Una vida intensa Hace 151 años, el 30 de septiembre de
1860, fue fusilado el vencedor de los filibusteros
Juan Rafael Mora Porras es un personaje descollante en nuestra historia. Salvó al país de convertirse en un estado esclavista ya que percibió rápidamente el peligro filibustero y tuvo el valor de armar al país para ir a la guerra. Sin embargo, la polémica en torno a su actuación se acrecentó con su trágico fin.
En 1849,
Mora Porras recibió un país consolidado, con un pueblo consciente de tener un
pasado común. Desde los primeros días de su vida independiente se había
organizado políticamente, había consolidado su territorio a pesar de
la usurpación colombiana, y contaba con un presupuesto que le permitía
sostener el aparato del Estado.
Los gobiernos
de Mora duraron diez años, de 1849 a 1859, pero la guerra y la epidemia del
cólera que afectaron al país cambiaron el rumbo de los objetivos que se había
propuesto.
Gracias a su
mandato, se levantaron numerosos edificios que embellecieron la ciudad de San
José y se consolidó nuestra presencia diplomática en Europa, Estados Unidos y
algunos países suramericanos. A Mora se debe también la centralización del
monopolio de los licores en San José y la traída de los alambiques para la
Fábrica Nacional de Licores.
Otras
medidas tomadas por él fueron el planeamiento de una reforma para la
Universidad de Santo Tomás; la importación de partituras musicales y de
instrumentos para las bandas; el envío de jóvenes a estudiar a Inglaterra; la
consolidación de la Diócesis para Costa Rica, y la reforma de la Imprenta
Nacional y de la Casa de la Moneda.
Todo eso lo
pudo hacer utilizando las ganancias debidas a la exportación del café y a
pequeños préstamos que se pactaban con Eduardo Wallerstein en Inglaterra y que
el Estado pronto cancelaba.
Mora, comerciante. Mora se inició en el comercio desde muy joven. Cuando
sus padres murieron, él fue el encargado de mejorar las condiciones económicas
de la familia. Pronto se convirtió en el mayor corredor de bienes raíces de la
ciudad de San José, y con el capital ganado se inició en el comercio de
exportación y de importación.
Mora
permaneció algún tiempo en Matina e hizo un viaje a Jamaica en 1842 en compañía
de su hermano José Joaquín, el cual acostumbraba ir a dicho destino, según
rezan los documentos. Juan Rafael importó mercancías desde Jamaica mientras el
puerto de Matina estuvo abierto al comercio (1840-1843).
A fines del
decenio de 1830 y a comienzos del de 1840, la presencia de Juan Rafael y José
Joaquín era constante en Puntarenas. En un principio, los Mora no salían de
Centroamérica; fueron al Realejo (Nicaragua) en 1838, y dos años después a
Sonsonate (El Salvador).
Había
crecido el número de los buques que llegaban al puerto de Puntarenas debido a
las donaciones de lotes del Estado a particulares en 1845 y que sirvieron como
atractivo para que nacionales y extranjeros se estableciesen allí.
En 1846, los
tres hermanos Mora, José María Cañas, Francisco Giralt, Eduardo Wallerstein, el
capitán Luco y Crisanto Medina, entre otros, tenían casas y almacenes en Puntarenas
e iniciaron un intenso comercio con los objetos que traían navíos bajo las
banderas peruana, chilena, ecuatoriana, francesa, inglesa y estadounidense,
entre otras.
Para ese
entonces, Valparaíso (Chile) había sustituido al Callao (Perú) como el puerto
más importante del pacífico suramericano.
Por esa
razón, los Mora y muchos otros viajaban a Valparaíso motivados por el café,
pero también por la búsqueda de nuevos productos y por las relaciones
comerciales que podían surgir.
Se ha dicho
que Valparaíso fue un punto en el comercio cafetalero directo hacia Inglaterra,
pero el paso fue efímero pues los buques ingleses pronto comenzaron a cargar
café en Puntarenas directamente hacia Gran Bretaña. A partir de 1843, Le
Lacheur regularizó ese comercio.
Juan Rafael
Mora fue a Chile en 1844 e incrementó la extensión de su estadía en los años de
1845 y 1846. Así las cosas, en 1845, Mora superó en el monto de sus
exportaciones cafetaleras a Wallerstein, uno de los más importantes
exportadores a comienzos de los años 40 y el principal en 1844.
Mora remitía
café a Londres y a Valparaíso. Por tanto, su labor fue conseguir que el café
costarricense circulase en Chile.
Asimismo, en
1845, Juan Rafael Mora se alió con Vicente Aguilar, y ambos establecieron la
casa comercial Mora y Aguilar. En 1846, las exportaciones personales de Mora
fueron menores que las hechas el año anterior, pero las de la casa Mora y
Aguilar crecieron.
