Luis Rocha
Coincidíamos plenamente en que el
semblante de Claribel, expresado por mareas altas en su sonrisa, es como el
mar, y por supuesto el mar es el infinito. Pero yo le hacía notar –y gustoso lo
aceptaba- que ellos como pareja eran un solo mar que él lo complementaba como indispensable
marea baja. Bud, “Lobo de Mar” Flakoll, y yo, en medio de una neblina que se
podía cortar con un cuchillo, y un frío espantoso, estábamos para hacer ésta
semblanza en el puerto noruego de Stavanger. Salíamos ya de una taberna repleta
de humo y aromas de fuertes licores. Íbamos cálidos por la conversación y sus
acompañamientos, es decir ebrios como un barco. Las naves vikingas que
navegaban por su mirada hacían inequívoca referencia a sus ancestros. Por eso
para él los fiord eran parte de su organismo. De ellos emergía, siempre,
Claribel como un iceberg llameante. El viejo lobo de mar, gringo viejo con
antepasados nórdicos, se acomodó su gorra marinera y su pipa, se dirigió a un
arenquero anclado en la oscuridad, y conforme se adentraba en la noche, su voz
luminosa nos recordó: “Mis raíces están en Claribel.”
Sabía y sabe Bud perfectamente porqué
Claribel tiene una fijación con el mar, infinito o eternidad, o Bud-Mar, dicho
en “Señora del mar” dedicado a él y a Erick:
“Dentro de mí el mar/ con sus volcanes/ arrecifes/ abismos/ su movediza tierra/
el albatros-emblema/ y sus olas hirsutas. / Me fusioné con él/ me fusioné en un
grito/ era un grito inhumano/ pero surgió de mí/ me liberó de mí/ soy señora
del mar…”. Y existen otras aseveraciones en muchísimos de los poemas de
mar, revelación y amor de Claribel, entre otros en: “Yo nací marinera: Se del canto del mar.” “MAR: Mar de labios ausentes
en la bruma, lamento alzado en túmulos de espuma, unge mi voz con tu embriaguez
salina.” Muy a Bud es cuando en “Elegía a un marinero”, escribe: “Tiendo mi voz antigua y no responde. / Su
garganta, su acento, el mar esconde/ y en él mi corazón no haya cabida.” No
importa el tiempo o un antes o un
después de los poemas. La Señora del Mar es la señora del marinero. Admirador
como soy de la intemporalidad de la pareja humana, nunca podré verlos
separados, sino en un mismo crucero.
Este es el secreto de la afición de
Claribel por emprender cruceros, solitaria en apariencia. Lleva al mar y a Bud en
la profundidad de su propio e insondable Mar: “El mar nos vuelve a él, / nos diluye en su flanco. / En la última
piedra/ va a deslizarse el tiempo hasta su meta.” Pero es en “Salí a
buscarte”, donde encuentro la más contundente confirmación a mi teoría: “Salí a buscarte/ atravesé valles/ y
montañas/ surqué mares lejanos/ le pregunté a las nubes/ y al viento/ inútil
todo/ inútil/ dentro de mí estabas.”
Ya se ha vuelto un hábito en mí
escribir sobre Claribel. Es cierto que me lo solicitan, pero acabo dándome
cuenta de que me gusta. Incluso a finales del año pasado escribí mi
presentación a su libro “Pájaros encendidos” con el título de “Presentación en
imágenes”. Nunca puedo desligar a Bud de Claribel. Una semblanza del uno sin el
otro, me resulta imposible. Por eso hablaba de un solo mar, imponiéndose
infinito con sus mareas. Se complementan, Bud y Claribel, en lo efímero y en lo
eterno. El candor titilante de Claribel es el infinito que sedujo a Bud. El
infinito de sus poemas. Bud y Claribel infinitos. Son un solo poema. Oda a la
vida y Epitafio de la muerte.
“Extremadura”, Masatepe, 28 de
octubre de 2011.
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