El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 28 de abril de 2013

El multitudinario funeral del hombre de la barata


Guillermo Cortés Domínguez (*)

Diriamba. Enviado Especial de la Revista Medios y Mensajes.- No murió un prócer, pero oleadas interminables de gente pasaron anoche y esta madrugada por su vela, colmaron esta tarde la basílica de hermosas cúpulas, luego salieron pesarosas hacia el cementerio, y en el recorrido se encontraban con más gente que se arremolinaba en las esquinas para ver pasar el sepelio de un personaje singular, el más popular de esta ciudad: el hombre de la barata.

Durante medio siglo anunció defunciones, nacimientos y bautizos, cumpleaños y casamientos, la cartelera de cine, ofertas y promociones comerciales, eventos de todo tipo, sobre todo de su amado futbol, hizo colectas para los más pobres, para comprar un ataúd o para resolver un problema de salud, etcétera.

Administró por décadas el Teatro González, donde se montaban obras teatrales y se presentaban películas, como sigue sucediendo; durante muchos años fue árbitro de futbol; y toda actividad que realizaba, la hacía con alegría y pasión.

No crean que era cualquier hombre de la barata, se diferenciaba de sus colegas y eso le daba ventajas sobre ellos, por ejemplo, independientemente de lo que iba anunciando en ese momento, cuando pasada por la casa de la familia Cordero, invariablemente suspendía lo que iba haciendo, e imitaba un chiflido que identifica a esta familia, y decía el nombre de la señora de la casa: Teresita.

Era tal su ascendencia y popularidad entre los diriambinos, que durante su sepelio se rompieron todos los protocolos, por ejemplo, por primera vez salió a la calle en un funeral el famoso Toro Huaco, con sus vaquitas, sus máscaras y sus altos penachos coloridos. Por primera vez en Diriamba sonaron las campanas exclusivas de San Sebastián, que solo son tocadas cuando entra y sale este icono de la iglesia Católica. Ahora fue una excepción. ¿Cuántos años pasarán para que vuelva a suceder?

A la salida de la hermosa iglesia frente al parque central, la multitud escuchó las palabras oficiales de la familia doliente con un sentido homenaje a su pariente, y luego el cortejo enrumbó hacia el cementerio entre conmovedoras canciones como “Un amigo se va” y “Mi viejo”, interpretadas con pulcritud por un grupo de mariachis. No son canciones tristes, pero así sonaban, provocaban lágrimas.

No podía faltar tampoco la canción a los personajes de Diriamba que compuso Sergio Tapia, el artista nicaragüense que vive en Los Ángeles, California, que comienza precisamente hablando de este hombre, que era campechano, que era pícaro, que era una expresión del legítimo nicaragüense güegüense.

También iban los jugadores del gran equipo de casa, el tradicional Diriangén, cuya bandera negra con blanco cubría el féretro de su gran fanático, su gran anunciador, el hombre que contribuía a animar a la barra brava y no tan brava también, para que llegaran al estadio a apoyar al equipo de tantas alegrías y también de sinsabores en las derrotas.

Dos baratas iban adelante, dos de sus competidores, que en verdad no lo eran, porque él no tenía competencia, era el número uno por gran margen. Detrás seguía el vistoso Toro Huaco, los jugadores de fútbol y la multitud apelotonada, que en vez de extenderse a todo lo largo de las calles, se peleaba por ir al lado o inmediatamente adelante y detrás del catafalco.

El cortejo asomó a una esquina y de una calle apareció apresurado un hombre con una muleta que caminaba con dificultad: no quería perderse el cortejo, no se quedaría sentado en su casa o donde había estado, tenía que ver pasar el entierro del hombre de la barata y despedirlo en silencio.

Después de pasar las primeras líneas de tumbas con espléndidos mausoleos que rememoran tiempos de riqueza cafetalera, el sepelio pasó hacia el fondo del cementerio y la multitud se desparramó por sobre los túmulos de cemento cuadrados y rectangulares de diversas alturas y fueron ocupando posiciones, como en altas atalayas, para ver mejor el entierro.

Como suele suceder, después que algunos familiares han logrado contenerse durante muchas horas, al llegar el momento supremo del entierro, es decir, cuando depositan la caja en el fondo y comienzan las paladas de tierra, se oyó un estallido de dolor, gritos femeninos, ayes lastimeros y, sorpresivamente, también un “papaíto” desgarrador de un timbre masculino que después se soltó en llanto como si el cielo se hubiera partido y lloviera a mares. Era un nieto que se resistía a dejar ir a su abuelo y que tuvo que ser sacado de las cercanías de la tumba y auxiliado por varias mujeres.

¿Cuántos presidentes, cuántos líderes políticos, cuántos poderosos, cuántos ricos, cuántos oligarcas financieros no quisieran un entierro tan formidable? ¿Cómo no querrían una demostración popular tan masiva y tan cálida, tan fervorosa y tan espontánea, tan cariñosa y tan sincera? Pero no podrán. Ellos no son el hombre de la barata. Ellos no tienen lo que tenía Miguel Urtecho.

(*) Periodista.

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