Cuando
conocí a quien hoy es mi esposa, Isabel, allá por el año 88 u 89, creí que el
soñador era yo; a ella le atribuí otras características, que acaso también
posee y que yo suponía complementaban las mías. Estaba parcialmente equivocado.
Isabel, de carácter fuerte como un general –suelo decírselo en broma– o
simplemente como una científica (es médica de profesión, específicamente
citogenetista), ha vivido de utopía en utopía.
Esta mujer
desde el mes de noviembre (todo lo planificó con tiempo), me sumergió
nuevamente en una aventura, en las montañas del sur de Costa Rica, en Dúrika,
que forma parte de la cordillera de Talamanca, pero en el sector del pacífico.
La
“quijotada” fue una armazón, un invento de otro soñador, Ronald Rodríguez,
quien junto a su equipo de trabajo ha constituido una empresa “Mundo
Expediciones”, por medio de la cual se dedica –como dicen ellos mismos– “a
promover la cultura de expedicionistas responsables, promotores de sociedades
más justas y equitativas para todos”.
El cerro
Dúrika posee una altura impresionante de 3280 msnm. La comunidad del mismo
nombre (Fundación Dúrika o Reserva Biológica Dúrika), se localiza a 1650 msnm.
Allí fuimos a dar en cuanto despuntó el año nuevo, junto a otros 20
expedicionarios, incluido el mismo Ronald Rodríguez y su esposa.
La subida
(cerca de 4 km) que debíamos hacer a pie por calle de lastre, pero en extremo
empinada, fue aparatosa; al menos para Isabel y para mí, porque aparte de
nuestras edades que rondan los 60 años, ella está afectada por una dolencia que
dificulta que uno de sus pulmones trabaje bien, y en cuanto a mí, porque una
osteoartrosis me obstaculiza la marcha. Pero subimos... o mejor dicho, nos
subieron; a medio camino hubo de remolcarnos un vehículo a todo meter.
Desde 1989,
un grupo de costarricenses, profesionales casi todos, decidieron emprender un
viaje sin retorno a estas serranías. Cuando no había camino, debieron entonces
hombres y mujeres subir con todos sus aperos indispensables y con sus
pertenencias, a pie; así como también con sus sueños a la espalda.
Todo pesaba,
hasta los sueños pesaban. Pero, pudo más el deseo inconmensurable de realizar
una utopía. Simplemente, decidieron renunciar a la vida urbana, con el
propósito de desarrollar una comunidad autosuficiente, que adoptara un estilo
de vida sencillo y pacífico, basado –para decirlo con sus propias palabras– en
el respeto mutuo y el amor por la naturaleza. Los propósitos eran loables, sin
duda, pero las condiciones para lograrlos eran dificilísimas.
Las vencieron todas.
Allí se
fueron, como quien dice a refundirse y mimetizarse con la naturaleza pero, a
diferencia de la mayoría de los colonizadores de nuestro terruño no voltearon
la montaña a diestro y siniestro sino que, por el contrario, la rescataron de
la deforestación. Ese ha sido y es uno de sus primordiales ideales: vivir en
armonía con la naturaleza, no someterla, ni degradarla.
Los primeros
años, para poder ser, por decisión propia, los dúrikos vivieron aislados del
mundo, sin salir a ningún lado; esa fue parte de la filosofía al inicio,
aislarse para poder renunciar plenamente al consumismo voraz que con tanta
frecuencia carcome a la sociedad contemporánea, con el fin de edificar algo
diferente. Se la jugaron completa.
Esta
comunidad logró forjar la Reserva Biológica de Dúrika, rescatando más de 8500
hectáreas para la vida, protegiendo así especies de flora y fauna endémicas de
la zona, incluso algunas que estaban en peligro de extinción. Los legionarios
han logrado extender la Reserva Biológica Dúrika hasta los linderos del Parque
Internacional de la Amistad, que posee más de 1.000.000 de hectáreas, desde
Costa Rica hasta Panamá.
En Dúrika se
cultiva la tierra mediante agricultura orgánica, han construido su propia
planta hidroeléctrica, brindan servicios de atención médica, odontológica, dan
masajes terapéuticos y promueven, ahora como principal actividad, el
ecoturismo. Ellos mismos educan a sus hijos en una escuela construida al
efecto, la cual está reconocida por el MEP; las y los jóvenes estudian a
distancia en la secundaria y acuden a la formación universitaria, la mayoría de
ellos en la UNED.
Los miembros
de la comunidad se ven felices, realizados, cada uno cumpliendo una tarea que
complementa las de los demás. El sol parece más fulgurante en Dúrika. Una mañana
lo vi salir; el astro apareció como si solo le interesara anunciarse detrás de
un frondoso árbol, como si dormido, hubiese sido su huésped durante toda la
noche; Eugenio García (nuestro guía) nos lo hizo ver y nos estremecimos de
placer cuando comenzó a irradiar, iluminando poco a poco la montaña.
Dúrika, ese
experimento social, hoy interactúa con la sociedad costarricense, como de igual
a igual; es decir, sin dejarse devorar por el mercado, sin ceder ante la
pobreza, ni ante la desigualdad; quizás por eso conserva su vocación pacífica y
también su vida austera, y su lucha por la máxima igualdad social.
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