Onofre Guevara López
Si
al autor de este libro le quema la palabra, es porque su palabra queda en
llamas cuando dispara en ráfaga su crítica contra los opresores. Y, leyendo este libro, se convencerán
de lo dicho, como ya se habrán convencido
quienes le han dado seguimiento a su trabajo periodístico durante más de
treinta años en El Nuevo Diario, y
antes en otros medios de comunicación. Su
personalidad, su identidad, se las perfila la palabra Poeta que, cual prefijo, va unido a su
nombre de forma inseparable: Luis Rocha Urtecho. Nos identificamos por primer vez, en el momento
cumbre de nuestra historia -como le sucedió a casi todos los nicaragüenses—, cuando
debíamos reconocernos también en algunas tareas políticas de la revolución para
hacerla crecer, según el sueño colectivo de entonces.
El
poeta Rocha nació panameño por una temporal
residencia de sus padres en el país canalero, pero nicaragüense con el mayor
de los porcentajes en la sangre y en la
cultura, la otra fuente de vida y de ser auténtico de un país, para poder ser
universal. Quien nace a la vida y a la cultura –en cualquier lugar que sea—
nace para todo el mundo. La forma más estrecha de concebir la vida, la cantó
Daniel Santos en un bolero con filosofía de Rockonola, que sólo vio “cuatro
puertas abiertas para el que no tiene dinero: el hospital y la cárcel, la
iglesia y el cementerio”. En verdad, son infinitas las puertas que la vida
tiene abiertas: las del exilio político, económico y voluntario, que fue el caso de lo padres de Luis Rocha, y a quien
después se le abriría en pampas la puerta de la Poesía. Y, por supuesto, la del
periodismo, cuando aun siendo un niño, Luis escribía a mano unas hojas que él
creía era un “periódico” y luego lo leía en las esquinas de Granada, entonces
sin posibilidad de que turistas mochileros le aplaudieran, pero sin duda se
ganaba los aplausos de quienes miraban en su precocidad los genes literarios en
funciones, de su abuelo paterno, director-propietario de El Correo, don Carlos
Rocha Avellán, y de su padre, el poeta Octavio Rocha, quien fue miembro del movimiento Vanguardia en sus días
inaugurales.
En
1983, Luis Rocha ganó con su obra la confirmación
de Poeta en la pila bautismal del Premio
Latinoamericano de Poesía Rubén Darío. De paso, aclaramos que el premio conquistado por Luis, es muy diferente de la “Orden de la Independencia Cultural Rubén
Darío”, y él hace constar en este libro,
que no ha recibido ni recibirá esta orden, convencido de que, “quienes no
reciban órdenes de los monarcas pasarán a la posteridad con ese mérito, y en
cambio, quienes la hayan recibido o
reciban en el futuro, llegará el día en que, avergonzados, tendrán que
repudiarlas.” Luis, vivirá pues, con el mérito de no haber recibido la orden de
los monarcas criollos.
Para
los primeros años sesentas, cuando Luis ya
posaba en el Olimpo poético, el espíritu de rebelde con causa que había
en él, le invitó a no conformarse con
sólo manosear las musas, y combinó esa
actividad con algo riesgoso y de valor patriótico: Luis fue transportador de
armas y de amigos, como Carlos Fonseca, junto a Germán Gaitán –revolucionario
auténtico éste, y quien aún no recibe el
reconocimiento merecido—. Ahora les
recuerda como: “Aquellos hombres y mujeres (…) que decidieron entonces armar al
pueblo de valor e ir juntos en busca de la razón perdida”. En la etapa actual de la vida, Luis se ve obligado a confesar que también había,
entre aquellos hombres y mujeres, “Algunos que ni sabían qué era la razón ni
para qué servía.” Seguramente, por eso, pienso yo, es que ahora desde el poder,
ellos atropellan tanto a la razón.
El
poeta Rocha es de los que supieron qué era la razón y para qué servía, y por ello,
entonces se le abrió otra puerta, la de la cárcel, porque nunca esquivó el
compromiso, y así lo hace constar aquí: “No podemos los escritores ser
neutrales y ciegos, y mudos por insensibles a nuestros problemas sociales,
económicos y políticos. Porque no hay fronteras entre lo cultural y lo ético.” Creo
que también se le han abierto las puertas del hospital y de la iglesia, pero ni
a él ni a nadie, le gusta abordar la idea, porque es inexorablemente inútil, acerca
de cuándo se nos abrirá la última de las cuatro puertas que menciona el bolero
de la filosofía de la Rockonola.
En
reconocimiento a su entrega a la difusión cultural y a las tareas de origen
para la formación de la vanguardia de la
revolución –el Movimiento Nueva Nicaragua—, fundado por Carlos Fonseca, y porque
también el poeta Rocha siguió fiel a la razón y a la causa de su rebeldía, obtuvo
la oportunidad de seguir aportando a la construcción de la utopía como
Representante ante la Asamblea Nacional, y fue uno de los 92 redactores de la
Constitución Política de 1987. Digo Representante
y no diputado, porque durante el
somocismo esa fue una sucia palabra, y ahora, otros la han vuelto a ensuciar.
Es
ocioso decir que a Luis Rocha no le hacía falta el Premio Latinoamericano de Poesía
Rubén Darío para seguir haciendo buena poesía, como tampoco dejó de hacer buen
periodismo durante fue parlamentario. Consagrado a las dos actividades
creadoras –la poesía y el periodismo— de cuerpo
e ideal enteros, no hay género ni estilo que no haya domeñado para hacer
su crítica a veces cáustica y siempre irónica, más la visión analítica del demócrata
y del revolucionario libre de ataduras ortodoxas;
con pasión política, pero sin la fogosidad estéril del anarquista. Luis escribe su poesía con lápiz de grafito y
sus artículos en una vieja máquina Olimpia
y los pasa a la computadora (aunque Luis
Javier es quien le hace enter
cuando el abuelo se lía con la técnica). Así ha escrito Luis la chorrera de poemas,
columnas y artículos y anotaciones, sólo pocos de los cuales son recogidos en
este libro.
En
las páginas de El Nuevo Diario se encuentran,
entre otros trabajos de Luis, los Artículos
de Arsenio Lupin (1988-1990; Debate Contemporáneo (1991-1992); Aventuras de Arsenio Lupin (1988); Nuevos artículos de Arsenio Lupin (1989-1990;
L´Osservatore Pagano (1992); Lecturas con antídoto (1992); Diálogo de dos ciudades con República en
medio (2003). Y en este libro, se encuentran ocho fábulas (1994-2003), que
son antecedente del Diálogo de dos
ciudades… y ésta a su vez, precursora de
Plática de caminantes, relatos imaginarios, pero fieles reflejos de situaciones muy reales.
Sus personajes son animales con anatomía e inteligencia humanas, algunos son
descritos como lo suficientemente humanos para causar el daño que causan, y personales
de animales reales: como Sherlock y Watson, cuyas “voces” son dobladas por su dueño
y autor de la columna. Creo que los herederos de Sir Arthur Conan Doyle, ya no cuentan
con el tiempo legal para cobrar derechos de autor, y tampoco podrían demandar a
Luis por plagio de nombres, porque los de sus perros son nombres propios,
bautizados por Luis y doña Mercedes, confirmados por quienes conocimos a Sherlock y aún somos
olfateados por Watson, cuando visitamos su casa, que es la misma de Luis. Además,
siendo Sherlock Holmes y el doctor Watson nombres de personajes de una obra de
ficción y patrimonio de la literatura universal, ¿quién podría decir que tiene
el derecho de excluir este libro de ese mismo patrimonio, en su versión
nicaragüense?
De
algunos personajes puede decirse, con Platón, que son animales políticos, pero políticos inteligentes con animalidad humana. Es
claro que el autor no busca con sus fábulas llegar al lugar común adonde llegan
a recalar las fábulas: a la sentencia moral. Luis llega a la moral de la
crítica que sentencia ante la historia la culpabilidad de los abusadores del
poder.Son innumerables las sentencias sobre los últimos gobiernos en las
columnas de este libro, y me toca invitarlos a meditar sobre las mismas. De las
otras fábulas, aquí hay una selección (no por cuestión de calidad, pues todas
la tienen, sino por asunto de espacio) y artículos de la columna Pláticas de caminantes (2005-2009); Me queda la palabra (2009-2010); y Me quema la palabra (2010-2011). Aunque
Luis confiesa que los artículos le fueron más fáciles de escribir que las
columnas dialogadas, yo los considero más analíticos, de mayor profundidad
humanista y de un indiscutible valor literario.
El
libro Me quema la palabra, tiene como
epílogo tres poemas: Carta a Luis Rocha,
en Nicaragua (1982), del poeta español José María Valverde, donde confiesa
su cariño por la revolución y a su autor, el pueblo: “Hoy tengo que decirlo:
Nicaragua me ofrece,/tras aquel viejo son, otra lección más alta:/yo nunca
había visto la cara de los pobres/ con
fulgor de esperanza…”
En
su poema Contestación a José María Valverde
–a diez años de la muerte de José María en 1996— Luis Rocha describe la otra
realidad de Nicaragua sin la revolución,
fenecida igual que el poeta español: “Pero el pasado se había quedado
agazapado,/ atrincherándose en corazones despojados de futuro,”. El tercer
poema, La Plaza vacía, es una crítica
y una burla a la vez de las convocatorias forzadas del orteguismo para sus
actos políticos enflorados: “Porque esta plaza ya no tiene alma, aun llena está
vacía”.
Antes
de concluir mi lectura de este libro, me topé con esta opinión de Luis, la cual
comparto no sólo por lo que dice, sino porque he podido atestiguarlo en su caso
y en su casa: “Siempre he creído que las letras y el arte son tan vitales para
el hombre como una buena comida.” Ya verán ustedes de qué manera Luis se
deleita –y hace agua la boca— narrando sobre las comidas típicas nicaragüenses
y de las aficiones de gourmet tropicales de los poetas, para quienes los huevos de la iguana son los huevos
más exquisitos de todos los animales del mundo… nicaragüense claro, único lugar
donde se consume esta delicia, según creo. Pero
Luis no podría escribir sobre cocina, ni hacer el honor cotidiano a sus caprichos
gastronómicos, si no fuera por la complicidad de doña Mercedes, quien sin haber
nacido en Nicaragua y nunca haber visto ni comido en su Extremadura española un
Indio Viejo ni una Masa de Cazuela, sabe cocinar nuestras comidas típicas como
no saben hacerlo muchas mujeres de Los Rincones de Nicaragua, donde se
ubica esta segunda “Extremadura”.*
Y
les dejo para que saboreen todo el sentido humorístico que les sorprenderá,
incluso, entre las críticas contenidas
en este libro.
Managua, 24 de
septiembre 2011.
*Los Rincones, comarca
de Masatepe, donde está “Extremadura”, lugar donde reside el matrimonio
Rocha-Gómez.
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