Por Carla Pravisani
Conocer a Gioconda Belli es aprender que la literatura también tiene sus días soleados y que la esperanza siempre es una espada. En su juventud fue parte de quienes triunfaron con la revolución sandinista en Nicaragua, y hoy en su avanzada juventud, con un gobierno que nuevamente huele a dictadura, Gioconda tampoco se rinde. Sabe que los cambios llegan y que para eso hay que tener mucha paciencia. Mientras tanto ella escribe: teje y desteje la utopía con palabras. Con más de veinte libros publicados en todos los idiomas es una de las escritoras más reconocidas de América Latina.
Gioconda, ¿quiénes fueron tus mentores tanto en prosa como en poesía?
Cuando yo empecé a escribir poesía mis primeros mentores fueron Francisco de Asís Fernandez y Carlos Alemán Ocampo. Más adelante José Coronel Urtrecho y Carlos Martínez Rivas fueron muy importantes para mí. Coronel me adoptó literariamente. Recuerdo que yo quería estudiar lingüística y él me dijo: “¡Ni se te ocurra!”.
¿Por qué?
Porque pensaba que yo debía conservar la espontaneidad como parte de mi esencia creativa.
¿Y a quién más podrías citar en el camino del aprendizaje?
El resto de mis mentores están casi todos muertos. Tengo un libro que lo ando conmigo siempre que se llama El oficio del escritor, tiene las entrevistas más extraordinarias del Paris Review, con gente como Hemingway, Elliot, Katherin Porter, Faulkner y eso me ha servido muchísimo. Además, ahora en twitter hay un lugar que se llama Brain Pickings, dónde una mujer que se llama María Popova publica constantemente cuestiones de cómo meterse en la mente de los escritores y estar viendo qué pasa ahí. Tengo un ejercicio casi semanal de revisar el proceso de otra gente. Entender los baches creativos y cómo cada quien estructura su trabajo.
En tu primera época que es lo que más te interesaba en tu literatura? ¿Qué es lo que querías lograr?
Yo pienso que mis primeros libros de poemas, la primera novela incluso me salieron muy espontáneamente. Y que la preocupación estética propiamente dicha como me la estás planteando vos estaba supeditada a la necesidad de decir o de contar una determinada historia.
¿Y cuándo ya te diste cuenta de cuáles eran tus herramientas instintivas cómo fue el proceso crítico para no caer en tus propias trampas creativas?
El proceso crítico es continuo, uno aprende al trompón y a la patada. Cuando escribí El país bajo mi piel tuve la suerte de tener una editora en España, una correctora de estilo que me mandó el manuscrito lleno de correcciones. Cuando lo vi, pensé: ¡Y ésta qué se cree! Pero después me puse a ver con atención todo lo que me señalaba. La humildad en el escritor es importante. Cuando valoré cada corrección, fui captando sus razones. Comprendí cuanto debía esmerarme en aprehender el lenguaje, desde el conocimiento profundo de los mecanismos del idioma.
¿Qué es lo que te interesa encontrar cuando escribís un poema?
La máxima concentración de sentido con el mínimo recurso. Eso es algo que aprendí muy pronto: que la poesía tiene que ser como un puño cerrado. Hay que tener una visión muy crítica de lo que hacés. Porque es muy fácil enamorarse de la propia palabra. Y hay que dilucidar qué es lo esencial y que sobra. Esa es una de las escuelas más importantes por las que uno pasa. Y el idioma es un arte, no es nada más saber que querés decir algo, sino que tenés que convertirte en un orfebre de tu lengua y tenés que conocerla y trabajar como un artesano trabaja la madera.
Muchos han descrito tu poesía como poesía “vitalista”. ¿Coincidís con esa afirmación?
Sí, es más vitalista que racional o intelectual. Siento que tengo una conexión profunda con la emotividad y que esa es la razón que permite al lector identificarse con lo que yo estoy contando y creo que ese es el elemento intuitivo de mi escritura. La parte estética se desarrolló después.
En Latinoamérica hay dos grandes nombres femeninos en literatura que a la vez son fenómenos en ventas: el tuyo y el de Isabel Allende. ¿Eso te condiciona a la hora de inventar o de escribir?
