El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 6 de enero de 2011

El pecado de ser nicaragüense

El paso de una nica por el aeropuerto Juan Santamaría de San José, Costa Rica

Velia Agurcia

Aunque siempre he sabido que los nicas en Costa Rica no somos tratados como al resto de centroamericanos, hace un par de meses, cuando tuve que hacer una escala en el aeropuerto Juan Santamaría de San José, me sentí como si fuera un delincuente. Sí, yo, que en mi vida sólo una vez me he cachado algo y fue motivo de broma, porque era una caja de fósforos vacía -pero es que era tan linda la caja- que recuerdo a mi amigo Roberto decirme “sos tan honrada que cuando te robás algo, es una caja de fósforos vacía”.

Pero bueno, lo que vine a contarles. Para subir al avión en Managua no hubo ningún problema. Cuando bajé en el aeropuerto costarricense tampoco. La escala duraba siete horas y media.

Un par de horas antes de subir al avión, una voz desde los altavoces me pidió que me presentara en la puerta de abordaje número 17. En mis maletas llevaba una bolsa de café y otra de frijoles para no extrañar los primeros día el sabor de Nicaragua. Pensé automáticamente que se trataba de eso.

En la puerta 17, una señorita de baja estatura, piel blanca, pelo claro y con obvio acento tico, me dijo: “Velia, acá tenemos que usted regresa de España el tres de julio, pero usted no tiene visa para entrar a Costa Rica”. No la dejé continuar. Inmediatamente le respondí que no necesitaba visa para ingresar a su país porque únicamente estaba en el aeropuerto y no tenía intención alguna de salir a conocer la “Suiza Centroamericana”. Ella insistió en que como no tenía visa y ellos en su sistema no encontraban mi boleto de regreso a Managua, no podía dejarme subir al avión que me llevaría a Madrid, para “prevenir” algo que pasaría en doce meses.

Le expliqué con desesperación, que mi regreso con mi familia, un año después, era lo más importante que pasaría por mi mente cuando concluyeran mis estudios en España. Saqué de mi maleta de mano mi boleto electrónico con la reserva del boleto de regreso desde Bilbao hasta Managua. Aún así, ella insistía en no dejarme subir. Me sugirió ir al piso de arriba donde estaba el puesto de Taca, la aerolínea que me traería de regreso a Managua. Subí como loca porque la otra opción que me sugirió era llamar a la Fundación que pagaba mi viaje y estadía en España.

Una vez frente al mostrador, me dijeron que finalmente, por arte de magia, como si se tratara de un truco de Harry Potter, habían encontrado mi boleto. Fui feliz de nuevo.

Hasta que cuando volví a la sala de espera frente a la puerta 17 del Juan Santamaría, miré que llovía. Y claro, la voz en los altavoces no se hizo esperar. Había amenaza de tormenta en el Caribe centroamericano, por tanto, el avión con destino a Madrid no podía aterrizar en San José. Teníamos que esperar. Media hora más tarde, la voz se escuchó de nuevo, explicando a los pasajeros que serían trasladados a un hotel, pues el avión no saldría hasta la mañana siguiente. Eso sí, todos los pasajeros nicaragüenses debían permanecer en el aeropuerto hasta nuevo aviso.

Había pasado toda la mañana y tarde con una becaria salvadoreña, que tuvo toda la buena intención de esperar conmigo, pero una de las empleadas de la aerolínea le dijo con muy poca educación: “Señorita, si quiere esperarla, es su problema, pero le puedo asegurar que ella no va a salir del aeropuerto ahorita, es un asunto estatal”. Mi amiga me vio con cara de impotencia y de rabia. No tenía otra opción, más que ir con el resto de pasajeros españoles y centroamericanos que no necesitan visa alguna para pernoctar en Costa Rica.

En fin, pasaron dos horas y yo ya me preparaba psicológicamente para dormir en alguna de esas sillas heladas y duras, al estilo de Tom Hanks. Mientras me arrepentía de no haber llevado un cojín, llegó un grupo de mujeres que portaban un chaleco con la leyenda “Policía de migración”. Nos llamaron a los siete nicaragüenses que esperábamos en el aeropuerto vacío y nos formaron en fila. Al rato, salimos de la terminal aérea, pero antes de subir en el microbus que nos esperaba tuvimos que entregar nuestros pasaportes, así no corrían riesgo de que ese grupo “sospechoso”, escaparan a algún sitio.

Llegamos al hotel, nos dieron las llaves del cuarto y el ticket para la cena que ofrecía la aerolínea a los pasajeros a causa de los inconvenientes producidos por el retraso del avión. Luego de la cena, uno de los nicaragüenses que viajaba conmigo, propuso pasar por el bar a tomar unas cervezas para bajarnos la chicha y el estrés del retraso y lo vivido en el aeropuerto. Dije que sí, pero cuando entramos al bar del hotel, una de las policías de la migra tica se acercó a nosotros y nos dijo que teníamos prohibido entrar al bar, además que no podíamos consumir bebidas alcohólicas. Vi alrededor y ahí estaban otras personas que habíamos visto en la sala de espera frente a la puerta 17 del Juan Santamaría.

Pero éramos nicaragüenses. No podíamos actuar como el resto de pasajeros frustrados. Otro señor, que pecaba por su nacionalidad al igual que nosotros, quería salir a tomar aire y fumarse un cigarro, pero tampoco teníamos permiso de salir del hotel, así que con berrinche incluido, no tuvo otra más que quedarse en la sala, lidiando con su enojo y propinando improperios contra las policias migratorias que nos custodiaron esa noche.

A la mañana siguiente, salimos a desayunar y luego a esperar el bus que nos llevaría de regreso al aeropuerto. Aunque los primeros en llegar al parqueo fuimos los siete nicas, no podíamos subir. Teníamos que esperar que los españoles, ticos y demás centroamericanos subieran primero.

Finalmente llegamos al aeropuerto, media hora después subimos al avión y no volví a escuchar la frase “ si es ciudadano nicaragüense no puede…”

Postdata: no tengo ningún sentimiento de odio o rechazo a los costarricenses, sólo me molesta su falta de respeto a los nicaragüenses, aunque reconozco que no todos actúan de esta manera. En este blog sólo comparto una experiencia, mala por cierto, pero una experiencia nada más.

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