Irving Cordero, cofundador del desaparecido grupo Tribal Literario, debutó con el poemarioPortales del limbo (Managua: Tribal Ediciones, 2005), denso y un tanto presuntuoso, en el cual patentizó su predilección –común a todo el Tribal y plasmada en su proclama– por un “arte misterioso, oculto, vesánico, no escudriñado o poco entendible”.
Portales..., en su calidad de una indagación sobre el “misticismo hermético del alma de las palabras” ejercía su sortilegio; sin embargo, no dejaba de ser un libro tentativo, más de exploraciones que de hallazgos.
Muerte de mis muertes (Managua: Centro Nicaragüense de Escritores, 2009) posee una plenitud mayor; en él la voz poética se decanta, se define, y las ascendencias carlosmartinianas y beltraneanas resultan bien aprovechadas.
En el primer segmento del poemario, “Abraxas”, el autor, sin renunciar –según sus propias palabras –al “fundo de oscuridad surrealista”, emprende una búsqueda formal más ordenada.
Dentro del marco de una discreta presencia de detalles característicos de la actualidad tecnológica resurge un tema desde hace siglos inherentes a la labor del artista: la atenta, desasosegada, doliente lectura de los signos del tiempo. En su “exigente desvelo secreto”, bajo la “lluvia de cuervos” el poeta, que aspira a ser a la vez profeta y orfebre, envía al mundo sus “verSOS”: un llamado de auxilio no para él sino para toda una era.
“Parodia evolutiva”, con un epígrafe de Leonel Rugama (1949-1970) –cuya presencia airada, comprometida, feraz adiciona al este ciclo una dimensión insospechada– está entroncado con el vitriólico y acusatorio Cuando pasan las suburban (2001) de Iván Uriarte (1942), donde este último, de acuerdo a Jorge Eduardo Arellano, “configura una protesta nihilista en la que cuestiona, además, la modernidad computarizada”. Cordero, muy al tono con la coyuntura, ironiza sobre el “deleite ético en ramaje mecánico, / en el oficio de ascender ¡Always!”, vocablo que recalca la función del inglés como lengua vehicular del mundo globalizado; asimismo fija su mirada reprensora en la faceta menos poética de los círculos literarios: “¡Poeta! ¡Eso está de juerga! (...) La poesía sentando minifaldas de medianoches / y las metáforas cada vez más caras”.
El último ciclo, “Muerte de mis muertes”, encierra una enigmática polisemia: ¿implica la repetición un superlativo absoluto o, por el contrario, constituye una negación, dado que en la multiplicación de dos números negativos el resultado es positivo? ¿Estamos ante la muerte en grado sumo o ante la muerte de las muertes? No hay una respuesta única, pero la base biográfica –que no anecdótica– del poemario ofrece una pista, que a su vez permite diversas interpretaciones.
“Un viernes –reveló Irving– tuve un sueño en claroscuro: un recinto donde había unas candelas; y empecé a contar esqueletos, buscando una forma con la que pudiera identificarme; eran tres y elegí a uno... El sábado me raptaron, me asaltaron, y tenían la intención de matarme. Eran tres; hablé con ellos, logré convencer a uno y me tiraron al borde de un barranco. En el poema utilizó el recurso de Rainer Maria Rilke (1875-1926) de la muerte consciente. Asumí la muerte, conversé con ella. Olí, vi la cara de la muerte, y tuve la necesidad de traducirla literalmente, desde el punto de vista físico y emocional”.
Otro rasgo distintivo del libro es el manejo hábil de los recursos sonoros, sofisticados y precisos: “tarde manchada de aves se marchó”; “El de los sellos, / el de las sillas, / el de los celos, / helo aquí”; “estetas / engullendo lácteas tetas”; “podado poder / con hedor a cloaca, a herida de hermano”; “Siempre me dije: dormida la dejé, / en su encierro de hinojos”... Bienaventurados los encierros y los desvelos porque de ellos será el Verbo.
Helena Ramos
Escritora, periodista y crítica literaria de origen ruso
Fuente: Revista 7 Días
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