Onofre Guevara López
Fuera del calculado optimismo del
candidato opositor y sus amigos, no hay nada objetivo sobre qué basarse para
suponer que Nicolás Maduro no será elegido presidente de Venezuela. Maduro asumirá
el cargo sintiéndose portavoz “espiritual” de Hugo Chávez, con su culto totémico.
Su “socialismo del Siglo XXI”, parece espiritismo redivivo del Siglo XVI.
Las concepciones socialistas, Maduro las
traduce a las prácticas religiosas. La solidaridad con los pobres, la practica
como compasión; a las fuerzas productivas las sustituyen los milagros; la
organización y movilización de las masas las convierte en actos de fe, donde él
ejerce como “apóstol” del “Cristo de los pobres de América” (Chávez); los derechos
sociales son dádivas “cristianas”; la crítica y las demandas las anula por los
ruegos al cielo y al difunto; y los actos de justicia social los presenta como actos
piadosos.
Convertir al pueblo en feligrés de su
“religión” es una ofensa al pueblo y a la inteligencia. En Venezuela están
desperdiciando la oportunidad histórica de hacer de su revolución un instrumento
transformador científicamente orientado; los formidables recursos naturales y el
apoyo indiscutible de las masas, los están desperdiciando también. Existen muchas
distancias entre el socialismo venezolano y el del Este europeo, pero igual desperdicia
todo eso por el culto a la personalidad y al poder.
O sea, distorsionan el socialismo con
una burocracia fanática y fanatizadora. Es irracional estar manipulando la
mitomanía religiosa a nombre del “socialismo” igual que fundamentalistas
islámicos. Maduro está jugando en solitario su competición mitómana: un día
dice que Chávez, recién llegado al “cielo” tuvo que ver con el nombramiento Bertoglio
como papa. Ahora, entre otras ridiculeces, dice que el “espíritu” de Chávez
voló en torno de su cabeza, convertido en “pajarito chiquitico”, aconsejándole
y dándole su bendición.
Cuando se comenzó a oír del “socialismo
del Siglo XI” se supuso que era algo alternativo al “socialismo real”; se
imaginó un proyecto político socialismo no dogmático, sino según las
condiciones del desarrollo histórico y material de un país latinoamericano –con
muchas riquezas materiales y sin tecnología— proyectándose libre, soberano e independiente.
Como una nueva vía hacia los cambios económicos-sociales que enriqueciera las
perspectivas de este colectivo continental de países empobrecidos.
Se pensó que un tal proyecto podría reivindicar
las banderas de la democracia y de los derechos humanos que el “socialismo real”
no solo se las dejó arrebatar por sus adversarios históricos, sino que también se
olvidó de ellos, o los trató como si fueran instrumentos políticos de sus
enemigos. Pero el gobierno venezolano, como su gobierno subsidiario en
Nicaragua, la idea socialista está siendo distorsionada, y en vez de unir justicia
social con democracia, “hablan” con pajaritos consejeros sobre cómo continuar controlando
el poder.
Con el apoyo de masas que tiene el
proyecto venezolano, Maduro no necesitaba violar la Constitución para ser presidente.
Tampoco necesita loar como herencia divina la arbitraria voluntad de Chávez de
“nombrarlo” presidente “encargado” al
margen del mandato constitucional. Su origen de clase y su trayectoria podrían
ser banderas para tratar de ganarse el crédito popular, pero las desdeñó por el
afán ridículo de fingirse “apóstol” de un “Cristo” inventado.
Los gobernantes mesiánicos hacen pasar la
democracia, la libertad y la justicia como regalos divinos. No les interesa orientar
a las masas para que les conozcan su origen social, y luchen por hacerlas realidad,
porque tratan de evitar que las masas les vean crecer sus intereses en
desproporción y en contradicción con su prédica “cristiana-socialista”. Por
ello desechan las concepciones científicas y asumen mitomanías religiosas.
Maduro pregona que el “espíritu” de
Chávez le ronda en forma pajarito, trayéndole mensajes “desde el más allá”
acerca de cómo conducir el país, porque así se libera de pensar por sí mismo. Para
él la dialéctica no existe, y en el pensamiento de Chávez quedaron petrificadas
todas las verdades para hoy, para siempre
y para todas las situaciones.
Venezuela… ¡qué lástima de revolución!
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