La crisis
económica de 1847 afectó a los pequeños caficultores y despertó de nuevo la idea
de construir un camino a Matina. Sin embargo, esto no se logró y se trató de
solucionar la crítica situación declarando a Puntarenas “puerto franco” y
extendiendo luego la franquicia a Guanacaste.
No obstante,
la medida fue criticada por los ricos. A pesar de la gran actividad que el
puerto franco trajo, pronto se le eliminó esta condición. Para Mora, ello
significó una llamada de atención sobre la débil situación del país.
Mora y la política. Junto a su éxito económico es fundamental destacar la
presencia de Juan Rafael Mora Porras en la política, en la cual incursionó
luego de su gran éxito en materia comercial.
A su vuelta
de Chile, en 1846 fue electo diputado por San José para el Congreso que se
inauguró el 15 de setiembre. A partir de 1848, su presencia se incrementó
debido a que el doctor Castro Madriz lo nombró su vicepresidente.
La primera
vez fue vicepresidente del Estado entre noviembre de 1847 y junio de 1848,
cuando renunció; la segunda vez fue vicepresidente de la República a partir de
noviembre de 1848 y hasta que la situación política obligó a Castro a renunciar
para que Mora asumiera el poder y fuese electo presidente el 30 de diciembre de
1849.
Juan Rafael
Mora Porras dirigió un país sin deudas debido a que uno de sus antecesores, el
licenciado Braulio Carrillo (1838-1842) en una acción digna de un estadista,
había hecho el enorme esfuerzo de cancelar la parte que le correspondía a Costa
Rica de la deuda que el gobierno de la República Federal de Centro América
había contraído con diversas casas comerciales inglesas.
En 1839 y
1840, Costa Rica canceló lo que le correspondía pagar más ciertos cobros que
los ingleses inventaron a última hora y de las cuales no presentaron recibos.
Aquellos
pagos le permitieron al Estado establecer sus propios lineamientos, lejos de la
presión inglesa que sufrieron los otros estados centroamericanos, que
constantemente vieron sus puertos atacados y bloqueados por la escuadra
británica.
En cambio,
Costa Rica pudo desarrollar el comercio cafetalero a pesar de tener que
exportarlo hacia Europa por Puntarenas, puerto geográficamente mal ubicado
tanto para el comercio internacional como para el local debido a que, para
llegar a él, había que atravesar el río Barranca, al que se le debía construir
un puente provisional todos los años y que funcionaba de diciembre a abril, o
sea, en la estación seca, época aprovechada por los importadores para
introducir al Valle Central materiales de gran peso.
Mejor
situado estaba el puerto de Matina, cuyo camino, construido en la administración
de Carrillo, y que, como anotamos, funcionó con éxito unos años, había sido
destruido a causa de la presión del grupo que controlaba el comercio por el
Pacífico, grupo ayudado por la llegada de Francisco Morazán a Costa Rica.
Así, se
ordenó dejar perder aquel camino y, por lo tanto, el país quedó condenado a
utilizar Puntarenas y a pagar altos costos de transporte.
La caída. Después de la guerra, Mora se encontró con un país que
había ganado la contienda, pero que tenía poderosos enemigos: Gran Bretaña y
Estados Unidos, y también Nicaragua. Estos países terminaban aliados, y los dos
primeros siempre prefirieron apoyar lo que les ofrecía Nicaragua antes que lo
propuesto por Costa Rica.
Ya durante
la guerra, Mora debió hacer mil esfuerzos para que las autoridades ingleses en
Nicaragua no reconocieran a William Walker.
A pesar de
la inmensa y brillante acción de nuestro ministro en Washington, don Luis
Molina, este tampoco consiguió que el gobierno de los Estados Unidos condenase
el filibusterismo. Lo único que se consiguió durante la guerra, fue que buques
ingleses se presentasen de vez en cuando en Puntarenas con la excusa de cuidar
los “intereses británicos”.
Las causas
de la caída de Mora en 1859 son muy complejas. En primera instancia, se produjo
la polémica que acarrean los gobiernos muy extensos; además, surgió la crítica
situación en el río San Juan, que llevó a la firma del tratado Cañas-Jerez.
Se sumaron
el fracaso del Banco Nacional, que los cafetaleros –sobre todo los Montealegre–
vieron como un peligro, y el inicio de los reclamos de los estadounidenses,
quienes exigían indemnización por las acciones de Costa Rica en la guerra.
En su último
mensaje al Congreso, Mora declaró: “Bien persuadido el Gobierno de que nada se
debe, como lo están todos los pueblos testigos de los escandalosos hechos que
han pasado en los días de la invasión filibustera, resiste y resistirá hasta el
último trance a reconocer un solo centavo sobre dichas reclamaciones”.
Sin embargo,
la lucha interna de los grupos de poder llevó al fusilamiento de don Juan
Rafael Mora y del general José María Cañas. Al final, no hubo defensa para
Costa Rica y debió pagar todos los reclamos a los filibusteros.
La autora es historiadora y tiene el rango de catedrática de la Universidad
de Costa Rica.
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