La comparación que se hace con Isabel Allende no es justa. Las cifras de venta de Isabel Allende no tienen nada que ver con las mías. Isabel Allende sí es un best-seller. Yo tuve una novela, La Mujer habitada, que tuvo buenas ventas en Alemania y España, pero nada que ver con el éxito comercial de Isabel Allende. Ella ha mantenido un tono, un estilo. Mi literatura es una exploración constante de diversos temas. Yo he escrito desde la novela de la revolución como en el caso de La mujer Habitada, hasta una novela futurista como Waslala, pasando por otras como El Pergamino de la Seducción o el Infinito en la Palma de la Mano, donde incursiono en la historia, en el mito. Y es que yo me enamoro de historias. Y a veces las novelas se conectan bien con el público y a veces no. Hay una cierta injusticia en la manera en que me valoran con respecto a mi trabajo. Yo no me considero un éxito comercial, pero debido al que obtuve con La Mujer Habitada, me han querido poner en un nicho “comercial”, me han cobrado el éxito, como lo hacen con todas las escritoras exitosas de América Latina. Cuando una mujer tiene éxito la acusan de escribir literatura “light”; el éxito de los hombres lo consideran mucho más respetable.
¿En qué sentido?
Estoy segura que mucha de la crítica a mi trabajo proviene de quienes no conocen mis libros. Es un estigma que nos cae a muchas escritoras latinoamericanas. Me lo han dicho hasta en mi Facebook: que yo escribo novelas románticas sin importancia y que trato de hacerlas relevantes. Cada quién tiene derecho a pensar cómo le de la gana, pero si me preguntás qué elementos me afectan a la hora de escribir… ese es uno con el que tengo que estar batallando.
¿En qué te condiciona?
No quiero que la crítica me influya a sentir que lo que yo hago está mal hecho y que tengo que buscar cómo ser intelectual y cómo escribir como hombre.
¿Ni los premios que validan tu calidad literaria te blindan contra esa mirada despectiva?
No, fíjate que yo he ganado premios importantes: El Biblioteca Breve, por ejemplo, me hizo sentir muy valorada. El premio es prestigioso, el jurado era muy bueno… Yo pienso que El Infinito en la Palma de la Mano es mi mejor novela. Pienso que tiene tantas capas, tantos niveles de profundidad, tantos cuestionamientos a la manera tradicional de concebir la religión, la mujer, la evolución, la vida misma. ¡Y que además fue una novela que trabajé muchísimo en términos de lenguaje!
¿Qué querías lograr?
Quería que ese lenguaje inscrito dentro de un mundo primitivo pudiera transmitir la complejidad de los sentimientos que tenían los personajes; y eso fue bien difícil. Y fue muy hermoso, porque fue un reto que me obligó a un alto nivel de estudio y de investigación…
¿Cuánto tiempo estuviste investigando para poder escribirla?
Pasé varios años, tal vez cinco. Y la escribí finalmente como en nueve meses.
El país bajo mi piel también es un libro que tiene una prosa muy destacada…
Desde el punto de vista estético yo creo que he llegado a tener dominio sobre el lenguaje. Hace poco me pidieron La Mujer Habitada para una reimpresión y yo les dije: “¡Espérenme porque cuando escribí esa novela le eché comas con un salero. No revisé la historia pero revisé la estructura y corregí esas fallas técnicas. En ese nivel siento que he adquirido dominio del medio. Y ahora lo que necesito es retarme a contar las historias que quiero contar y buscar cómo romper la estructura formal.
¿En la estructura de El país de las Mujeres hay algo de esa búsqueda?
Sí, estéticamente me gustaría hacer una novela que tuviera más que ver con la manera en la que funcionamos actualmente. Esa atención dispersa, ese reto al lector a descubrir la novela en el proceso de leerla. No se trata de caer en la híper experimentación que más bien creo es un exhibicionismo retórico.
¿Con el planteamiento político de tu novela El país de las Mujeres qué temores tenías?
No tenía miedos, tenía esperanzas. Tenía mucha ilusión de que esa novela trascendiera la mera fantasía de la novela y se convirtiera en un motor de ideas.
