"La teología de Gustavo Gutiérrez es ortodoxa
porque es ortopráctica"
"Alabar a Dios incita a tomar responsabilidad por
el mundo"
Gerhard
Müller, 10 de septiembre de 2012 a las 09:13
Cómo
se puede hablar de Dios ante el sufrimiento humano, de los pobres que no tienen
sustento para sus hijos, ni derecho a asistencia médica, ni acceso a la
educación, excluidos de la vida social y cultural.
(Gerhard Müller, prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en Amerindia).- La
teología de la liberación está para mí unida al rostro de Gustavo Gutiérrez.
En el año 1988 participé junto con otros teólogos de Alemania y Austria y por
invitación del actual director de MISEREOR, José Sayer, en un curso con esta
temática, que tuvo lugar en el ya entonces famoso Instituto Bartolomé de las
Casas. En aquel momento yo llevaba ya dos años enseñando Dogmática en la
universidad Ludwig-Maximilian de Munich.
Como
profesor de Teología me eran naturalmente familiares los textos y los
representantes conocidos de este movimiento teológico, surgido en
Latinoamérica, pero sobre el que se discutía en todo el mundo, sobre todo a
raíz de las observaciones en parte críticas de la Comisión Internacional de
Teólogos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de las declaraciones en
1984 y 1986 de la Congregación misma, presidida por el cardenal Joseph
Ratzinger, nuestro actual Papa Benedicto.
Con el
seminario dirigido por Gustavo Gutiérrez se produjo en mí un giro de la
reflexión académica sobre una nueva concepción teológica hacia la experiencia
con los hombres para los que había sido desarrollada esa teología. Para mi
propio desarrollo teológico ha sido decisiva esta inversión en el enfoque de
prioridad de la teoría a la práctica hacia un proceder en tres pasos "ver,
juzgar, actuar".
Los
participantes en ese seminario llegábamos abarrotados de innumerables
conocimientos sobre el origen y el desarrollo de la teología de la liberación y
por eso discutimos ante todo sobre el análisis de la situación a la que se le
reprochaba una ingenua cercanía con el marxismo. Nos eran familiares (1)
las declaraciones de la Conferencia del episcopado latinoamericano de Medellín
y Puebla. De ahí el debate de si en esas declaraciones se pretendía hacer del
cristianismo una especie de programa político de liberación, en el que,
en determinadas circunstancias, se tolerara incluso la violencia revolucionaria
contra personas y cosas. Algunos sospechaban que la teología de la liberación
servía para legitimar la violencia terrorista al servicio de la legítima revolución,
mientras que otros la usaron como argumento para ese fin.
Lo
primero que nos enseñó Gustavo fue a comprender que aquí se trata de
teología y no de política. En línea con las grandes encíclicas sociales de
los papas también marcó de forma clara la diferencia entre teología de la
liberación y ética social católica. Mientras que la ética social se fundamenta
en el derecho natural y pretende asegurar las bases de un estado social y justo
apoyándose en los principios de personalidad, subsidiaridad y solidaridad, en
el caso de la teología de la liberación se trata de un programa práctico y
teórico que pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y
transformarlos a la luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como
salvador y liberador del hombre.
Cómo se
puede hablar de Dios ante el sufrimiento humano, de los pobres que no tienen
sustento para sus hijos, ni derecho a asistencia médica,
ni acceso a la educación, excluidos de la vida social y cultural, marginados y
considerados una carga y una amenaza para el estilo de vida de unos pocos
ricos.
Esos pobres no son una masa anónima. Cada uno de ellos tiene un
rostro. Cómo puedo yo como cristiano, sacerdote o laico, bien sea en la
evangelización o en el trabajo científico- teológico, hablar de Dios y de su
Hijo que se hizo hombre y murió por nosotros en la cruz y dar testimonio de Él,
si no quiero construir otro sistema teológico junto al ya existente, sino
decirle al pobre concreto, cara a cara: Dios te ama y tu dignidad imperdible
tiene su fundamento en Dios. Cómo se hace concreta la consideración bíblica en
la vida individual y colectiva si los derechos humanos tienen su origen en la
creación del hombre a imagen y
semejanza de Dios.
Mi
estancia en Perú en 1988 no sólo está ligada al seminario con Gustavo
Gutiérrez, en el que vi claramente cuál es el punto de partida teológico de
la teología de la liberación, sino también al encuentro vivo con los pobres
de los que habíamos hablado. Durante algún tiempo vivimos con los moradores
de las barriadas pobres de Lima y después también con los campesinos de la
parroquia de Diego Irrarazaval en el lago Titicaca. Desde entonces he estado
otras quince veces más en Perú y otros países de Latinoamérica, a veces meses
enteros durante las vacaciones de
semestre en Alemania. Mi participación en cursillos teológicos especialmente en
los seminarios de Cuzco, Lima y Callao, entre otros, estuvo siempre acompañada
de largas semanas de trabajo pastoral en las regiones andinas, especialmente en
Lares en la archidiócesis de Cuzco. Allí los rostros adquirieron un nombre y se
convirtieron en amigos personales, experiencia ésta de Comunión universal en el
amor a Dios y al prójimo, lo que debe ser la esencia de la Iglesia católica.
