El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

martes, 16 de abril de 2013

Pasó lo que debía pasar


Onofre Guevara López

Lo dicho. No existen los milagros. En Venezuela lo demostró la elección del domingo 14 de abril lo con la fuerza que del proceso de cambios se permite. No cuenta tanto si quien ganó es o no es el personaje idóneo, si no lo que representa. Si lo representará bien o lo representará mal, es cosa del futuro. Los hechos serán los determinantes.
Venezuela, como en todo el continente colonizado por España y luego explotado Estados Unidos, demuestra que las revoluciones no son las causas de las guerras ni de las confrontaciones sociales, sino las consecuencias.  Con las revoluciones se altera la normalidad del orden establecido, porque tratan de sanar históricas heridas. Y si corregir las desigualdades sociales heredadas se hace con aciertos o con desaciertos, ese es otro asunto.
El analfabetismo, por ejemplo, no lo ha causado ninguna revolución, es la que lo elimina. Igual sucede con los saldos negativos de la salud pública, tan vinculada a la pobreza, como la educación, la vivienda, el desempleo y la injusta distribución de la riqueza social. Corregir todo eso provoca reacciones –y no precisamente pacíficas— en las clases que se han beneficiado de ello. Las revoluciones se hacen cargo de pagar esas deudas históricas y lo hacen enfrentando toda clase de reacción.
En Venezuela –el ejemplo inevitable de hoy—, no fue la revolución la que subió a los cerros a los más pobres, sino la que los está comenzando a bajar (y subiéndoles a la dignidad de una vivienda decente). Igual transformación está ocurriendo con todos problemas.
El petróleo no está siendo explotado ahora, sino antes por transnacionales y los gobiernos obsecuentes; ahora está sirviendo para pagar enormes deudas sociales, y no hay más ganancias para ellas ni para sus sirvientes locales. Ahora se usa para la solidaridad política, igual que Carlos Andrés Pérez en su tiempo, aunque con otro sentido. El coro internacional de “viudos” del petróleo echa lágrimas de cocodrilo, y la prensa internacional les acompaña en su “dolor”, cuan “amante” de un licencioso “viejo” rico, el imperio.
No estamos justificando el despilfarro petrolero que puede haber detrás de la cooperación, tal como se evidencia con nuestros “zánganos de la colmena”. Y hay que saber con certeza cuándo es un intercambio comercial de mutua conveniencia –caso Cuba-Venezuela—, y cuándo es para satisfacer ambiciones de gobernantes ilegítimos.
Eso debe saberlo ese pueblo que depositó la mayoría de votos por el candidato Maduro; y demostrar que votó por algo más que su discurso con trinos de pajaritos místico-mentirosos. La misión que le hace falta al pueblo venezolano, es ponerle fin a las manipulaciones, creencias fanatizadas y el culto a la personalidad del presidente Chávez. Respetar su memoria por todo lo que le aportó al proceso, no hay porqué degenerarlo en idolatría. 
Esa mitificación de Chávez, y esa mixtificación del pensamiento socialista, no es nada positivo, porque deforma la conciencia de las masas, y las desarma ideológicamente. Seguirlo haciendo es tanto o más peligroso que los enemigos de la revolución, que no simples adversarios ni demócratas, sino fascistas.
La derecha venezolana no necesita de su herencia de 200 años para denigrarse a sí misma. Hace apenas once años, dio muestras de ello cuando quiso cobrarse con la vida quienes osaron desplazarlos del poder; con francotiradores mataron incluso a los suyos para crear el caos y justificar el golpe de Estado. Durante apenas 47 horas que duró su golpe, demostró odio extremo linchando a quienes les habían ganado el poder con mayoría de votos;  anulando la Constitución recién aprobada, y cerrando medios de comunicación.
De forma vandálica agredieron a la embajada Cuba –Capriles estuvo allí—, destruyeron vehículos, amenazando a sus ocupantes –incluso a los niños que allí estaban— con matarlos de hambre y de sed si no les entregaban a los “asilados”, actuando con primitivismo contra el derecho internacional.
Los venezolanos recordaron todo eso en los días de campaña electoral, y eso tuvo mucho mayor valor que todo lo manipulador que pudiera haber sido el discurso de Maduro. Las imágenes televisivas de aquel aquelarre reaccionario de los “demócratas” son de la historia reciente que todos pueden recordar y reconocer a sus autores, como Capriles, cuya imagen es la misma del candidato que les quiso seducir y del mismo individuo que participó en la agresión a la embajada cubana y anduvo de cacería contra sus adversarios políticos.
El proyecto popular ganó en Venezuela; ojalá sus líderes no lo echen a perder con un vano “cristero-socialismo”.  

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