VER:
Se muestran
diferentes imágenes de Jesús en la historia del arte, en la cultura popular o
en el cine. Contemplamos, dejamos aflorar nuestros sentimientos y vamos
idenficando qué me dicen cada una de esas imágenes. ¿Con cuál me quedó? ¿Por
qué?
PENSAR:
La resurrección de
Jesús fue una explosión de vida y esperanza que difícilmente podemos evocar
nosotros hoy desde nuestro mundo cultural. Sin duda se han perdido para siempre
muchos detalles de lo ocurrido, pero hay algo que no se puede negar: en la
primera mitad del siglo irrumpió de forma inesperada y con fuerza increíble en
el mundo mediterráneo un movimiento de seguidores de Jesús que rápidamente se
extendió por todo el Imperio. Cristo se convirtió para muchos en la vía para
acceder al misterio de Dios, para descubrir la verdad de la vida y para mirar
el futuro con una esperanza nueva.
El
impacto de la resurrección empuja a los seguidores de Jesús a buscar nombres y
títulos para tratar de expresar el “misterio” que intuyen ahora en él. La resurrección
les obliga a pensar: ¿con quién se han encontrado realmente en Galilea? ¿Quién
es este profeta que los ha seducido tanto con su vida y su mensaje? ¿Qué
misterio se encierra en este hombre al que la muerte no ha podido vencer?
¿Cuál es la verdadera identidad de este crucificado al que Dios ha resucitado
infundiéndole su propia vida? ¿Cómo lo tienen que llamar? ¿Cómo lo han de
anunciar?
Desde
el comienzo, los cristianos llaman a Jesús “Mesías” o “Cristo”. La palabra
“Mesías” proviene del término hebreo mashiah, que significa “ungido”. Su
equivalente en griego es “Cristo” Es un título central. El más usado por todos.
Así lo proclaman ya con entusiasmo los primeros predicadores: “Dios, al
resucitarlo, lo ha constituido "Cristo" o "Mesías"“ (Hechos
de los Apóstoles 2,36; 5,42; 9,22...). El Mesías al que tanto esperaban en
algunos ambientes ha sido crucificado. Parece increíble, pero ha sido así. No
hay que seguir esperando a nadie. Jesús es el Mesías. Por eso, con toda espontaneidad,
los seguidores de Jesús comienzan a llamarse “cristianos” o “mesianistas”. Fue
en Antioquía donde recibieron por primera vez ese nombre(Hechos de los
Apóstoles 11,26).
Poco
a poco, por influencia de Pablo, el término “Cristo” se irá convirtiendo en el
nombre propio de Jesús. Entre los cristianos se habla indistintamente de
“Jesús”, de “Cristo” o de “Jesucristo”. Probablemente, muchos creen hoy en
Cristo sin saber que “Cristo” quiere decir: liberador de injusticias y
opresiones, luchador por una vida más digna y justa, buscador del reino de Dios
y su justicia. Y se llaman “cristianos” sin sospechar que esta palabra quiere
decir “mesianistas”, buscadores de un mundo nuevo según el corazón de Dios,
luchadores por la paz y la justicia, portadores de esperanza para las víctimas.
“Hijo del hombre” no es propiamente un título
atribuido a Jesús. Nadie lo confiesa ni le invoca con ese nombre en la
comunidad cristiana. Es una manera de hablar que los evangelistas ponen en
labios de Jesús y que, antes que nada, subraya su condición humana: Jesús es un
ser humano y vulnerable, un “hijo de hombre” que no tiene dónde reclinar su
cabeza, que ha venido no a ser servido, sino a servir y dar su vida como
rescate, que siempre anda tras los excluidos y pecadores buscando salvar lo que
está perdido, un “Hijo de hombre” que, finalmente, será crucificado para
resucitar en el tercer día.
Jesús
es verdadero hombre; en él ha aparecido lo que es realmente ser humano:
solidario, compasivo, liberador, servidor de los últimos, buscador del reino de
Dios y su justicia... Es verdadero Dios; en él se hace presente el
verdadero Dios, el Dios de las víctimas y los crucificados, el Dios Amor, el
Dios que solo busca la vida y la dicha plena para todos sus hijos e hijas,
empezando siempre por los crucificados.
El
esfuerzo por aproximamos históricamente a Jesús nos invita a creyentes y no
creyentes, a poco creyentes o malos creyentes, a acercamos con fe más viva y
concreta al Misterio de Dios encarnado en la fragilidad de Jesús. Al ver sus
gestos y escuchar sus palabras podemos intuirlo mejor. Ahora “sabemos” que los
pequeños e indefensos ocupan un lugar privilegiado en su corazón de Padre. A
Dios le gusta abrazar a los niños de la calle y envolver con su bendición a los
enfermos y desgraciados. A los que lloran los quiere ver riendo, a los que
tienen hambre les quiere ver comer. Dios toca a leprosos e indeseables que
nosotros tememos tocar. No discrimina ni excluye a nadie de su amor. Acoge
como amigo a pecadores, desviados y gentes de vida ambigua. A nadie olvida, a
nadie da por perdido. Él tiene sus caminos para buscar y encontrar a quienes
las religiones olvidan. Siente compasión al contemplar a los que viven como
ovejas sin pastor y llora ante un mundo que no conoce los caminos de la paz.
Dios quiere que en la tierra reine su justicia, que los pueblos pongan su
mirada en los que sufren, que las religiones siembren compasión. Él ama a sus
criaturas hasta el extremo. Identificado en la cruz con todos los derrotados y
crucificados de la historia, Dios nos arrastra hacia sí mismo, a una vida
liberada del mal en la que ya no habrá muerte, ni penas, ni llanto, ni dolor.
Todo esto habrá pasado para siempre. Por toda la eternidad, Dios hará lo mismo
que hacía su Hijo por los caminos de Galilea: enjugar las lágrimas de nuestros
ojos y llenar nuestro corazón de dicha plena.
Según
un relato evangélico, estando Jesús de camino por la región de Cesarea de
Filipo, preguntó a sus discípulos qué se decía de él. Cuando ellos le
informaron de los rumores y expectativas que comenzaban a suscitarse entre la
gente, Jesús les preguntó directamente: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.
Transcurridos
veinte siglos, cualquier persona que se acerca con interés y honestidad a la
figura de Jesús, se encuentra enfrentado a esta pregunta: “¿Quién es Jesús? Esto
es lo primero y más decisivo: poner a Jesús en el centro del cristianismo.
ACTUAR:
A manera de
evaluación o síntesis final se invita a formar grupos de unas siete personas.
Se elige un nombre para el grupo, un coordinador y un secretario. Recordando lo
visto a lo largo del curso, lo vivido, lo orado… compartimos: ¿Quién es Jesús
para mí? Después de escuchar a cada uno, se trata de llegar a un concenso. Se
ponen de acuerdo para compartir con los demás, de manera creativa (una canción,
una representación, una carta), ¿cuál es la buena noticia de Jesús según ellos?
¿Cómo la podemos comunicar al mundo de hoy?
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