El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 14 de abril de 2011

Una mirada a Libia

Erik Flakoll Alegría

La primera vez que conocí a Gadafi fue en 1985, durante una visita que realizaba el Comandante Borge a pedir recursos.

Al primero que vimos en esa ocasión fue a su entonces mano derecha y que se ocupaba de todos los movimientos guerrilleros y de izquierda en el mundo. El “todo poderoso” Moussa Koussa, o “Mucha Cosa” como le llamaba cariñosamente Tomás.

Hoy Moussa Kossa parece haber abandonado a Gadafi y parece que Gadafi no entiende a su pueblo.

Cuando llegamos a Tripoli nos llevaron en el Hotel Al Kabir y allí esperamos que Gadafi nos recibiera. Uno nunca sabía cuánto tiempo habría que esperar para una audiencia, a veces días.

El chiste en ese entonces era que el saludo comunista era con el puño izquierdo en alto, el saludo fascista era con el brazo derecho y la mano tendidos por encima de la cabeza. El saludo sandinista era con cualquiera de las dos manos a nivel de la cintura, palma arriba como pidiendo una limosna.

Como era su costumbre, Gadafi nos recibió en su tienda beduina, amplia y de muy buen gusto. Yo acompañaba al Comandante Borge como escolta e intérprete pero Gadafi muy rápidamente dijo que él tenía su propio interprete y que mi presencia no era necesaria. Un poco adolorido me retiré al fondo de la tienda y entablé conversación con Yalud, el Jefe de Seguridad.

Estábamos platicando cuando Gadafi le lanza una mirada a Yalud y éste sale disparado de la tienda beduina. Un momento después llega con papel y un lapicero y se los entrega al dirigente Libio. Seguimos platicando y otra vez Gadafi nos interrumpe con su mirada y esta vez Yalud se ausenta un largo rato y vuelve con un mayordomo que trae tres tazas de té en una bandeja de plata labrada.

Cuando finaliza la reunión, me levanto para despedirme de Gadafi y me mira fijamente a los ojos mientras me aprieta la mano y me dice en un inglés perfecto pero con acento árabe marcado: “Veo que te has hecho muy amigo de mi Jefe de Seguridad”.

“Sí”, le respondí, “y me impresiona la forma que tienen de comunicarse ustedes dos.”

Gadafi sonrió y me dijo: “En el desierto tenemos un refrán y es que el que no entiende una mirada, tampoco es capaz de entender un largo discurso.”

Me impresionó ese refrán tan lapidario.

Un año más tarde, volví a Tripoli con el Comandante Borge a un aniversario de la Jamahiriya y al entrar al Hotel Al Kabir me sorprendió ver a mi amigo Yalud detrás del mostrador de la recepción.

“¿Qué haces aquí?”, le pregunté.

Encogió los hombros y me dijo “Es que no entendí su mirada.”

Ahora con el pasar de los años, parece evidente que el mismo Gadafi no entiende la mirada de su propio pueblo.

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