La guerra había pasado, por decirlo mejor, no había pasado, porque ha sido dado a ciertas cosas un poder extraño de no pasar: la música de Romero vibra hoy día como al principio; y la sangre de Cristo corre todavía.
Y después de tantas revoluciones, y de tantas emancipaciones, y de tantas civilizaciones aún se haya la historia positiva de la humanidad en el sombrío capítulo de la invasión de los bárbaros y bajaremos al sepulcro, y generaciones de generaciones de hombres seguirán entrando en el gran dormitorio, y todavía se hallará la historia positiva de la humanidad en el sombrío capítulo de la invasión de los bárbaros.
Deja que pase un tiempo, decía el más estupendo de los visionarios, Juan, a secas, y otro más, y otro medio tiempo: después vendrá el fin.
Un tiempo y otro tiempo más y otro medio tiempo: el capítulo sombrío de los bárbaros --: las mentiras de la civilización, las hipocresías del progreso, Y las pantomimas de la libertad: irguiéndose sobre los espacios plenos de fantasmas la palabra del vacío. Después vendrá el fin: cuando la luz de la única lámpara, la lámpara del Viernes Santo triunfe con un triunfo radical de todos los señoríos de la tiniebla; cuando todos escuchen las palabras dulces como la miel del verdadero Néstor; cuando los hombres, pebeteros sin esencia, por la virtud del Señor de los perfumes, vengan a tener todos, «un corazón de lis, una alma de querube y una lengua celestial».
La guerra había pasado, por decirlo mejor, no había pasado.
En la conquista de Bélgica se habían desatado con violencia los vientos de la fuerza Y habían enmudecido en sus campanarios invisibles las campanas de la misericordia; Y sobre aquel lujo de humanidad robusta, de supra humanidad, Francis Jammes Y Paul Claudel, los dos grandes soñadores cristianos, vieron algo que volaba en revuelos de blasfemia; Y la voz de Huysmans, el maravilloso artista, dijo: ¿sabéis
quién es ese que vuela, en revuelos de blasfemia, sobre los campos de Flandes? el espíritu del anticristo, el espíritu de Federico Nietzsche; para Jesús, las palomas de la dulzura Y las rosas del perdón; para Nietzsche, la vendimia de los puños y la fiesta de los músculos.
En Amberes, Metssys ha visto sus cuadros en los sótanos, Y «El Descendimiento» ha salido de la Catedral a escondidas, en camión, Y de noche: qué ignominia para Rubens, el flamenco glorioso enamorado del Sol. En Bruselas, Van der Weyden ha tenido que refugiarse en cualquier parte; y en la Brujas muerta de Rodembach, Mernlinck, el tímido, ha llorado al ver que ya casi estaba en poder de los bárbaros su «Hospital de San Juan»; y en la Lovaina de los Bouts,, reducida a escombros, queda sin embargo la estatua del Padre Damián para que el ilustre hijo del Brabante, fundador de las leproserías, sepa que nada vale la lepra de los cuerpos delante de la lepra de los espíritus.
Los hombres, pebeteros sin esencia ved lo jue han dejado en su tránsito¡: la bandera de las libertades flamencas, rota en los befrois, los gremios y los beguinajes disueltos, y sobre canales los rojizos, llorando con un llanto inconsolable las encajeras de Mechelen!
Cuando los troyanos domadores de caballos, y los aqueos cabelludos y revestidos de acero peleaban en rudo tumulto entre las aguas del Simois y del Xantos, tan siquiera había en las flechas y en las lanzas la semi-franqueza de lo cercano, y la sinceridad de lo inmediato; pero ahora, que desde lejos, y por debajo de las aguas, y por encima de los aires, culebrea la muerte en lo invisible!
Un tiempo y otro tiempo más y otro medio tiempo: el capítulo sombrío de los bárbaros: el fracaso de los humanos: las mentiras de la civilización, las hipocresías del progreso y las pantomimas de la libertad... ¿Habéis visto en la Grecia de Hornero? ... hermosos tapices, y sillones con paños purpúreos, y platos de oro con manjares tentadores, y copas de oro llenas de dulce vino, y una jofaina de plata, y los rapsodas del rey cantando acompañados de sus instrumentos...; pero también, «Diorés cayó hacia atrás en el polvo, extendiendo las manos hacia sus compañeros y respirando apenas, y Peiros corrió y hundió su pica cerca del ombligo y los intestinos se derramaron por tierra y la oscuridad cubrió sus ojos». ¿Y en el Renacimiento italiano?: los cortejos miríficos de Galeazzo Sforza y de Pietro Riario, y las carrozas, y los arcos, y las recepciones de las embajadas, y los trajes y las magnificencias de Lorenzo, y las tolerancias de León X...; pero también: el asesinato de los Pazzi, y los puñales envenenados de César Borgia, y las representaciones de la «Calandria», y las reuniones de Poggio, y los diálogos de Pedro Aretino.
Guillermo Valencia es el autor de esta estrofa inolvidable:
« Y de sus labios tiernos
salió, como un relámpago imprevisto
a impulso de los hálitos eternos.
esta sola palabra: Jesucristo».
Los santos están en minoría: no hay esencia en los pebeteros. Si en la Edad Media cristiana, Dante pudo decir de Florencia: < fu fato il nido di malizia tanta>, no llamemos pesimista a Víctor Hugo por haber cantado «l' autre qui s' elévait dé cete tevre ou nous sommes étai triste: c' etait le murmur des hommes».
Pero vendrá el fin. Cuando la luz de la única lámpara, la lámpara del Viernes Santo, triunfo con un triunfo radical de todos los señoríos de las tinieblas: cuando todos escuchen las palabras dulces como la miel del verdadero Néstor cuando los hombres, pebeteros sin esencia, vengan a tener todos «un corazón de lis, y una alma de querube y una lengua celestial».
Nota:
Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais
No hay comentarios:
Publicar un comentario