Onofre Guevara López
Cuando aquí asomaron los movimientos
sociales y políticos no tradicionales –años 20-30, Siglo XX—, no tenían una definición
ideológica, pero se les acusó de “marxistas”, como pretexto para reprimirlos. Antes
que surgiera el Partido Socialista (1944) solo existían nociones del marxismo y
esfuerzos por dominarlo. Años después, lo intentó el FSLN y otros.
Todos crecieron con déficits de teoría marxista,
pero en el Frente se hizo más obvio por haber sido el que asumió funciones de
gobierno. Y se hizo notorio que –excepciones aparte— no se había entendido el
pensamiento de Ricardo Morales de estudiar la realidad nicaragüense como
marxistas y aplicar el marxismo a la realidad como nicaragüenses.
El Partido Conservador no necesitó de ninguna
teoría progresista, porque su función histórica fue preservar el orden establecido;
el Partido Liberal hizo reformas progresistas, pero se agotó en sus limitaciones,
y llegó la restauración conservadora con las armas norteamericanas. Luego, los
liberales devinieron en administradores del sistema restaurado bajo tutela gringa.
El Frente asumió el poder con
pretensiones de hacer cambios estructurales al sistema político-social; pero, sus
limitaciones coincidieron con la injerencia norteamericana –con sus aliados
libero-conservadores—, y frustraron la revolución. En los 90 vino otra
restauración, y hubo tres gobiernos ni chichas ni limonadas, pero cultores del
viejo sistema social, y cobraron los agravios al Estado. Pero, aunque no tan voluntariamente,
respetaron las libertades públicas que la revolución conquistó y no pudo
administrar.
Hoy, ¿qué tipo de gobierno existe? Una farsa
de revolución.
La DN de los ochentas, con su ejercicio
colectivo del poder, encubrió los déficits teóricos, y resaltó errores, como dar
un feudo estatal a cada señor y un señor a cada feudo. Y cada quien no siempre ejerció
de acuerdo a las necesidades del proceso.
Daniel Ortega, quien se había sacado la
rifa del gobierno, cobijó con la sombra del poder el cultivo de sus ambiciones,
y después de 16 años mandando desde abajo, con astucia, golpes bajos y pactos
volvió al poder, pero ya no con la revolución si no con su máscara.
Sus déficits teóricos marxistas ya no
eran saldables con tanto poder y dinero; entonces “fusionó” el verbo revolucionario
con los rituales míticos- religiosos; con frases alegóricas al socialismo y al
cristianismo, es decir, frases como cáscaras sin frutos que guardar; su
discurso es ecléctico. Y al unísono con sacerdotes y pastores exclama, entre
otras consignas, somos “bendecidos, prosperados y en victorias”.
Los campos, las calles y las casas que
un día se llenador de humo y sangre del pueblo combatiente, Daniel las llenó con
sus iconos, convertido en líder único y omnisciente. Los que no aceptaron tal
falsificación, fueron purgados; y quienes se quedaron los dejó como adornos del
pasado revolucionario, decorándole el poder por buena paga. Y abrió los brazos a
lo que llama “la juventud”, una masa de muchachos sin historial de lucha ni
deseos de conocer el historial de anteriores generaciones, pero perfectos agitadores
uniformados que le alaban sin medida ni razón, porque sus generosos recursos son
su fuerza motriz.
Se supuso que con la teoría marxista se podría
interpretar mejor la realidad social para transformarla; ahora, el eclecticismo
orteguista trata de evitar los cambios. Ortega anatemiza al capitalismo
salvaje, pero bien que se lo administra al FMI (las reformas al INSS, por
ejemplo); se solaza y complace al FMI y al Cosep con una sana macro-economía, pero
a los pobres les engorda ilusiones con las promesas de que acabará con su pobreza.
Y solo ha puesto fin a su propia pobreza y a la de altos burócratas.
Desde la derecha pretenden combatir al
régimen de Ortega, acusándole de “marxista”. Favor que le hacen, y se los agradecerá,
porque esa cobertura “marxista”, le será útil para seguir succionando recursos
del Alba.
Últimamente, la segunda del clan Ortega-Murillo
le arrancó secretos al movimiento de los astros para estructurar los “gabinetes
de la familia”, pero no puede ocultar que, así como la “segunda etapa” de la
revolución no es modelo de cambio social, su modelo de familia tampoco sirve para
remodelar a las familias nicaragüenses.
Pero obliga a los maestros enseñar su
modelo de familia por 500 córdobas más, echándoles a perder su fin de semana o
los ingresos extras conseguidos con otras actividades. Daniel y Rosario
deberían asumir esa labor de enseñar cómo se construye una familia feliz y
bonita, porque su familia es el modelo. Pero tienen un problema: son muy recatados
y no pueden practicar la inmodestia.
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