Luis Rocha
El camino a Sirte nace y muere en
Sirte. Es, ignorando las advertencias de la Historia, el camino predilecto de
déspotas y tiranos, pese a que hay un momento, casi al final, que pasa por
horrendas, denigrantes y despreciables torturas. El camino a Sirte trata
inútilmente de enseñar a los vencedores que no se debe de ser un salvaje ni
cuando se derroca a un tirano. En realidad, el camino a Sirte es el trayecto
que un día nace en efímeros ideales del déspota en ciernes, para continuar
cuesta abajo hacia las infernales profundidades de la ambición, la codicia y la
quimera del poder absoluto y eterno.
El camino a Sirte, según el dictador
que lo utilice, tarda más o menos cuarenta y dos años en recorrerse. Pasa por
derrocar a algún rey enfermo, como Idris, para acabar reencarnándose en él. Con
la folklórica camella Jaima y una guardia personal de treinta vírgenes, a lo
mejor imprudentes, el déspota de esta historia verdadera pasó por Bengasi y
convirtió su plaza en Plaza de los Mártires. Encendió un fuego ya inextinguible
para él y los familiares de mil presos aniquilados en la cárcel de Abu Salim de
Trípoli, vencieron el miedo y contagiaron de aires de libertad Libia entera.
Como aprendieron los de aquí, Kadhafi
allá quiso establecer un gobierno adaptado de su religión, mejorada por él, que
fue su doctrina socialista, cristiana y solidaria, recogida en su Libro Verde,
tan verde como una sonrisa, y creó la yamahiriya, que equivale a “Pueblo
Presidente”. En teoría el poder pasó a los Consejos del Poder Ciudadano,
dirigidos a menudo por adolescentes educados en el culto a su personalidad y
con potestad para estar por encima de ministros y alcaldes. Pero en la práctica
concentró en sí mismo el poder absoluto y se rodeó de una muy lujosa y supuestamente
inexpugnable muralla de nepotismo, colocando a sus hijos en puestos claves
militares, económicos y políticos. Ese fue su recorrido del camino a Sirte.
Hasta a un dictador en ciernes le
aconsejaría no tomar el camino a Sirte, puesto que éste parte de y
definitivamente termina en Sirte. No hay vuelta de hoja en las hojas de la
Historia. Si viera y escuchara ese dictador no tan imaginario, a lo mejor se
salvaba, y no seguiría los pasos de Adolfo, Benito, Anastasios o Muamar, entre
otros tiranos que en el mundo han sido y se empecinaron en terminar sus
fastuosos días en Sirte. Quien quiera oír que oiga y quien quiera ver que vea
las imágenes de destrucción y muerte de las guerras, producto de sus
incontrolables y demenciales ambiciones.
Porque el camino a Sirte pasa en
Trípoli por plazas de aclamadores de déspotas y tiranos, que tarde o temprano
se convierten en sus verdugos. Pasa por el desierto de los espíritus y por los
espíritus desiertos. Sigue entonces ya el camino su camino inexorable. Aquel quien
no se quiera dar cuenta que el de
reelegirse para perpetuarse en el poder es el camino equivocado, está
irremediablemente perdido. Aún sin querer, regresará a Sirte, donde nacieron él
y su camino. Ya será demasiado tarde. Aquel camino no tiene retorno. El camino
a Sirte concluye en unos oscuros, sucios y nauseabundos tubos de drenaje, donde
desde un comienzo ha estado, agazapada y aguardando, la muerte.
“Extremadura”, Masatepe, 27 de
octubre de 2011. (Me quema la palabra).
No hay comentarios:
Publicar un comentario