Finalmente supuso para mí una profunda alegría cuando en el año 2003, en Lares,
en la archidiócesis de Cuzco, siendo ya obispo, pude administrar el sacramento
de la Confirmación a jóvenes a cuyos padres conocía ya desde hace tiempo y a
los que yo mismo había bautizado.
De ahí
que yo no hable de la teología de la liberación de forma abstracta y teórica ni
menos ideológica para halagar al grupo eclesial progresista. De igual modo
tampoco temo que ello pueda interpretarse como falta de ortodoxia. La teología
de Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el que se mire, es
ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar cristiano
porque procede de la verdadera fe.
Una
lectura breve del libro
"Beber en su propio pozo" (2) pone de manifiesto que la teología de
la liberación se fundamenta en una profunda espiritualidad. Su sustrato es
el seguimiento de Cristo, el encuentro con Dios en la oración, la
participación en la vida de los pobres y los oprimidos, la disposición a
escuchar su grito por la libertad y el esplendor de los hijos de Dios; es
participar en su lucha para poner fin a la explotación y opresión, en su ansia
por el respeto de los derechos humanos y su exigencia de participación justa en
la vida cultural y política en la democracia. Se trata de la experiencia de que
no se es extraño en el propio país, sino que la Iglesia y el Estado quieren ser
cobijo y garantes de la libertad espiritual y cívica. La meta es el inicio y el
acompañamiento de un proceso dinámico que quiere liberar al hombre de su
dependencia cultural y política.
Del mismo
modo que Gustavo con su persona, su testimonio espiritual, su compromiso con
los pobres y su magníficas reflexiones ha dado en nuestra época un rostro a la
teología de la liberación, así también nos ha mostrado de manera impresionante
la persona de Bartolomé de las Casas que en el siglo XVI, al contrario
que su coetáneo Colón, no descubrió un país y tomó posesión de él para la Corona
española, sino que descubrió lo injusto de la opresión y la humillación de la
población indígena y se propuso llevar a los hombres al reino de Dios, en el
que ya no habrá señores ni esclavos sino sólo hermanos y hermanas con los
mismos derechos.
Las Casas
llegó supuestamente a las Indias occidentales, el continente descubierto por
Colón que hoy llamamos América, de aventurero y caballero de fortuna. Desde la
perspectiva del descubridor de América se trataba de territorios que podían
tomarse en posesión para la Corona de España y cuyas riquezas y habitantes
estaban privados de todo derecho y por tanto expuestos a la agresión de la
voluntad de desmesurado enriquecimiento. En un principio también Las Casas
estuvo inmerso en ese sistema de privación de libertad y de explotación. Pero
finalmente reconoció en el rostro de los maltratados el rostro de Jesucristo
y así se convirtió en intercesor elocuente y defensor de los pueblos oprimidos
en su patria, América. Con ello retornaba al sentido original de la misión
cristiana: Jesús envió a sus discípulos a predicar a todos los hombres el
Evangelio de la salvación y la liberación. En este sentido misión como
encuentro de persona a persona en nombre de Jesús, es estrictamente lo
contrario a una forma sólo aparentemente religiosa de colonialismo e
imperialismo. No se pueden conquistar territorios para Cristo y subyugar a sus
habitantes al dominio de un estado que se diga cristiano. La predicación de los
enviados en nombre de Cristo supone más bien poder adoptar libremente la fe. De
este modo se crea una red universal de discípulos de Cristo que según su
voluntad constituyen una comunidad de hermanas y hermanos y por tanto la
Iglesia visible de Dios en el mundo. A este proceso impulsado por el espíritu
de Pentecostés los hombres aportan sus raíces y su identidad cultural y se
dejan transformar por el espíritu de Dios hacia una identidad común más
elevada. De este modo crece el conocimiento de que somos hijos de Dios,
llamados a una vida ejemplar, destinados a la perfección en el futuro divino. Y
así la Iglesia puede ser en Cristo sacramento de la salvación del mundo y señal
e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano ( ver Lumen Gentium 1)
Las Casas
nombra en su brevísima relación de la destrucción de las Indias occidentales la
verdadera causa de la tremenda injusticia que los conquistadores españoles
cometieron con las personas que hallaron en su viaje de
descubrimiento.
Sobre
ellos que eran cristianos de nombre, más no por su conducta, dice Las Casas:
"La única y verdadera causa del asesinato y la destrucción de esa
espantosa cantidad de personas inocentes a manos de cristianos era
exclusivamente apoderarse de su oro" (3).