De hecho lo logró, hay muchos PIES diseminados en muchos países. Supe que en algún momento te propusieron hacer un partido político con el PIE (Partido de la Izquierda Erótica) en Nicaragua ¿por qué no quisiste?
¿Cómo no? Nosotras hemos formado un partido.
Me refiero a que no lo hicieron en un país específico…
Bueno, porque la idea era generar un movimiento que tuviera que ver con la mujer y que desafiara un poco la construcción tradicional del partido político. La novela cuestiona el ejercicio del poder tal y como existe. Y queríamos hacerlo de una manera mucho menos fijada en la forma y más fijada en el contenido. Más creativa y experimental.
¿La idea de la política como experimento te seduce?
Sí, además la literatura ha generado actitudes de cambio en mi vida que fueron fundamentales. Mis mayores maestros han sido los libros. Lo que leí hizo que yo hiciera todo lo que hice. Y yo estoy convencida del potencial revolucionario y transformador de la literatura. Pienso que en todas mis novelas ha habido un poco de eso. Tratar de pensar cómo puede un libro cambiar una perspectiva, una manera de ver
¿Cómo fue conciliar la literatura con la maternidad de cuatro hijos?
Yo las concilié porque tuve afortunadamente quién me ayudara, esa es la verdad. No creo que exista otra manera. Y, en el caso de mi última hija, me ayudó mi marido. Porque cuando escribí los demás libros, yo estaba mucho más joven y ellos ya no eran bebés. Con La mujer habitada, mi hijo Camilo tenía diez años. Pero en el 94 que vino la bebé, me ayudaba mi esposo y una señora que trabajaba conmigo. Y yo tenía mis horas de escritura. Además he tenido la capacidad de visualizarme a mi misma como una máquina de DVD. Yo estaba viendo una película y cuando alguien me interrumpía, entonces yo apretaba el botón de “pausa”, y luego de hacer lo que tenía que hacer, volvía a apretar el botón de “play” y volvían las imágenes a mi cabeza.
¿En poesía también?
En poesía es imposible. En poesía te puedo decir exactamente el momento en que me interrumpieron. Ya el poema que iba a escribir no existe. Es un poema forzado, que tengo que recoger de lo que creí que estaba escribiendo. El poema tiene que ser una sola cosa y escribirse de principio a fin.
¿Escribís de mañana, de noche? ¿Durante cuánto tiempo?
Depende del estadio en que esté el proceso. El inicio de la novela es la parte más difícil, la más dolorosa. Porque me siento como un perro que está dando vueltas alrededor de un hueso y le tiene terror al hueso. Eso es lo que siento. Entonces voy a la computadora, escribo tres o cuatro palabras y me voy. Estoy todo el tiempo temiendo en que la idea que me parece fabulosa me resulte banal. Eso me lleva a postergar: Leo, escribo una página, tomo notas… no tengo ningún orden.
¿Y cuándo sentís que tenés algo?
Cuando la novela me atrapa, cuando ya siento que escribí más de cincuenta páginas (normalmente ese es mi límite, tengo montones de cincuenta páginas de ideas que no he terminado, que no sentí que me hubieran atrapado) pero cuando ya paso de las cincuenta páginas yo ya sé que ahí está la novela. Y ya ahí es fácil y más bien es al revés: se me vuelve la vida difícil porque no quisiera hacer otra cosa que escribir.
¿Y cómo es ese período?
Voy robándole el tiempo a todo. Me estorban las cenas, los compromisos, que me hablen. Pero como no puedo hacer eso porque tengo una vida, entonces normalmente me levanto tarde (porque me acuesto tardísimo), contesto correos como hasta las diez, once de la mañana, y de ahí me pongo a trabajar hasta que ya no tengo aliento.
Simenon en una entrevista del Paris Review contaba que se tenía hacer un chequeo médico completo luego de terminar una novela.
Cuando ya voy a terminar lo más interesante que me asalta es la idea de que me voy a morir. Paso con el terror de que me voy a morir y que no la voy a poder terminar, no sé por qué. Me entra una gran angustia. O de que va a haber un terremoto y voy a perder toda la novela.
¿No la imprimís?
