Reinaldo Arenas, escritor cubano disidente, debía escribir en la más absoluta clandestinidad. Su espíritu y su cuerpo estaban ya minados por un sentimiento no solamente de desarraigo (tuvo que mandarse a vivir a Nueva York), sino de dolor que trepaba por sus vértebras. Su aspiración era que sus cartas, el relato descarnado de su vida, que eran enviadas en la más absoluta clandestinidad a sus amigos, Jorge y Margarita Camacho, cubanos exiliados en Francia, tomaran después forma y cuerpo de libro.
¿Puede negarse a alguien a volar? Escribir es volar.
Reinaldo Arenas se entregó, sabiendo que estaba acosado ya por la muerte, a dejar un testimonio de su lucha contra el régimen castrista, que todos deberíamos leer.
También escribía en el límite, Miguel Hernández, poeta español, quien estando en prisión recibió la noticia de parte de su mujer que le contaba que no había más pan, sino cebollas para dar de comer a su hijo.
Pero Miguel Hernández transformó ese dolor que lo encegueció, y agravó su delicadísimo estado de salud, y le hizo ver el lado más fatídico y horroroso de un régimen totalitario, el de Francisco Franco, en una canción, en la más bella y humana celebración de la poesía.
Como se ve, el poeta puede darnos a veces prueba de que tiene mayor capacidad de supervivencia que el hombre.
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