El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Ana Ilce: poeta herida por la pasión de la palabra


Vidaluz Meneses
Leo con devoción a Ana Ilce desde mi adolescencia.  Siendo contemporánea de ella y de Michele Najlis,  a diferencia de Michele con quien coincidimos en el mismo colegio, con Ana Ilce no fuimos amigas sino años más tarde. No formamos grupo literario entre nosotras y cuando nos integramos a alguno, Michele optó por Ventana con escritores de izquierda  y yo  por Presencia, con escritores cristianos que igualmente se declararon por un cambio social, radical, para Nicaragua.  Ana Ilce permaneció solitaria, pero abierta a la amistad de escritores como  Roberto Cuadra, cofundador de La Generación Traicionada y Jorge Eduardo Arellano, que a su vez la relacionaron con otros  de los que guarda un recuerdo entrañable, su coterráneo, Mario Cajina Vega y el capitalino, narrador urbano, Juan Aburto. 
Siempre encontré en la poesía de  Ana Ilce una voz sorprendentemente madura en su contenido e impecable en su forma, sobre esto último, fácil me resultó entender que Pablo Antonio Cuadra, mentor de nuestra generación, escribiese, al publicarse Las Ceremonias del silencio, primer libro de Ana Ilce: “Aquella galantería de Bécquer, poesía eres tú,  resulta en Ana Ilce una afirmación no gentil, sino estilística. Ana es su forma”, para PAC, Ana Ilce se hacía poema. 
Ana Ilce utiliza un  rico lenguaje expresado en imágenes con perfecto equilibrio.  Poesía de tono reflexivo, sabia, reposada e íntima,  que transita por los grandes temas de todos los tiempos: la vida, la muerte, el amor, la soledad. El título de mi exposición de hoy, lo escribí basada en el verso final de la última  estrofa de un poema de Ana Ilce que dice:
Entonces no presentía en mí la mano que
comenzaba a dibujar el canto,
ni el pie desesperado trazando surcos de vida
para el hombre,
ni a esta mujer que hoy soy,
de sombras y soles incendiada, sitiada
por el fuego del amor,
ulcerada por la pasión de la Palabra.

En su presentación, en “El autor y su obra”,  Ana Ilce demostró con una buena cantidad de poemas, de qué manera la palabra tiene una importancia vital para ella.  Me hizo recordar una conversación reciente con el poeta Fernando Silva que me decía “la palabra es una cosa muy seria, yo no escribo con la voz sino con las palabras que son el verbo y acordate que el verbo se hizo carne”  la palabra pues, es sagrada.

Cuando salió publicado su libro, Las ceremonias del silencio,  fue para mí equivalente a La insurrección solitaria de Carlos Martínez Rivas,  por la belleza y originalidad de sus poemas y su maestría al escribirlos, aunque sin el estilo hermético de ese gran poeta, por eso no me sorprendió la apreciación de Beltrán Morales, aunque no exenta de una visión patriarcal en cuanto al paradigma o modelo estético, cuando expresó lo siguiente: La poesía que Ana Ilce escribe, sin dejar de ser ni por un momento la poesía de una mujer sumamente sensible, es como si hubiera sido escrita por un poeta del sexo masculino, en este sentido: la técnica que domina es patrimonio exclusivo de algunos maestros, brujos y hechiceros de la tribu; y no de maestras, brujas y hechiceras.  Ana Ilce se ha apropiado de un “culto, un rito, un lenguaje” que son ya suyos y que nos devuelve con la misma propiedad y sabiduría con que los varones de estirpe poética suelen dárnoslos”.  Si nos fijamos, al decir  los maestros, brujos y hechiceros de la tribu, se está refiriendo a un grupo cercano, del país, del territorio nacional, no del universo, o sea que bastan los grandes poetas locales para tener un punto de referencia válido y en ese sentido, no deja de tener razón Beltrán, porque hasta le fecha y pese a las incipientes investigaciones que se están realizando en nuestro medio, no se ha encontrado un par mujer de Rubén Darío.  Y en el caso de Ana Ilce, coincido con la apreciación de Beltrán, está a la altura de un Carlos Martínez Rivas.

Si bien afirmo mi admiración por Las ceremonias del silencio, desde que lo leí, no compartí el sentimiento de mujer sojuzgada  y vencida expresado en muchos de sus poemas; particularmente recuerdo el verso:  mujer pospuesta como postre a la mesa  u otro:  Así el olvido de innumerables siglos /arrimará su sombra un día /junto a mi puerta /y yo estaré vencida. Así el amor. En otro,  escribe desolada: donde jamás me buscaste ni te hallaste / para trocar tu victoria en mi derrota /  y mi muerte en tu vida. Por eso, entre tanta desolación, yo rescato el poema Yo he militado, que dice:
YO HE MILITADO

