Onofre Guevara López
En el lenguaje nicaragüense, cepillismo equivale al
castizo servilismo. Y no por ser adjetivo chapiollo carece de valor, pues si en
la raíz del adjetivo español está la condición sumisa del siervo ante el amo
feudal, la raíz de nuestro adjetivo está en la actitud sumisa ante el jefe o el
patrón. Figuradamente, es como darles cepillazos a los zapatos o al traje de un
individuo con poder, buscando alguna recompensa.
El cepillismo y el culto a la personalidad son consustanciales.
Lo estimula el líder cuando adquiere un cargo partidario, empresarial o estatal,
máxime si se trata de la presidencia. Líder autoritario y subordinado
“cepillo”, hacen una mancuerna inseparable. En nuestra actualidad política hay
personas que tienen buenas aptitudes de dictador, exigen y estimulan el cepillismo,
y personas con súper aptitudes para obsecuentes cumplidoras de los deseos del
dictador.
Dictador y cepillos son figuras complementarias en nuestro
patio político, como en el paisaje natural lo son el árbol y sus ramas. El
cepillismo como estilo de relación entre el oficialismo forma una pirámide en cuya
cúspide está el clan Ortega-Murillo, y hacia abajo se expande hasta llegar a su
más amplia base. La savia inmoral del cepillismo –retando la ley de la gravedad—
corre de abajo hacia arriba: el de abajo siempre tiene alguien arriba al cual
cepillar.
La práctica, la imagen y los efectos del cepillismo dentro
del gobierno son evidentes. Uno de sus
practicantes, director y condueño de una radioemisora, y a ratos gestor político
del clan en los municipios reconoce la existencia del cepillismo en todos los
niveles del gobierno y del “partido”, lo cual le parece intolerable, y lo critica,
pero no puede ocultar el suyo.
Según ese señor, él ha tomado en serio la lucha contra el
cepillismo, porque se ha desbordado en ocasión de los dedazos del clan en la
escogencia de los candidatos para alcaldes y concejales. El cepillismo
oficialista tiene varios niveles: el de los escogidos al dedazo, hacia los jefes
inmediatos, líderes regionales y nacionales; el de quienes han sido desplazados,
quienes cepillan a los jefes rogándoles una rectificación, sacando sus
“aportes” a la lucha revolucionaria; y el de los arribistas, quienes cepillan a
quien les parezca necesario.
La crítica del radioperiodista pretende ser educativa,
porque “el buen sandinista –dice— lo es por vocación y no por cargos ni
propiedades”. (O sea, que pensó en quienes ya no están en el Frente, pero no lo
dijo). Y aunque reconoce que en el gobierno y las instituciones estatales hay
cepillos corruptos, su crítica es mayor contra quienes les acusan, “porque no presentan
las pruebas” (lo cual ayuda a la derecha, proclama). Insinúa que esos cepillos
corruptos –contra quienes “no hay pruebas”— recibirán su castigo oportunamente,
“sin necesidad de acusaciones precipitadas”. Algo así como un llamado a esperar,
pacientemente, que su castigo venga de Dios o de la Virgen.
Su crítica contra los que reclaman pago por haber “servido
a la revolución”, la acompaña con dudas sobre su honestidad y les acusa de
querer conquistar el favor del clan Ortega-Murillo a puros cepillazos. Pero
llegó su Waterloo en “su guerra” contra el cepillismo: van mal –les dijo—
“porque deben saber que a Daniel y a Rosario les repugnan los cepillos”.
Noticia inédita. Pues si al clan le repugnara el
cepillismo, ¿qué les pide si no fidelidad y cepillazos a quienes alcanzan
posiciones en su gobierno? ¿Y no es un cepillazo
el del radioperiodista la mentira de que
“a Daniel y a Rosario les repugnan los cepillos”, cuando ambos promocionan el
culto a sus personas por todos los rincones de Nicaragua, y por todos medios de
comunicación de su propiedad?
Si el clan Ortega-Murillo no fuera la fuente de donde emana
la promoción del culto a la personalidad de sus miembros, ¿de dónde sacan los
cepillos el incienso para venerarlos? ¿Para qué entonces, su permanente campaña
publicitaria? ¿Acaso no fue el cepillazo bien pagado de los magistrados de la
CSJ lo que le abrió a Daniel el camino ilegal para su reelección?
Los orteguistas no pueden tapar ni callar la existencia
del cepillismo entre ellos. Tampoco pueden
dejar de practicarlo. Deben reconocerlo: como cepillos… ¡ya están moralmente
“pelones”!
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