Onofre Guevara López
Nadie se ocupa de hablar de la persona
perfecta, porque no existe, pero se puede hablar del perfecto amigo. Guillermo
Suárez Rivas, quien falleció el viernes pasado, fue eso, un perfecto amigo, y
también un compañero de ideales y de lucha. La simple amistad y la camaradería
se agotan cuando se acaban esas afinidades, pero la perfecta amistad se forja y
perdura con ellas, o sin ellas, cuando existen otros valores humanos. Y
Guillermo fue, para muchos, el perfecto amigo.
Guillermo fue de por vida un militante anti
somocista, y lo pagó con exilio. En la
década del 50 fue apresado y expulsado de su patria, radicándose en Tegucigalpa,
Honduras, donde ejerció la misma actividad que en Managua, como distribuidor de
Pelimex, y allá también como administrador de las salas de cine de esta empresa
mexicana. Guillermo se desempeñó cabalmente como el Cónsul no oficial de todo
nicaragüense anti somocista expatriado, visitante o de tránsito por Honduras. Y
supongo, que cuando después fue el Embajador de la revolución en aquel país
–antes de serlo también en Panamá— fue igual de buen anfitrión como cuando
atendía en el “Consulado” que, prácticamente, convirtió su casa familiar.
Amigo de conservadores, como del también
exiliado Toribio Tijerino; anfitrión de socialistas, de guerrilleros y de
líderes sandinistas, y todos recibieron atenciones de Guillermo con igual
fraternidad patriótica. Durante los últimos meses de 1960, a su casa miré
llegar como si fuera la suya, al guerrillero matagalpino Julio Alonso. A Carlos
Fonseca Amador, quien fue su protegido después de haber sido herido en El
Chaparral, lo vi regresar a su casa procedente de El Petén, Guatemala. Generoso sin límites, Guillermo recibió en su
casa a un salvadoreño como a un nica más, sin conocerlo, porque era amigo de de
sus amigos.
Dos días antes de que Guillermo falleciera, y
cuando se me ocurrió escribir sobre el origen del Mercado Oriental (1940),
recordé haberle conocido –sin llegar a ser su amigo, entonces— cuando él vivía en
la misma manzana donde estuvo la Cervecería Xolotlán, y después de 1945, la
Cervecería Victoria. Ese lugar ahora es
parte del extremo norte del Mercado Oriental, de cuya entidad administradora,
la Alcaldía, él llegaría a ser Concejal 65 años después, en el año 2000.
Guillermo ya no era mi vecino cuando comenzamos
una amistad que fue para siempre. Ya no hay motivo para creer que esa amistad
se pueda deshacer, pues sólo se nos ha adelantado un trecho en el camino más común
de todos los caminos.
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Celac, trascendencia y limitaciones
Sobra razones para ver un hecho histórico
trascendente la creación en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (sábado 3 de diciembre 2011, Caracas, Venezuela), y como la mejor expresión
de la voluntad política por alcanzar con esfuerzo colectivo el desarrollo con plena
autonomía. Aunque con niveles diferentes, la Celac busca ser una nueva muralla frente a la injerencia de
los Estados Unidos, igual que de Europa. No todos los países europeos nos
colonizaron, pero desde hace mucho tiempo han estado presentes en nuestro
continente, y no por impulsos caritativos.
La “Doctrina Monroe”, cuyo lema de “América
para los americanos”, no sólo ha reflejado, como dicen los interesados, el
rechazo a “toda intervención europea en los asuntos de América”—casi con
vocación de ángel de la guarda—, sino la voluntad de los Estados Unidos de ejercer
su poder imperial como el único con derecho de explotar a nuestros países. Esa ha
sido su finalidad, y lo ha conseguido, si no con la colonización abierta o mal
disfrazada como la de Puerto Rico, sí ha mermado la autonomía de buena parte de ellos,
incluso con la agresión armada, y a la mayoría con mecanismos, no tan sutiles,
de la diplomacia, el comercio y las operaciones financieras.
No obstante, es demasiado optimismo o pura retórica,
decir que la Celac ha entierrado la “Doctrina Monroe”. Supervivirá de otras
formas y en el espíritu de la política exterior estadounidense. Enterrarla no está
al alcance de la unidad recién nacida, y porque, de los 33, fuera del Alba y
algunos países de Mercosur, los gobiernos no tienen una orientación política
anti imperialista –aparte del discurso—; otros, al menos no son beligerantes
frente a esas políticas. Tampoco faltan
los “pragmáticos resignados”. Sobre todo, dice mucho el predominio de los clanes
económicos de la vieja y nueva clases dominantes, como la orteguista en nuestro país, sobre millones de personas
sumidas en la pobreza, la cual dicen bajar a cuenta gotas pero en las
estadísticas, mientras sus capitales crecen sin control ni medida.
Como conclusión de la cumbre, en un escenario
que el presidente anfitrión, Hugo Chávez, se hizo a su medida, y después de
haberles inyectado entusiasmo, vinieron las resoluciones, entre ellas, una de
sospechosa veracidad: “la defensa de la democracia y el orden constitucional”.
¿Y quién la inspiró con su discurso de medias verdades y completas mentiras? ¡Daniel
Ortega, violador de nuestra Constitución!
Relató historias sobre las elecciones en Nicaragua bajo dominio del
ejército gringo, y como dueño del tribunal electoral ponía presidentes. No se podía esperar que dijera que ahora el
dueño del poder electoral es él, y no elige presidentes… ¡porque se reelige a
sí mismo!
Para que Daniel pudiera dar su cansino discurso
en Caracas, tuvo que hacer cosas nada santas, entre ellas la siguiente. Cuando
se pospuso la cumbre, en julio pasado, Daniel llevada cinco años de intensa propaganda
y muchas ilegalidades para u reelección, y aprovechó el
impase para arreciarla con una inversión millonaria extra, sin
precedente en Nicaragua. ¿Objetivo? Evitar que con su derrota electoral, y la presencia
en Caracas del ahijado preferido de Chávez en la triste condición de mandatario
saliente, el Alba hubiera aparecido disminuida.
Un golpe político al ego de Hugo que no lo
iban a permitir, y acentuaron las ilegalidades durante las votaciones de manera
inimaginable hasta entonces; y
cumplieron el vaticinio de Tomás Borge: hacer cualquier cosa para no perder el
poder. Y el fraude fue hecho.
Con mezquindades como esa y gobiernos como el
de Ortega, el futuro de Celac nació con mal síntoma.
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