Gustavo
Gutiérrez ha formulado este camino liberador de las Casas con el siguiente
juicio: "Dios o el oro". (4)
Éste es
el camino hacia la liberación según nos enseña Jesús en el Evangelio: "No
se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero", y en otro lugar
especifica: "El origen de todo mal es la codicia" (ver 1 Timoteo
6,10).
Aquél en
el que ponemos nuestra confianza, ése es realmente nuestro Dios.
Los
cristianos del siglo XXI pero también los humanistas de toda orientación nos
enorgullecemos de haber dejado atrás el colonialismo e imperialismo
eurocentristas. Sin embargo en la justa indignación ante las atrocidades
perpetradas en la conquista de América, África y la India y la humillación de
la China, corremos a menudo el peligro de creer, sintiéndonos moralmente
seguros, que en el siglo XVI nosotros habríamos estado del lado de Las Casas y
contra los explotadores. Por supuesto, las circunstancias históricas de entonces
no son sin más comparables con las del mundo globalizado actual. No obstante la
alternativa fundamental entre la opción por el dinero y el poder de un lado y
Dios y el amor por el otro, se presenta hoy también a cada persona en
particular y tanto a todas las comunidades y sociedades como a Estados y
Alianzas. También en la actualidad se marginan continentes enteros, como
África y Sudamérica. Una mínima parte de la población mundial se reparte
los recursos entre sí contribuyendo de este modo a la muerte prematura de
millones de niños y a que la mayor parte de la población del mundo viva en
circunstancias desastrosas.
Después
de la caída del imperio soviético muchos esperaban también el fin de la
teología de la liberación, a la que situaban cerca de los movimientos de
liberación marxistas. Pero en verdad la teología de la liberación bien
entendida desde su concepción original, es la mejor respuesta a la crítica
marxista de la religión, tanto en la teoría como en la práctica. Una amplia
visión de Dios como creador, liberador y consumador del hombre nos permite
percibir la trampa dualística a la que se pretendía hacer caer al cristianismo.
No hay alternativa entre el bienestar en este mundo y la salvación en el otro,
entre la gracia divina y la actuación humana, entre el compromiso eclesial y la
crítica y configuración del mundo. La orientación hacia Dios y la configuración
del mundo, el amor a Dios y el amor al prójimo son las dos caras de la misma
moneda. Los cristianos no se dejan aventajar por nadie cuando se trata de los
derechos y de la dignidad humanos, o de criticar tanto el pecado estructural de
un sistema político injusto como la falta de responsabilidad del individuo
concreto. Durante la presentación del primer tomo de las obras completas del
Papa sobre el tema "Teología de la liturgia" publicadas por mí en la
editorial Herder, citó uno de los conferenciantes la siguiente y hermosa
sentencia: "Cuando los monjes descuidaron sus alabanzas a Dios se aguó
también la sopa de los pobres"
Alabar a Dios incita a tomar responsabilidad por el mundo. Y el
compromiso por la justicia social, la paz y la libertad, la protección de la
naturaleza como base de la vida corporal y social se fundamenta en la actuación
divina creadora y liberadora.
Después
de la caída del Comunismo establecido pensaron algunos que ahora podía
conseguirse el paraíso en la tierra con un capitalismo desenfrenado. Las
fuerzas autoreguladoras del mercado a escala mundial traerían por sí mismas el
bienestar para todos o al menos para la mayoría. La realidad es muy diferente.
No han sido las aparentemente todopoderosas fuerzas del mercado, sino la mera
codicia de hombres concretos, las que han provocado la actual crisis financiera
mundial, cuyas consecuencias tienen que pagar una vez más los pobres y los más
pobres de los pobres, con su vida, su salud, con su muerte prematura y todas
las perspectivas perdidas, previstas por Dios para ellos.
Los representantes
del liberalismo han defendido en el pasado su imagen del hombre
argumentando que no se puede gobernar el mundo con las bienaventuranzas, sin
considerar que Jesús no pretende gobernar el mundo sino que el hombre se
gobierne a sí mismo, se libere de su codicia y pueda convertirse en ser humano
para los demás. Argumentaban que la Iglesia no entendía nada de economía y
capitalismo y que si necesariamente quería ser altruista lo hiciera ocupándose
de las víctimas del capitalismo. La Iglesia relegada a los hospitales, a las
residencias de moribundos pero no ética para la Wallstreet. Expresión de un
capitalismo neoliberal sin escrúpulos son por ejemplo los "fondos
buitre"(vulture funds). Especuladores sin escrúpulos se han especializado
en negocios con las deudas de países enteros. Cuando un país incurre en
dificultades de pago esos "buitres" compran las deudas con altas
reducciones sobre la suma original y reclaman después con intereses e intereses
acumulados una suma marcádamente superior.
