Luis Rocha
Un hombre debe de ser de una sola
cara, y a la vez tener mil facetas de su dignidad que converjan en esa cara.
Guillermo Suárez Rivas, nacido el 11 de marzo de 1927 y fallecido en Managua el
viernes 2 de diciembre de éste 2011, fue y es un hombre probo, digno y por lo
mismo ejemplar. Un hombre como para estos tiempos, que viene desde vencer al
somocismo. En un escrito del 2008 dije y hoy lo reitero que era un patriota a
toda prueba y en todo el sentido de esa enaltecedora y comprometedora palabra.
Alguien cuya vida reconforta porque es la ética en vivo. La demostración vital
de que la corrupción es inadmisible y derrotable, y que gracias a esa formación
moral uno puede y debe ser inclaudicable ante cualquier dictadura.
En sí mismo fue rechazo ardiente de
cualquier fraude electoral, que solo sirven para eternizar tiranías y dinastías.
A raíz de los sucesos de abril de 1954, partió al exilio en Honduras, y durante
siete años fue el exiliado de los brazos abiertos; quien más socorrió, a pesar
de sus escuálidas posibilidades económicas, a los compatriotas que llegaban
huyendo de la sangrienta represión de la estirpe sangrienta. Fue su casa en
Tegucigalpa un santuario de la insurrección. Centro de tertulias políticas y
conspiraciones. Protector de Carlos Fonseca Amador, fundador sin mácula del
FSLN. Sirvió a la revolución como diplomático capaz y honrado. Y repito: Sirvió
a la revolución, y no se sirvió de la revolución. Fue un servidor y no un
servil. Nunca un oportunista.
Los últimos años de su vida –salvo
los meses antes de su muerte en Managua en casa de su hija Aurora- los pasó en
una sencilla y calurosa vivienda en las afueras de Tola, Rivas, sobrellevando
su mal de párkinson y sus secuelas, con su habitual entereza. Hasta allá
llegábamos a visitarlo con relativa frecuencia, en una especie de romería,
Danilo Aguirre, Henry Ruiz, Onofre Guevara y yo, reanimándonos al venerarlo con
fraternidad de ideales compartidos; reviviendo, otra vez, aquel santuario de
indignación y rebeldía que fue su casa en Tegucigalpa.
Fue un hombre plural y anti
dogmático. Severo en lo político, pero más consigo mismo. De una sola pieza.
Cargaba con su alma como un viejo camarada un pan al hombro para compartirlo.
Su amor al prójimo le revoloteaba en el pecho como un pájaro luchando por
salir. Transigente, pero no pusilánime. Su solidaridad no tuvo bolsillo. Fue
militante del PLI, como buena parte de la izquierda nicaragüense, hasta que su
salud se lo permitió, y leal amigo de Virgilio Godoy. Nadie dudó jamás de su
vehemencia cívica, la cual compartió con socialistas y comunistas, como Domingo
Sánchez “Chagüitillo” y Manuel Pérez Estrada, y ya no digamos su afán de que
Nicaragua volviera a ser república, como la soñó Pedro Joaquín Chamorro Cardenal,
en un sueño nacional cada vez más compartido. Nos hereda Guillermo su indeclinable
vocación de libertad. Da gusto haber conocido a un hombre que nació aceptando a
todos los seres humanos, por humanos. Es un honor haber conocido a un hombre
que sembró con su ejemplo la pureza del espíritu: la flor de los patriotas. La
que siempre renace.
“Extremadura”, Masatepe, 6 de
diciembre de 2011.
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