Nicaragua en el espejo de Venezuela
Nicaragua no se ve muy desfigurada en el espejo de Venezuela, de modo que muchas lecciones se pueden extraer de lo que está ocurriendo en ese país. Veamos algunas.
Primero, situaciones que lucen inconmovibles pueden cambiar de la noche a la mañana. ¿Quién podía anticipar hasta hace poco tiempo que el régimen chavista tendría la crisis que está enfrentando? Cualquiera que sea el desenlace una cosa es clara: el tránsito rápido de la aparente omnipotencia a la verificable vulnerabilidad.
Segundo, si con tantos recursos -un millón de millones de dólares de ingresos petroleros extraordinarios en una década- no se ha podido construir un proyecto permanente de dominio absoluto, ¿qué tal si no hubiese tenido tantos recursos, o deja de tenerlos en el futuro?
Tercero, no siempre existen las “herencias políticas”. Dos meses antes de morir, Chávez declaró a Maduro su heredero, y cuatro meses después éste perdió casi un millón de los votos de Chávez.
Cuarto, no todos los pobres, ni mucho menos, pese a sus carencias y necesidades, votan con el bolsillo. Un dirigente chavista declaró ofuscado, cuando se conocieron los resultados electorales: “no entiendo como los explotados pueden votar por los explotadores”. Independientemente de que los verdaderos explotadores son los que en vez de dar empleos, y por tanto independencia y dignidad, dan limosnas, esa expresión revela que en un país con mayoría de pobres, la mayoría de esos pobres no votaron por el candidato chavista.
Quinto, y relacionado con lo anterior, los apoyos políticos basados en “clientes” y no en ciudadanos, son extremadamente volátiles. Con prebendas y repartideras se construyen clientelas, no militancias.
Sexto, el chavismo, que ni remotamente ha resuelto de manera sostenible el problema de la pobreza, ha validado la tesis de la importancia de dar “voz” a los que no la habían tenido, los excluidos, como ha ocurrido en otros fenómenos semejantes como el peronismo en Argentina, el cardenismo en México, y el torrijismo y el arnulfismo en Panamá, para citar unos ejemplos. Y desde luego, el sandinismo en Nicaragua. La formidable fuerza electoral mostrada por el chavismo, ya sin Chávez, revela que Venezuela, dividida por mitades, requiere un proyecto nacional, y ahí está en parte la habilidad mostrada por Capriles quien ha sido capaz de no lucir como un “Don Me Opongo”, sino que ha tendido puentes hacia los votantes chavistas.
Séptimo, cuando se tiene capacidad de movilización y de calle, como lo ha demostrado la oposición venezolana, se ponen en movimiento los poderes arbitrales. La decisión del Consejo Nacional Electoral (CNE) accediendo a la petición de auditar los votos, inmediatamente antes de la reunión del Consejo de Jefes y Jefas de Estado de UNASUR (Unión de Naciones Sudamericanas), era el pasaporte que el supuestamente electo Presidente Maduro tenía que llevar a esa reunión para obtener, a cambio, su reconocimiento. Pero esa decisión tampoco se explicaría si las fuerzas armadas venezolanas estuviesen dispuestas a matar indiscriminadamente, lo que hace pensar que pese a la ideologización chavista esas fuerzas armadas están más cerca del caso Egipcio o Tunecino, que no aguantaron muchas muertes, que del caso Sirio en que las fuerzas armadas están actuando igual que la Guardia Nacional de Somoza, y seguramente terminarán igual.
Nicaragua, anotamos al principio, no se ve muy desfigurada en el espejo de Venezuela, pero algo desfigurada se ve. La principal diferencia es que en éste país, de mucha fragmentación partidaria en el sector no chavista, se ha logrado articular a toda la oposición, que esa oposición tiene un liderazgo consolidado, que ese liderazgo tiene un discurso que cala en sectores chavistas, y que ese liderazgo y esa oposición tienen capacidad de calle.
Prestemos atención a esas semejanzas y diferencias porque juntas indican el camino.
Somos ciudadanos, no clientes
Lo que en Venezuela está llegando a sus límites es un proyecto de poder con exclusión política de una parte importante de la sociedad. Esta es otra lección que los nicaragüenses conocemos por nuestra propia experiencia.
Pensé en lo anterior cuando recientemente estuve en Panamá. En medio del vértigo de prosperidad que se aprecia en ese país ha surgido un movimiento juvenil denominado “somos ciudadanos, no clientes”.
Se podría pensar que la prosperidad y el confort conducen a la indiferencia política. No es lo que ocurre con esos jóvenes panameños. Esa indiferencia se puede dar durante un período, pero no permanentemente. Recuerdo que cuando era joven y Nicaragua vivía un momento de gran crecimiento económico, éramos pocos los que desde el movimiento estudiantil martillábamos una y otra vez sobre las demandas democráticas. Y la oposición al somocismo estaba extremadamente debilitada, tanto por el pacto de Agüero con Somoza que había desacreditado al Partido Conservador, dónde se había nucleado hasta entonces la oposición al somocismo, como por la indiferencia de los sectores empresariales y de las clases medias.
¿Suena familiar, verdad? Y todo cambió. Por eso quiero alentar, a quienes me escuchan y leen, a no desfallecer en la esperanza democrática, ni acomodarse a una situación que, como lo demuestra nuestra propia experiencia, no puede ser permanente porque más temprano que tarde los nicaragüenses vamos a demostrar que “somos ciudadanos, no clientes”.
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