Onofre Guevara López
En sentido figurado no se objeta que en
muchos aspectos de la vida “el hábito” no haga al “monje”, pero en otros casos,
el hábito de vivir y actuar conforme esquemas, crea un modo de pensar esquemático.
De más está decir que tal cosa sucede sin que se perciba con exactitud y a
veces no se perciba nunca.
El esquema de dominación política que hemos conocido
en nuestro país –entre seudo democráticos y dictatoriales—, ha formado fanáticos
gobiernistas y ardientes opositores, y viceversa. Al margen quedan los que, en
cuestiones políticas, son defensores consecuentes o críticos analíticos, a
pesar de que los gobiernos se han encargado de consolidar los esquemas por su interés de perdurar
en el poder.
Así sucede con el gobierno actual. De ello se
encargan los poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pero en la
Constitución del 1987, cometimos el error de elevar a categoría de “cuarto poder”
al Consejo Electoral, y lo que se logró es que, a más poderes del Estado, hubiera más aberraciones contra las leyes.
Con este esquema político administrativo imponen
limitaciones y trampas, y achacan culpas por todo al “enemigo”, cuando creen amenazada
su dominación. La oposición también reacciona con formas esquemáticas: con
violencia cuando así se le trata o con pasividad, cuando confía en que el valor
de las leyes emana por sí solo de los preceptos.
Es cosa sabida, si hay acción hay reacción. Pero
no toda reacción refleja justamente las necesidades de la lucha. Si no se acopla a las imposiciones oficiales, debe
adaptar los medios de lucha a la realidad, sin ánimo de convivir con ella, sino
con la decisión de cambiarla. Pero para hacerlo, antes debe cambiarse los
esquemas de lucha, partiendo de un hecho cierto: que no existe una sola forma
de hacerla.
En Nicaragua el órgano legislativo funciona bajo
el esquema del zancudismo, sea por los pactos –con los cuales al poder le tocan
las ventajas y a la oposición las migajas—, o sea comerciando los votos. Pero
la presencia de los diputados de oposición no tiene porqué ser fatalmente como zancudos,
pues el oportunismo no está en la estructura de la institución, sino en los
políticos que llegan a practicar el zancudismo.
Creer lo contrario, es seguir con el esquema mental
respecto al funcionamiento de la Asamblea y la función del diputado. Todo se
cambia. En la primera Asamblea Nacional, se rechazó la tradición del Diputado, y
en la Constitución se cambió por el Representante. Al cambiar el gobierno, se volvió a lo tradicional
con el adjetivo Diputado, lo cual, en sí, no es malo. Lo pésimo, es que
volvieran los vicios del zancudismo al poder legislativo y con ello las leyes según
las conveniencias del presidente.
Ese peligro, está latente. Aunque el orteguismo contará con la mayoría
de diputados, y Ortega pueda con ellos hacer la reforma parcial o total de la
Constitución, tendrá que contar con votos opositores para legitimarse, sólo
formalmente. Si éstos se los entregaran, entonces sí, no valdría de nada su
presencia en la Asamblea, y mejor que no asuman.
Los diputados de la Alianza-PLI acordaron acceder
a sus curules, y tienen el deber moral de no solo ostentar su legitimidad, sino
también de cambiar el esquema del diputado-zancudo. Es una oportunidad histórica
para modificar el comportamiento de los diputados. Pero no bastará la decisión
de romper el esquematismo parlamentario corrupto, si no lo ligan con la
denuncia y la lucha contra el autoritarismo, y sin que esta sea la única forma
de hacer oposición.
Para que la lucha en las calles tenga de su
parte alguna aportación, esos diputados deberán establecer permanente contacto
con el pueblo en lo que compete a su actividad: explicar el contenido de los
proyectos de ley en asambleas populares, y recibir de sus electores opiniones e
iniciativas. Hay muchas iniciativas ya, respecto a la labor parlamentaria
contra el esquema de corrupción imperante.
Si nada de eso, son capaces de poner en
práctica, y tampoco hacer nada por corregir los privilegios oportunistas de los
diputados, les darán la razón a quienes se oponen a que asuman. Para el rechazo
de la presencia de los diputados opositores en la Asamblea se arguye lo del
fraude, como la razón principal.
No se toma en cuenta lo esencial: los
diputados opositores sí, salieron electos en unos comicios amañados, ilegales y
nada transparentes, pero serán diputados legítimos, porque el CSE no lo ha
hecho todo ilegal ni se ha robado los votos para ellos, sino para los orteguistas.
Más bien, les está debiendo diputados. ¿Por qué van a rechazar sus cargos ganados
legítimamente, si no son frutos del fraude? Creer lo contrario, es esquematismo
radical.
Sin intención de aludir a nadie que prejuzgue
como zancudos a los diputados que accederán a sus curules, recuerdo que el
oportunismo se reviste de radicalismo, aprovechando las reacciones emotivas de
la gente. La política está llena de
ejemplos, como este: en plena lucha contra la candidatura de Anastasio Somoza, hubo
un grupo juvenil muy activo y valiente enfrentando a la guardia en las calles.
Uno de sus más descollantes líderes, era un joven muy radical. Pero cuando se
hizo profesional, ya Somoza gobernaba, y en su gabinete, ese mismo joven
radicalísimo… ¡fue uno de sus ministros!
(Me reservo su nombre, por ahora).
Sólo quiero demostrar la inutilidad de los
esquemas y del radicalismo emotivo. El
hecho de que entre los 26 diputados pueda haber quienes quieran seguir los esquemas,
no es cosa del otro mundo. Quien es oportunista, es probable que lo sea hasta frente
al altar. Pero también puede variar su conducta, según el grupo humano y
político en el cual se desenvuelva. En este caso, la bancada de los 26 está
obligada a ser digna ante sus electores y enseñar a serlo. Si podrá o no
hacerlo, ya será otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario