Pero
podemos especular y hacer un ejercicio de imaginación basado en el conocimiento
del temperamento de los nicaragüenses.
¿Hubiera
tenido el mismo fin de Gadafi el Gral. Anastasio Somoza DeBayle si las fuerzas
de la revolución lo hubieran atrapado vivo en Nicaragua?
La
dinastía de los Somoza se caracterizó por su poder político apoyado por una
guardia nacional ciega, fanática y sobre todo huérfana de ambición. El
horizonte de ese ejército privado no llegaba más allá del largo se sus narices.
La guardia nacional estaba plagada de “generales,” que habían llegado a esa
posición rompiendo cabezas de opositores al régimen somocista y no rompiéndose
la cabeza aprendiendo estrategias militares en West Point, Saint Cyr o Sandhurst,
por lo que ninguno se atrevió a sacar al pueblo nicaragüense de la agonía de la
dictadura somocista.
Por
otro lado, los Somoza se cuidaron mucho en cumplir con el protocolo de nación
civilizada, al punto de no reelegirse directamente, sobre todo después de lo
que le pasó al fundador de la dinastía opresora.
A
pesar de los miles de nicaragüenses que fueron torturados y asesinados a lo
largo de esos cuarenta años de pesadilla y de rapiña, fueron lo suficientemente
astutos para darle una tregua al pueblo nicaragüense con el gobierno del Ing.
Luis A Somoza D, que no solo bajó el tono de la represión y los asesinatos,
sino que tuvo el buen tino de no lanzarse a la reelección, permitiendo que
subiera al poder el recordado Dr. René Schick Gutiérrez, a quien desafortunadamente
le dio un infarto cuando estaba a las puertas de provocar un incidente
internacional que le hubiera hecho mucho
daño a la familia Somoza y que quizás les hubiera costado el poder.
Nadie
duda que los Somoza, amparados por el poder político, saquearon las arcas del
país y acumularon un gran capital a lo largo de su dilatada dictadura, pero no
permitieron que sus seguidores más íntimos se construyeran grandes fortunas.
Millonarios solo ellos y los demás modestamente ricos y fuera del gran capital
de la oligarquía verde.
Anastasio
Somoza D, tuvo la oportunidad de evitar el baño de sangre que provocó su
ambición, con solo haber aceptado el referéndum que la oposición le propuso con
el aval de los yankes, pero se negó y precipitó al país en una sangrienta
guerra civil que terminó después del sacrificio de cincuenta mil vidas y la
destrucción de la familia nicaraguense.
Repetir
la historia de lo que pasó, es pérdida de tiempo, por lo tanto vayamos al grano
e imaginémonos que ese vuelo que despegó más o menos a las cuatro de la mañana
del 17 de Julio de 1979 con el dictador de pasajero, no hubiera logrado
levantar y toman prisionero al dictador en fuga en la cabecera de la pista.
Cual
hubiera sido el destino del tirano: ¿La ejecución inmediata tras un rápido
juicio sumario sin defensa, o el sometimiento a un juicio legal apegado a la
ley y con derecho a la defensa?
Si
la revolución triunfante hubiera querido ser benévola, lo hubieran entregado a
la justicia, porque se les hubiera venido a sus cabezas el hecho que él les
perdonó la vida teniéndolos en su poder. Ejemplo: Tomás Borge y Daniel Ortega,
dos importantes guerrilleros que llegaron a escalar altas posiciones en el
gobierno revolucionario y actualmente uno de ellos, Presidente de Nicaragua. Si
Somoza hubiera hecho caso al plan que Michael Echannis le propuso, con el cual
le aseguró que acababa con todo el escuadrón sandinista que se había tomado el
Palacio Nacional, pero con un alto número de rehenes muertos, el Comandante
Cero no hubiera salido vivo.
Pero
los guerrilleros que acaban de lograr la victoria cargan demasiada adrenalina,
por lo que a estas horas tendríamos otra tumba en un lugar desconocido de
Nicaragua, tan escondida como la del General Sandino para evitar lugares de
peregrinación política, o a lo mejor estaría en la tumba de su padre y de su
hermano, cuyos despojos jamás salieron del suelo patrio.
Todo
esto solo son suposiciones, porque la verdad nunca existió y fue en la ciudad
de Asunción, capital de Paraguay, en donde el
destino del General Somoza DeBayle se convirtió en la verdad.
Jorge
J Cuadra V
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