María
Lourdes Cortés
Con una
trayectoria de más de 600 canciones, muchas de ellas inéditas, que cubre una
carrera de 50 años, Silvio
Rodríguez se niega a
limitar la temática de sus composiciones. Si se analizan sus temas, imágenes,
personajes y lugares, su obra total discurre en un fluir constante por las
mismas preocupaciones que trascienden el espacio restringido de una sola
materia y abarcan un imaginario donde se mezcla la vida, la tradición musical y
la cultura.
Tres temas
primordiales atraviesan su creación, tanto de manera explícita como implícita:
el amor, la patria –o el tema sociohistórico– y la postura autorreflexiva como
trovador.
Hoy mi deber (1979), tema en el que la pasión amorosa se integra
con el compromiso político, o Pequeña serenata diurna (1974), en el que
plantea la triada país/mujer/canto, son ejemplos de esta imbricación orgánica y
de la dificultad de restringir temáticamente su obra.
Sin embargo,
al lado de la conciencia ética y de su posición ideológica, Rodríguez se vale
de intertextos culturales para desarrollar un mundo maravilloso poblado de
seres mágicos provenientes de diversos contextos míticos, simbólicos y
literarios.
La
enciclopedia cultural de la que se nutre es infinita. Va de lo mitológico a lo
histórico, pasando por los cuentos de hadas, la literatura, la pintura, el
cine, las más diversas tradiciones musicales e incluso una metaforización del
mundo contemporáneo que escapa del discurso directo que, de forma
reduccionista, se ha identificado con la trova cubana o latinoamericana.
Más allá del unicornio' Una de sus canciones más populares es Unicornio (1981),
que en ocasiones fue interpretada ingenua o maliciosamente como el robo de unos
pantalones jeans. Más allá de la quimera perdida, en el mundo de
Rodríguez abundan otros caballos míticos, como pegasos y centauros, gigantes,
brujas, princesas, bosques encantados, aventureros y una corte celestial de
ángeles.
La primera mentira (1969) da inicio a un ciclo que lo aleja de la canción
política tradicional. En ella relata cómo, al internarse en un bosque, creyó
descubrir maravillas –una piedra que cantaba, una fuente de aguas de oro–, pero
era un espejismo. La búsqueda –otro tópico primordial del cantautor–, que
corresponde al príncipe de los cuentos y al aventurero de los primeros cantos
épicos, es un compendio de mitología occidental:
Quería una princesa convertida en un dragón, / quería el hacha deun
brujo para echarla en mi zurrón, / quería un vellocino de oro para un reino, /
quería que Virgilio me llevara al infierno, / quería ir hasta el cielo en un
frijol sembrado, / y ya.
Sin embargo,
en sus canciones, a diferencia de los cuentos de hadas, las ficciones no
conducen a la felicidad y al engaño, sino a la aceptación de la condición
humana.
El trovador
descubre que el primer fabulador profirió “la primera mentira”; se percata de
que el lenguaje está hecho de símbolos y de que las ficciones contribuyen a
darle sentido a la vida.
Rodríguez se
sitúa en lo que podríamos llamar la “paradoja de Cervantes”: sin los sueños, la
existencia es imposible (don Quijote); a la vez, es indispensable encarar el
futuro desde el pragmatismo (Sancho Panza). El mundo no es solo el lugar
estático de la ilusión, sino el espacio cambiante de las contradicciones.
Unicornio también plantea otra característica esencial de lo humano: la pérdida,
la escisión original de nuestra condición, la insatisfacción permanente, el
faltante que nos lleva a desear lo imposible y que, conforme nos incompleta,
nos revela el destino posible, el motor de la vida. La mitad de lo que somos es
lo que nunca hemos sido, pero que buscamos con ansias.
En la
grandeza, nos recuerda Rodríguez, reside nuestra pequeñez, la imposibilidad de
trascender los límites humanos. El gigante (de Segunda cita,
2012) ya no es la figura fantástica, aterradora y poderosa, sino un niño
indefenso que pierde su reino:
Un gigante / cuando era infante, / lanzaba pedos / que daban miedo. / Y
aquel bellaco / a un gran saco / fue traspuesto / por molesto.
