Onofre Guevara López
Lo dicho. No existen los milagros. En
Venezuela lo demostró la elección del domingo 14 de abril lo con la fuerza que
del proceso de cambios se permite. No cuenta tanto si quien ganó es o no es el personaje
idóneo, si no lo que representa. Si lo representará bien o lo representará mal,
es cosa del futuro. Los hechos serán los determinantes.
Venezuela, como en todo el continente
colonizado por España y luego explotado Estados Unidos, demuestra que las
revoluciones no son las causas de las guerras ni de las confrontaciones
sociales, sino las consecuencias. Con las
revoluciones se altera la normalidad del orden establecido, porque tratan de
sanar históricas heridas. Y si corregir las desigualdades sociales heredadas se
hace con aciertos o con desaciertos, ese es otro asunto.
El analfabetismo, por ejemplo, no lo ha causado
ninguna revolución, es la que lo elimina. Igual sucede con los saldos negativos
de la salud pública, tan vinculada a la pobreza, como la educación, la
vivienda, el desempleo y la injusta distribución de la riqueza social. Corregir
todo eso provoca reacciones –y no precisamente pacíficas— en las clases que se
han beneficiado de ello. Las revoluciones se hacen cargo de pagar esas deudas
históricas y lo hacen enfrentando toda clase de reacción.
En Venezuela –el ejemplo inevitable de
hoy—, no fue la revolución la que subió a los cerros a los más pobres, sino la
que los está comenzando a bajar (y subiéndoles a la dignidad de una vivienda
decente). Igual transformación está ocurriendo con todos problemas.
El petróleo no está siendo explotado
ahora, sino antes por transnacionales y los gobiernos obsecuentes; ahora está
sirviendo para pagar enormes deudas sociales, y no hay más ganancias para ellas
ni para sus sirvientes locales. Ahora se usa para la solidaridad política,
igual que Carlos Andrés Pérez en su tiempo, aunque con otro sentido. El coro
internacional de “viudos” del petróleo echa lágrimas de cocodrilo, y la prensa
internacional les acompaña en su “dolor”, cuan “amante” de un licencioso
“viejo” rico, el imperio.
No estamos justificando el despilfarro
petrolero que puede haber detrás de la cooperación, tal como se evidencia con
nuestros “zánganos de la colmena”. Y hay que saber con certeza cuándo es un
intercambio comercial de mutua conveniencia –caso Cuba-Venezuela—, y cuándo es
para satisfacer ambiciones de gobernantes ilegítimos.
Eso debe saberlo ese pueblo que depositó
la mayoría de votos por el candidato Maduro; y demostrar que votó por algo más
que su discurso con trinos de pajaritos místico-mentirosos. La misión que le hace
falta al pueblo venezolano, es ponerle fin a las manipulaciones, creencias fanatizadas
y el culto a la personalidad del presidente Chávez. Respetar su memoria por todo
lo que le aportó al proceso, no hay porqué degenerarlo en idolatría.
Esa mitificación de Chávez, y esa
mixtificación del pensamiento socialista, no es nada positivo, porque deforma
la conciencia de las masas, y las desarma ideológicamente. Seguirlo haciendo es
tanto o más peligroso que los enemigos de la revolución, que no simples
adversarios ni demócratas, sino fascistas.
La derecha venezolana no necesita de su
herencia de 200 años para denigrarse a sí misma. Hace apenas once años, dio
muestras de ello cuando quiso cobrarse con la vida quienes osaron desplazarlos del
poder; con francotiradores mataron incluso a los suyos para crear el caos y
justificar el golpe de Estado. Durante apenas 47 horas que duró su golpe,
demostró odio extremo linchando a quienes les habían ganado el poder con
mayoría de votos; anulando la Constitución
recién aprobada, y cerrando medios de comunicación.
De forma vandálica agredieron a la
embajada Cuba –Capriles estuvo allí—, destruyeron vehículos, amenazando a sus
ocupantes –incluso a los niños que allí estaban— con matarlos de hambre y de
sed si no les entregaban a los “asilados”, actuando con primitivismo contra el
derecho internacional.
Los venezolanos recordaron todo eso en los
días de campaña electoral, y eso tuvo mucho mayor valor que todo lo manipulador
que pudiera haber sido el discurso de Maduro. Las imágenes televisivas de aquel
aquelarre reaccionario de los “demócratas” son de la historia reciente que
todos pueden recordar y reconocer a sus autores, como Capriles, cuya imagen es
la misma del candidato que les quiso seducir y del mismo individuo que participó
en la agresión a la embajada cubana y anduvo de cacería contra sus adversarios
políticos.
El proyecto popular
ganó en Venezuela; ojalá sus líderes no lo echen a perder con un vano “cristero-socialismo”.
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