No, no la imprimo. Yo hago un montón de copias digitales, y duermo con la llave de memoria, esas llavecitas que hay ahora para copiar los archivos de las computadoras en mi cartera.. La pongo en mi bolso a la orilla de la cama. Si tengo que salir corriendo, si pasa cualquier cosa, está conmigo.
Tenés la idea instalada de que puede ocurrir un desastre natural en cualquier momento…
He vivido dos terremotos bien fuertes en mi vida: uno en Managua y otro en Los Ángeles. ¡Ah! Y otra cosa que hago cuando estoy terminando la novela es que me voy a un hotel, para hacer las correcciones. Y en el hotel no hago otra cosa que escribir. No como fuera del cuarto, no enciendo la televisión. No salgo literalmente y eso me hace feliz.
¿Y algo qué te gusta comer particularmente cuando escribís?
Antes fumaba, pero ahora que dejé de fumar como muchas nueces. Soy increíblemente oral. Y ahora lo que me tiene más fregada es internet…
¿Te interrumpe mucho?
Sí, es terrible. Entonces yo lo que hacía también (que ahora es más difícil porque hay wirelesspor todas partes) era irme a un lugar dónde no había conexión. Yo tenía una oficina —porque me tuve que ir de mi casa en cierto momento porque ya eran muchas las interrupciones, solo me podían llamar si se había muerto alguien- en la oficina no tenía conexión de internet y eso era perfecto. Ahora tengo más problemas, porque cuando me topo con una traba, me distraigo en internet ¡y eso es fatal! ¡El tiempo que uno pierde! Pero también es maravillosa la posibilidad de la investigación, cuanto podés hacer con internet en término de recursos.
Ahora que enseñaste un semestre de creación literaria en la Universidad de California, Channel Islands; ¿cuáles eran los factores más importantes que te interesaba transmitirles a los alumnos acerca de la escritura?
La imaginación. Yo pienso que los talleres creativos se concentran tanto en la estructura, en la forma, que a veces uno puede leer novelas perfectamente escritas que no dicen nada. Lo más importante era que los alumnos indagaran dentro de sí mismos.
Encontrar cuáles eran las historias que ellos necesitaban contar…
Exacto, y por qué y dónde estaba ese gatillo que los iba a hacer sacar esa historia de su cabeza y cómo iban a quitarse ese bagaje del “deber ser”, porque las fórmula para escribir a mí me preocupan. Porque están haciendo creer a mucha gente que escribir es tener una idea y ponerse a escribirla según ciertas normas. Les falta esa intensidad, eso que se aprende en la vida. Para escribir hay que vivir. La fórmula no suple la experiencia vital. Un chavalo en los Estados Unidos me decía: es que yo no tengo en mi vida nada interesante… entonces se metió en la fantasía. Hizo eso que se llama fan-fiction.
Cómo la novela Las cincuenta sombras de Grey…
Sí, por ejemplo, E.L.James empezó a escribir fan fiction de la novela Crepúsculo. En la novela que ella escribió, el protagonista es el mismo, el lugar es el mismo, la muchacha es igualita. La diferencia es que el peligro que ella corre no es de que la muerda un vampiro, sino de que el hombre del que se enamora –el sádico- la obligue a someterse a sus castigos. El género fantástico está teniendo un enorme auge porque en la vida cotidiana hay mucho vacío.
¿De la literatura escrita por mujeres cuáles son tus autoras preferidas?
Me encanta Rosa Montero, me parece que ella explora mucho. También Angeles Mastretta, es accesible con una gran calidad y tiene mucho humor. Laura Restrepo me parece fantástica. Tiene una novela que se llama Leopardo al sol que es como Cien años de Soledad de la mafia pero que pasó sin pena ni gloria. También Elsa Osorio, una escritora argentina que me parece bien interesante…
¿Y narradores hombres que te interesen?
Santiago Rocangiolo, Juan Gabriel Vásquez con El ruido de las cosas al caer esa novela me cautivó desde el título. También Bolaño tenía una prosa increíble…
¿Cómo te gustaría ser recordada?
Pues yo aspiro es a hacer una obra trascendente. Siento que he trabajado durísimo para que cada libro mío sea mejor que el anterior.
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