He leído nuevamente “Un baile de
máscaras” de Sergio Ramírez Mercado, en la edición que en este 2012 acaba de
hacer “URUX Editores” de Costa Rica, con un postre de 14 fotografías, como
siempre excelentes, de Rossana Lacayo, con ambientes propios de Masatepe. En la
portada una fotografía histórica, en relieve, de la Orquesta Ramírez, a cuyos
acordes y valses entramos a este otro baile donde cuchichean Poncio Pilato,
“Nada” y “Malapalabra”, criticando el vestido de Ana Bolena. Yo vengo de la
cantina de “Las Gallinas Cluecas”, pero solo había pasado por ahí conversando
con el imprescindible beduino, un antiguo sabelotodo, predecesor del ya no tan
actual “Bachiller Lora”. Enciclopedias rústicas de la vida y milagros de este
pueblo antes tan adormecido, que un inesperado embarazo era un estruendo. Hoy,
el bullicio de las sectas y sus gritos al cielo, ensordecen cualquier rumor, o
mentira, por verdadera que sea.
En esta esquina, desde donde se ve y
oye todo, va a nacer un niño que, adelantándonos a su nacimiento, podemos
predecir que será una gloria para las letras nacionales. De momento, “La
Noticia”, que dirigiera Juan Ramón Avilés, vale 15 centavos y éste miércoles 5 de agosto de 1942, “Casa
Riguero” anuncia que acaba de recibir zapatos de hule apropiados para viajes al
mar y prevenir la picadura de una mantarraya. Les recomiendo, cuando viajen a
Managua, que vayan al cine “Triunfo” a
ver “La venganza del ahorcado”, con Boris Karloff, mi ídolo de películas de
terror. “Como todas las tardes, salvo los domingos que no hay periódico ni
llega el tren”, va a llegar su abuelo Teófilo leyendo “La Noticia”. Este niño
que adivino ingresará a la Universidad Nacional
de León en 1959, se graduará de abogado en 1964 y ese mismo año se
casará con Gertrudis Guerrero. Me lo dijo el beduino en la cantina
de “Las gallinas cluecas”, cuando me habló de un misterioso “Premio divino”.
En esta esquina, encontraremos
siempre a “Pedro el tendero en su tienda, que ya se sabe, está ubicada al lado
del parque, esquina opuesta a la iglesia parroquial”. A esta casa venía yo con
Sergio en la década del 60, en un jeep Willys trompa cuadrada que me prestaba
mi padre, Octavio Rocha. Siento todavía un sosiego en en el interior de esta
casa familiar de los Ramírez, propio de doña
Luisa Mercado, madre de Sergio, y una especie de picardía emanada de su padre
don Pedro Ramírez. El camino de tierra era polvoso, pero ya dentro de esta
casa, hoy “Fundación Luisa Mercado”, se disfrutaba un frescor de tiempos
pasados. Un fresco reparador y confortante. Después de saludarnos con especial
efecto, yo solía dejar a padres e hijo conversar animadamente y me iba a
caminar por los alrededores, antes del suculento almuerzo previo al tempranero
regreso a Managua, para que Sergio tomara su bus a León. Y León es otra
historia dentro del mismo baile.
Toda la Universidad y extramuros
fuimos entusiastas cómplices del más que evidente, pero no declarado, amor
entre Tulita, la bella gitana morena que fungía como secretaria de la Rectoría
de la Universidad, y un Sergio descrito por el Dr. Fiallos Gil como un muchacho
con “el desgarbo de quien todavía no puede manejar su cuerpo en crecimiento”,
porque la timidez, digo yo, le hacía perder el equilibrio que, por fin,
encontró en la Tulita. La declaración de amor de ambos da como para una novela,
pues aún es un enigma que ni el beduino sabe. ¿Quién dijo las primeras
palabras? ¿Y en la esquina de don Pedro y doña Luisa, qué conmoción causó
aquella decisión?
Mientras tanto: “Sacó, entonces, en
aquel momento, la cabeza por la puerta del aposento el doctor Macario
Salamanca, y dijo, con su vozarrón, y su modo estrambótico de decir: ya está
todo, buena vela y viento en calma. Es varón. A lo que los ojos de Pedro el
tendero se nublaron de lágrimas, aunque al mismo tiempo empezara a reírse, al
verse a sí mismo llorar…Se acercó entonces tu abuelo Teófilo, y le preguntó:
¿ya pensaste en un nombre?... –Se va a llamar Sergio –dijo Pedro el tendero…Se
enlazaron Ana Bolena y Scarlett O’Hara por el talle y empezaron a bailar”. Y la
casa se llenó de música.
A esta
esquina y a este otro baile han llegado hoy una nueva Scarlett O’Hara y un viejo
Clark Gable, disfrazados de Frances Kinloch y Danilo Valle, el amigo de Rogelio
Ramírez Mercado, quien en seguro contubernio con su padre –pues según me
comentó Sergio, don Pedro era casamentero y artífice de casorios-, propició el
matrimonio que aquí mismo celebró el juez Carlos Ramírez el 7 de enero de 1973.
Para sudar aquel trance en tiempos de frío, Danilo propuso ir a comer mondongo,
a lo que rotundamente se opuso don Pedro: “A los se casan en mi casa, aquí se
le hace la fiesta”, y como por arte de magia apareció un suculento arroz a la
valenciana. ¿Improvisación o premeditación? El beduino lo sabe. Fue aquel
matrimonio poco después del terremoto del 22 de diciembre de 1972, y de aquí
partieron los novios de maremoto al mar.
Esta esquina fue para mí la esquina
por excelencia a todo un mundo rural, a un permanente baile de máscaras y a
amistades inolvidables. “De aquí a la eternidad” es el título de una película.
Desde esta esquina salía un corredor de amor, riesgos y alegrías adolescentes,
desde Masatepe a León. Vivo hoy, con Mercedes, muy cerca de este pueblo y he
constatado que en la memoria de viejos y no tanto, está “Un baile de máscaras”,
que culmina cuando según quien ayudó a la historia a escribir esta novela,
“entró Pedro el tendero, ya era hora, al aposento, a conocer a su hijo. Se
acercó a la cama para admirarlo de cerca, cuidadoso de no hacer ruido, porque
vio que Luisa la recién alumbrada dormía. Pero la verdad es que no dormía.
Sabiendo que el marido se acercaba, no quería abrir los ojos y sonreírle sino
teniéndolo muy cerca, junto a ella y junto al niño, que ése sí dormía de
verdad. Como así fue, que abrió ella los ojos, miró al niño, miró luego al
marido, y le sonrió”.
La segunda vez que aquel niño fue
contemplado con tan intensa ternura y arrobamiento, ya el niño no era niño y
había despertado. Fue 17 años después, un día de 1959, cuando la Tulita lo vio
al salir de la oficina del Rector y le pegó su mirada, y Sergio se adormeció de
mentira. Quedó convertido en una estatua de azúcar. Mejor dicho se adormeció de
verdad en el sopor del acierto. Ya no hay beduino que valga en esta historia.
No que su timidez fuera una mentira, sino que mayor verdad era que aquel amor
lo intimidaba, pues descubrió en aquella mirada lo inexorable y el para
siempre. Desde entonces Sergio se convirtió en un personaje suyo en este otro
baile de máscaras, y si bien años después confesaría que como novelista se
nutre de la poesía, no cabe duda de que como marido también. Musa suya
verdadera es la Tulita. Más que haberse casado se unieron, y viven felices. Y
colorín colorado, este cuento de ha acabado.
LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 25 de agosto de 2012.
Presentación de “Un baile de máscaras”.
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