las causas de nuestra incapacidad para elevar nuestras aspiraciones como sociedad; y, en fin, las razones que explican por qué somos como somos y por qué estamos como estamos.
Las brutales simplificaciones y omisiones que se expresan en el Programa de Salvación Nacional contrastan con la complejidad y profundidad de las inquietudes, ideas y aspiraciones que expresaron los y las jóvenes que participaron en el encuentro que organizó Esta Semana hace dos semanas (ir al video). En nuestra próxima entrega hablaremos de lo que reveló este encuentro y de lo que deberían aprender nuestros partidos políticos de lo que dice y siente la juventud nicaragüense. Seguiremos, además, trazando las líneas de una estrategia para subvertir nuestra realidad y mostraremos que la dimensión ética de esta estrategia no es ni esencialista, ni subjetivista. Tampoco es --¡que Dios nos libre!-- moralista.

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