El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

miércoles, 10 de abril de 2013

EL ESTRECHO DUDOSO


Pedro García Domínguez

          Me nacieron en esa generación «de un tiempo loco que cobraba nuestra supervivencia en monedas de espanto», como dice Francisca Aguirre. Llegamos al incipiente decenio de los 60 con la mente luminosa y una insaciable avidez de alegrías en una España gris y ya convulsa. Las asambleas se sucedían en la madrileña Facultad de Medicina, poseídos por la avidez de libertad fraterna que manaba de las soflamas matutinas de un Agustín García Calvo visionario lúcido, heterodoxo y marginado, que naturalmente proclamaba la única solución posible y realista: la utopía, que no tardaría en llegar. La mayor parte de nuestro tiempo lo pasábamos en la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, en la mesa del fondo, junto al ventanal, que jocosamente denominábamos el ‘pudri’ (pudridero), donde César Ballester leía ávidamente su último hallazgo, un volumen de la revista Escorial con poemas de Hölderlin, traducidos por genial María Luisa Gefaell —esposa de Luis Felipe Vivanco—. «Es raudamente pasajero todo lo celestial, pero no en vano»; o en la muy codiciada biblioteca del Instituto de Cultura Hispánica, donde había que hacer cola para conseguir un asiento. Cultura Hispánica —así lo llamábamos— poseía un bar glorioso, frecuentado por gente de letras llegados de América, de la América hispanohablante. Allí te encontrabas con Borges, Ernesto Cardenal, Carlos Martínez Rivas, Luis Rocha, Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho; también con Pepe Hierro, Luis Rosales, Buero Vallejo, Carlos Barral, Paco Umbral —que trabajaba allí, en Mundo Hispánico— y muchos otros. Un día a la semana, ¿los jueves? aleatorio, acudíamos a la Tertulia Literaria Hispanoamericana, que habían fundado el poeta español Rafael Montesinos y el nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez, que fue quien tuvo la idea y Montesinos la de registrarla a su nombre, en  1952. En una de estas tertulias literarias, en la que leyera el inefable Juan Pérez Creus —acompañado de su despampanante esposa, Milena Vujic—, que por entonces ya había escrito los poemas satíricos de Maese Pérez y difundido el flagelante:

Montesinos: bulerías,
soleares.
Siempre nones, nunca pares
y un amagar y no dar
al Cantar de los Cantares.

          Recuerdo el año perfectamente —por una regla nemotécnica infalible—. A esa Tertulia Literaria acudió Antonio Gala acompañado de un apuesto joven poeta nicaragüense, Francisco de Asís Fernández Arellano sagaz, de nobles ademanes y belleza exótica. Yo estaba acompañado de Ignacio Gómez de Liaño y César Ballester. Después de la lectura poética de Juan Pérez Creus, solíamos, por aquel entonces ir a beber unos chatos de vino a la fábrica de cervezas conocida como el Laurel de Baco, que la guasa castiza madrileña antifranquista había rebautizado El Laurel de Paco, frente al Arco de la Victoria, en el paseo de San Bernardino, hoy Isaac Peral, donde había un inmenso merendero. La tertulia habría terminado a las 20.00 h y los que decidimos ir, emplearíamos en llegar unos 15 minutos, paseando por la Ciudad Universitaria. Recuerdo que Ramón Pedrós acompañaba alucinado a Milena;  mientras nosotros tres hacíamos amistad con un grupo de poetas nicaragüenses. Antonio Gala nos comunicó que al día siguiente se estrenaba una obra suya, Los verdes campos del Edén, y eso ocurrió el 20 de diciembre de 1963, en el Teatro María Guerrero, lugar y día del estreno. Luego los hechos que narro ocurrieron el día anterior. Cuando llevábamos ya varios chatos y cervezas, a Rafael Montesinos y a Marisa se les ocurrió convocar un juego escatológico de la güija, que estaba de moda. Yo lo desconocía y me tuvieron que explicar de qué se trataba. Cuando lo supe me retiré a otra mesa y conmigo Carlos Martínez Rivas y el resto de los nicaragüenses. Oímos la voz poderosa de Fernando Quiñones, que sugirió invocar en el tablero, el espíritu de Federico García Lorca. Súbitamente, Carlos Martínez Rivas se levantó y se pasó a la mesa de los nigromantes, impelido por un deseo irrefrenable. A prudente distancia presenciábamos el ajetreo de las manos, de la copa y de los cuerpos, en permanente vaivén.
— ¿Eres Federico García Lorca? Preguntaba Montesinos y la copa se iba al SI, con la emoción contenida de los intrépidos nigromantes.
— ¿Dónde estás? Y la copa recorría el alfabeto.
—E N E L  M AS A L L A, leían emocionados.
— ¿Y qué hay en el más allá?
—    U N D E S C O M U N A L S I L E N C I O. A cuantos vi, incluido yo mismo, se les demudó la color. Hubo un descomunal silencio y montesinos cerró el tablero de la güija y se lo entrego a un camarero.
Solamente, pasado los meses volvimos a hablar de la célebre güija.
Así nació una amistad entrañable que dura. De la que aún hay mucho que narrar.

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