Andrés
Fernández andfer1@gmail.com
12:00 a.m.
09/09/2012
A pesar de
lo trágico y lamentable de las pérdidas ocasionadas por el último terremoto al
patrimonio material de muchos ciudadanos, al menos no tenemos los
costarricenses que lamentar también pérdidas humanas, únicas verdaderamente
definitivas en nuestra mortal condición.
Mas entre
las pérdidas materiales que, además de lamentable hubiese sido irreversible
quizá, está la del viejo y hermoso templo parroquial de San Blas de Nicoya,
joya histórico-arquitectónica cuya significación trasciende tanto lo local como
lo regional, pues hace mucho tiempo que su relevancia cultural es
reconocidamente nacional.
A juzgar al
menos por lo visto en las transmisiones televisivas el mismo día del sismo, se
trata en mi criterio de daños del todo reversibles. Ahora le corresponde
entonces al Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural del
Ministerio de Cultura y Juventud, realizar el diagnóstico de su estado y tomar
las medidas necesarias para atenuar esos daños y garantizar la conservación de
ese bien patrimonial.
Lamentable ignorancia. Muy lamentable, en cambio, fue la ignorancia
demostrada casi sin excepción por los periodistas que cubrieron la noticia de
la afectada estructura.
Los errores
en dicha cobertura, fueron desde el inocente anacronismo de catalogar al templo
de “colonial” (véase, por ejemplo, La Nación, 6 de setiembre, página
5A), hasta la equívoca afirmación del señor Ignacio Santos, en Telenoticias
(durante la transmisión de los hechos “en tiempo real” como dicen ahora), de
atribuirle al inmueble la increíble edad de “casi cuatrocientos años” (¿?).
Puesto que
detrás de equívocos y anacronismos como esos, no existe en modo alguno mala fe,
cabe entonces hacer algunas aclaraciones al respecto; anotaciones que por demás
pueden enriquecer el aprecio que por dicho templo ya tienen los costarricenses
con cierto bagaje cultural y ampliar el de otros en ese sentido.
Declarada
‘Reliquia Nacional’ mediante un decreto oficial, el 28 de julio de 1923, la
iglesia de Nicoya no tuvo, sin embargo, la merecida atención de parte de nuestros
estudiosos hasta los años setenta del siglo XX, cuando el historiador Carlos
Meléndez realizó un riguroso trabajo de investigación que lo llevó a determinar
la época de edificación de ese templo.
Un templo decimonónico' Publicado en el número 38 de la Revista de la
Universidad de Costa Rica, de julio de 1974 –número extraordinario porque
dedicado enteramente a Guanacaste en el sesquicentenario de la Anexión del
Partido de Nicoya–, el ensayo de Meléndez se titula “Nicoya y sus templos
históricos” (páginas 59 a 72).
En él,
valiéndose de un crítico análisis documental, el historiador hace la crónica de
los templos nicoyanos, con toda probabilidad humildes y sencillos ranchos
pajizos al principio, mas sólidas construcciones luego. Una de estas pudo ser, al
menos, la de 1644, primera a la que se le consigna un techo de teja; la misma u
otra apenas posterior, la que en 1751 vio el obispo Morel de Santa Cruz,
“iglesia de piedra y teja”.
Si era esa
la misma construcción que se encontraba muy dañada para cuando se suscitó la
anexión a Costa Rica, en 1824, no permite determinarlo la falta de documentos
ocasionada por el incendio ocurrido en la casa cural del lugar, en 1783. No
obstante, a partir de entonces son irrefutables dos hechos argumentados por
Meléndez: el primero es que el mal estado dicho dio ocasión a un esfuerzo de
consolidación del templo existente por parte de la comunidad nicoyana; el
segundo, es que apenas iniciado ese esfuerzo, el terremoto que destruyó Nicoya
el 3 de abril de 1826, dio al traste con él, de todo lo cual dan cuenta los
documentos de la época.
' de tradición colonial. Fue a partir de entonces, en pleno régimen federal
centroamericano, cuando dio inicio la construcción del templo parroquial de San
Blas de Nicoya, tal y como hoy lo conocemos y apreciamos los costarricenses.
Falta de
fondos y un nuevo sismo en 1833, atrasaron la edificación que, siempre según
Meléndez, no debió concluirse sino hasta 1850, en los albores ya de nuestro
régimen republicano. Por todo lo cual, cabe afirmar que dicho templo no es, en
estricto sentido histórico, colonial.
Sin embargo,
arquitectónicamente hablando, en cambio, son de clara tradición colonial su
fachada tipo retablo apenas, donde se conjugan la elegancia y la sencillez de
un apocado barroco mestizo; su masiva volumetría que tanto contrasta con la
liviandad que aporta a su interior la desnuda y esbelta estructura de madera,
que sostiene la techumbre de la nave; así como el famoso “baúl” o bóveda de
cañón que techa su capilla mayor.
De tradición
colonial son también las técnicas constructivas que evidencia, presentes en una
serie de templos de muy diversa escala, que se encuentran en toda
Centroamérica, aunque más específicamente en Nicaragua, de donde con toda
seguridad vinieron los “prácticos” que edificaron el de Nicoya.
Vetusta y venerable pues, esa bella iglesia no
requiere de blancas mentiras ni de piadosos anacronismos para ser valorada como
la joya histórico-arquitectónica que es, testimonio del esfuerzo por la fe del
piadoso pueblo nicoyano de ayer.
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