Yo he militado no sin gloria
en las lides del amor
y mi obra no podrán destruirla
ni las lluvias persistentes
ni la perenne marcha del tiempo.
Porque mi arte no fue inútil
ni siquiera contigo,
contigo que jurabas no conocerme
pero que un día llenaste
la ciudad entera con mi nombre
Este poema me encanta y lo asumo plenamente, proviene de una mujer triunfadora, pero es importante que nos fijemos en qué se basa la victoria de la poeta, no en que es la más bonita del barrio, sino en el dominio del ars poética, cuando se refiere a “su arte” es que ella es consciente de la excelencia de su oficio que la va a llevar a trascender, luego viene el jaque mate a quien pretendió ignorarla: pero que un día llenaste / la ciudad entera con mi nombre.
Ana Ilce, como toda escritora/or escribió poemas no necesariamente  sobre sí misma, sino sobre el modelo del rol de la mujer que observaba, tal como lo compartió en el recital que dio en el Instituto Nicaragüense  de Cultura Hispánica, al leer el poema Singer 63, ella  dijo: “Este poema…. no fue dedicado particularmente a mi mamá, pero pienso que fue ella la que lo inspiró. Mi mamá era costurera. Recuerdo que amanecía y anochecía en aquella máquina de coser”:
El poema dice:
La señora de ayer se llamaba...
No era ninguna extravagancia,
Clavaba alfileres en los trajes,
se asomaba a la puerta
para mirar las nubes.
La señora de ayer
no miró nunca los caracoles muertos ni
las playas maravillosas,
sólo clavaba alfileres en los trajes, sólo sonreía a medias:
por eso murió con sus dedales
y su corazón repleto de
marcas: Royal 62,
 Singer 63, Phillips 64…
Otra fue la imagen que Ana Ilce tuvo de su padre, de quien ella ha dicho: “Tengo que hablar necesariamente de la figura de mi papá, porque creo que la presencia de él en mi vida fue fundamental para que yo pudiera aspirar a la poesía como un oficio vital. En cierta forma yo me crié en un mundo mágico que para mí tejió mi papá, él me fue llevando de revelación en revelación.  Con mis ojos de niña vi con asombro cómo tomaba una hoja de papel y la convertía en mariposa, de un trozo de tela sacaba una muñeca, de un tronco de madera emergía un pájaro.”
Debo decir que Ana Ilce también ha sido maestra en la prosa poética, que Ernesto Mejía Sánchez, llamó prosema. Para  su padre, escribió el prosema titulado
Retrato último
A Sofonías Gómez
“No. No era su caminar a golpes. Ni su mano como ala, ni su casta sonrisa pleniluna.  Algo como un aura o hábito de antigüedad se enroscaba a su pie.  Con él iba y venía. Bastara que posara el pie y ya estaba allí la huella levantando esperanza de la tierra, bien grabada y ni quien la moviera.  Universos giraban en su lengua pasmosa. Yo lo vi un día ¡ay de mí! Era de águila su ojo y puro fuego.  Yo lo ví un día ya junto a su vejez ordenando sus años, haciendo saltar de la abulia familiar la risa pura como una lágrima recién nacida.  Como un rey solitario misteriando la nada de su casta. Versándola, llenándola con siglos de gracia”.
La  crítica nicaragüense, matagalpina por cierto, Conny Palacios, considera que en Las ceremonias del silencio, la  manifestación del feminismo no es agresiva, sino doliente.
Ana Ilce, siempre comparándola con CMR, tampoco ha tenido mucha prisa en publicar, pero dos libros bastan para dejarla ubicada como una extraordinaria poeta nicaragüense.
En el año 2004 integré el Jurado del Premio Nacional de Poesía “Mariana Sansón Argüello”, convocado por la Asociación Nicaragüense de Escritoras, y en mi elección del mejor, coincidí con mis colegas en la selección de “Poemas de lo humano cotidiano” resultando, para nuestra alegría, que su autora era Ana Ilce Gómez.  Tan impecable factura  la hizo acreedora del premio por unanimidad.
Mi resistencia a la imagen femenina y contenido de los poemas en Las ceremonias del silencio, fue superada en este segundo poemario, por la lectura de una Ana Ilce crecida en su ser mujer, descubriendo Otro primer día de la creación, como tituló su primer poema  y evocando a diversas generaciones de  mujeres de la historia de la humanidad, inmoladas  por transgresoras, pero eternas, trascendentes, a quienes convida a pulsar con alegría todas las guitarras del mundo.
Una Ana Ilce que desentraña el misterio de la mujer y la “diosa blanca”, como designa el poeta Robert Graves, a la poesía;  y se reconoce dualidad viviente, asumiéndose como tal en su poema, Ella:
“La que escribe no soy yo, sino la otra.
Esa que viene del pasado
asediada y urdida
por sus fieles demonios
y sus lívidos ángeles.
No soy yo sino ella la que canta
La que elige el azar y la clarividencia
ella la que dicta las palabras y deshila
los símbolos
la que gira en la rueca y desmenuza el hilo.

Ella contiene las palabras
yo cumplo su destino.”

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