De forma
bien sencilla se lleva a un país a la miseria definitiva. A finales de 1990
Perú fue víctima de una "estrategia de inversiones" que con una
inversión de 11 millones de dólares consiguió un beneficio de 58 millones. Las
consecuencias para las personas - los niños, los ancianos, los enfermos -, para
toda la estructura social de un país se aceptan como consecuencias lógicas. El
puro lucro es la única meta.
Aquí se
pone de manifiesto de manera espantosa la tragedia de un mundo, de un mercado
económico sin normas morales vinculantes. La codicia por el oro y por el
dinero sigue siendo hoy causa de la destrucción de valores morales, cuya
fuerza para el bien del hombre emana de la única fuente que conduce al hombre a
su ser humano y a convertirse en el prójimo de sus semejantes.
Incompatibles
con nuestra espiritualidad y nuestra fe cristiana son el racismo y el paternalismo,
una sociedad que se disgrega en clases más altas y bajas, que funciona según el
principio de la ley del más fuerte y con ello se desintegra.
Después de tantos decenios de terrorismo y contraterrorismo a espaldas de muchos miles de inocentes, especialmente de la población indígena pobre, se ha creado5 la Comisión para la Verdad y la Reconciliación dirigida por el profesor Salomón Lerner. Todos ustedes conocen los resultados de las investigaciones. La dimensión de la barbarie puesta de manifiesto es estremecedora.
Después de tantos decenios de terrorismo y contraterrorismo a espaldas de muchos miles de inocentes, especialmente de la población indígena pobre, se ha creado5 la Comisión para la Verdad y la Reconciliación dirigida por el profesor Salomón Lerner. Todos ustedes conocen los resultados de las investigaciones. La dimensión de la barbarie puesta de manifiesto es estremecedora.
Sólo será posible un nuevo comienzo radical, con un desarrollo que lleve
a una sociedad más justa y la garantía de los derechos humanos por parte del
Estado. Pero
también es necesaria una espiritualidad de los derechos humanos. La mayor
aspiración de cada persona, en lo más hondo de su conciencia, deberán ser el
concienciarse de la responsabilidad del hombre ante Dios y el espíritu de
fraternidad. Sólo así se podrá limitar la codicia por el dinero y el poder como
fuente de todo mal. Y si la exculpación y la reconciliación no las concebimos
como obra propia sino como don divino y orden de vida puede crecer en nuestros
corazones esa gratitud que presenta la existencia como ser humano para otros
como la medida suprema de lo humano, de las posibilidades de desarrollo de cada
persona en el esplendor del amor de Dios. Deus caritas est, ésa es la meta y el
instrumento de la liberación y la perfección del hombre hacia el Dios Trino.
En Perú
he hallado dos cristianos en los que se simboliza la añoranza del pueblo por la
experiencia de la dignidad imperdible del hombre; santa Rosa de Lima y Martín
Porres se han convertido en amigos queridos en los que brillan en su forma
última los objetivos de la liberación y la redención.
Permítanme
concluir estas reflexiones con el ruego a santa Rosa y a san Martín de que
protejan a la Iglesia y a los peruanos intercediendo ante el Padre celestial y
Creador, para que Él nos revele a su Hijo como el mediador de la esperanza para
la transformación del mundo hacia la meta que nos muestra el espíritu de
Pentecostés: "El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles
realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y
tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio
entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días
con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y
tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y
gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la
comunidad a los que se habían de salvar" (Hechos 2,43-47)
Notas:
(1) Deutsche Bischofskonferenz (Hg.), Die
Kirche Lateinamerikas. Dokumente der II. und III. Generalversammlung des
Lateinamerikanischen Episkopats in Medellín und Puebla, Bonn 1979 (La Iglesia
latinoamericana. Documentos de la II y III asamblea general del episcopado
latinoamericano en Medellín y Puebla).(2) Gustavo Gutiérrez, Beber en su propio pozo. La espiritualidad de la liberación (Aus der eigenen Quelle trinken. Spiritualität der Befreiung, München 1986).
(3) Las Casas, brevísima relación de la destrucción de las Indias occidentales (H. M. Enzensberger [ed.], Las Casas Bericht von der Verwüstung der Westindischen Länder, Frankfurt 1981, S. 13).
(4) Gustavo Gutiérrez: Dios o el oro en las Indias, siglo XVI, Lima 1989 (Gott oder das Gold. Der befreiende Weg des Bartholomé de Las Casas, Freiburg 1990).
(5) Ver Salomón Lerner Febres / Josef Sayer (ed.), Contra el olvido Yuyanapaq. Informe de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación Perú (Wider das Vergessen Yuyanapaq. Bericht der Wahrheits- und Versöhnungskommission Peru, Ostfildern 2008).
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