Sobrio y solemne, Silvio
Rodríguez dio anoche un concierto verdaderamente memorable, en el Estadio
Ricardo Saprissa, en Tibás
Alessandro
Solís Lerici La música tiene caminos infinitos: anoche, miles de costarricenses se aposaron en Tibás para escuchar canciones que nacieron en el contexto cubano –del que tantas lecturas diferentes se puede hacer y que guarda complejas diferencias con el costarricense– y que mágicamente se volvieron declaraciones universales de amor, paz y compasión.
23 años pasaron
desde la última vez que el artista visitó Costa Rica. Tres presentaciones dio
en aquel momento, un recuerdo que quedó muy bien almacenado en el encéfalo de
los románticos de una o dos generaciones, que heredaron ese ímpetu por la obra
de Silvio Rodríguez a miles de jóvenes que hasta ayer pudieron vivir un
concierto suyo, en carne y hueso.
Departieron,
entonces, miles de micromundos. Miles de personas que vivieron situaciones
diferentes, que sufrieron (o sufren) la decepción de distintos regímenes, que
se debatieron ideologías y que no necesariamente están de acuerdo entre sí
mismos. Gente desemejante, cuyos pocos puntos en común coinciden con aquellas
frases universales y con el tren musical que Silvio protagoniza desde las cuerdas
de su guitarra acústica.
Para qué los
ojos cuando los oídos reciben toda la información que se debe procesar. Para
qué millones de luces elaboradas y fuegos artificiales que podrían
desconcentrar al receptor del mensaje original. Para qué tanto despliegue
espectacular cuando la música dice todo lo que se necesita saber.
A las 9:31 p.
m., las luces del estadio Saprissa reposaron y todos los ojos se enfocaron en
el escenario. “Vamos a ver a Silvio”, comentaban algunos, extasiados,
emocionados y todavía un poco incrédulos.
Sin ningún tipo
de charla introductoria, Silvio Rodríguez posó sobre el entarimado luego de una
introducción a dos guitarras y un bajo. Con sombrero blanco y una barba canosa,
el cubano entró al escenario, se cambió los anteojos y empezó a cantar Segunda
cita.
Parte de su
álbum del mismo nombre, lanzado en el 2010, Segunda cita fue la primera
ocasión en la que el artista se salió del protocolo e interpretó canciones no
tan conocidas en nuestro país.
Niurka González,
su cónyuge, figuró desde ese momento, en la flauta y el clarinete, sentada a su
lado y formando parte de su banda de apoyo, respaldada por pequeñas luces
azules, que le hacían segundas a las estrellas del viernes.
“Buenas noches,
tanto tiempo”, fueron sus primeras palabras, con el labio medio majado. “Viva
Cuba, viva Costa Rica, viva Venezuela, viva Bolivia, viva Ecuador, viva Puerto
Rico”, exclamó, indudablemente recibiendo el aplauso masivo del público
costarricense.
Días y flores fue el segundo tema de la velada,
antes de San Petersburgo, una canción que, según contó, nació en un
avión de La Habana a México, que hizo escala en Cancún y que vio a Silvio
compartir con Gabriel García Márquez.
De regreso a los
inicios del legendario cantautor, El mayor fue la más coreada de esa
primera parte del concierto. El tema pertenece a aquel famoso disco debut de
Silvio, Días y flores, publicado en 1975.
Nunca cedió el
público a ese educador actor de recibir el arte en la cara, de procesar el
momento preciado que se vivía y simplemente demostrar un respeto profundo por
un maestro de esa índole.
No muchos se
levantaban de su asiento, y algunos más bien aprovechaban la posición para
disimular un poco la montaña rusa de emociones que tonadas como Canción del
elegido los hacía sentir.
“Lo hermoso nos
cuesta la vida”, le coreaba el estadio completo a Silvio, en medio de esa
fulminante balada en pro de la paz.
Al cierre de
esta edición, el concierto apenas había avanzado hacia las seis canciones, de
un total de aproximadamente 15 que habían prometido las productoras Evenpro y
Ariel Rivas Entertainment.
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