De fábulas y caminos' El mar ofrece otros mitos a Silvio Rodríguez. No solo
nació circundado por el Caribe, sino que, en 1969, siendo muy joven, se embarcó
en el pesquero Playa Girón en busca de sus propias aventuras. Muchos de
sus textos, dedicados a esta temática, están reunidos en Canciones del mar
(1996).
En Quién
fuera (1990), los grandes relatos de aventuras, encarnados por Simbad (de Las
mil y una noches), el capitán Nemo (de una novela de Julio Verne) y Jacques
Cousteau (el explorador submarino francés) lo colocan “en el umbral de tu
misterio”, “al pie del mar de los delirios”.
La búsqueda,
la aventura existencial y el viaje interior –dentro de sí mismo–, como Camino
a Camaguey (1983), Canto arena (1975) y Vamos a andar (1978),
también son temas recurrentes en su obra y apuntan a recuperar la presencia de
lo mítico en el mundo contemporáneo.
La Fábula
de los tres hermanos (1977) reelabora la tradición oral. En estas
historias, emparentadas con los cuentos de caminos de la literatura
indoeuropea, una serie de pruebas le permite al héroe alcanzar su objetivo. En
el texto de Rodríguez se oponen de nuevo el pragmatismo, representado por el
hermano mayor –que mira el camino que pisa–, y el idealismo del hermano del
medio –pendiente del horizonte–.
No obstante,
aunque el menor es el que llega más lejos, ninguno de los tres vence el desafío,
y la canción rehúye el final feliz. En Rodríguez no hay fábulas morales, sino
una lúcida invocación a meditar sobre el sentido de los actos humanos.
“Óyeme esto
y dime, dime lo que piensas tú”, dice al final de Fábula de los tres
hermanos.
Ángeles y brujas. Los seres alados tienen un lugar crucial en Cita
con ángeles (2003). En este texto, Silvio Rodríguez realiza un recorrido
por algunas de las muertes y los asesinatos más absurdos de la historia:
Giordano Bruno, José Martí, Federico García Lorca, Martin Luther King, Salvador
Allende y John Lennon. También hace referencia al lanzamiento de la bomba
atómica en Hiroshima, en 1945, y al ataque a las Torres Gemelas de Nueva York,
el 11 de setiembre del 2001.
¿Dónde
estaban los ángeles guardianes? ¿Qué los distrajo? Rodríguez dirige su
interpelación hacia la responsabilidad colectiva. Si bien el pensamiento
mágico-religioso es fundamental en la historia de la cultura, las decisiones
son humanas:
Pobres los ángeles urgentes / que nunca llegan a salvarnos. / ¿Será que
son incompetentes / o que no hay forma de ayudarnos? / Para evitarles más
dolores / y cuentas del sicoanalista, / seamos un tilín mejores / y mucho menos
egoístas.
Dentro del
imaginario maravilloso de Rodríguez, los seres malignos, que le hacen difícil
el trabajo a los ángeles, provienen del ciclo medieval del rey Arturo. En Camelot
(2003), las brujas, dragones, calderos y personajes diminutos se convierten en
fábulas de la guerra y sus promotores. Sin embargo, no se trata de la
referencia directa de la canción política, sino de una farsa caricaturesca,
fantástica y burlona:
Dos contrahechos del norte / y un enano de alcahuete, / sádicos
abominables, / reclutan tribus y cortes, / para gestión de grilletes / y
corazones de sable.
Ángeles y
brujas se encuentran en permanente tensión, en un carnaval de imágenes, en una
metáfora de la lucha entre el bien y el mal.
Rodríguez
nos invoca y nos convoca desde hace 50 años con su voz y sus símbolos. Al
iluminar con imágenes mitológicas temas complejos de la cultura, la filosofía y
la política, también ilumina nuestra comprensión de la condición humana.
Escuchar e interpretar su obra –aun aquella que parece más sencilla por su
alusión al imaginario universal– es un desafío permanente a comprenderlo, a
apropiárselo como poeta y cantautor del tiempo que nos ha tocado vivir.
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