Acurrucado, en este divino silencio del Viernes Santo, sub umbra alarum, pienso en aquella deleitable montaña de Somoto; mis excelentes amigos los jóvenes segovianos Francisco y Lucio Toledo nos abrieron de par en par, así se usa en Segovia, las puertas de su finca y la montaña toda entera fue mía como si yo tuviese en mis manos, desnuda y primitiva la flor de la tierra.
“Subíamos, bajo las dos alas, ¡qué frescura¡ y ¡qué sombra!
Hermano que vas por todos los caminos, ¿qué buscas?
Una isla de frescura y un árbol de sombra.
Silenciosamente, cae, gota a gota, la Preciosísima Sangre.
¿Fuera de eso?
--Nada.
Subíamos. Estaban todos los árboles vestidos de musgo. San Francisco de Asís y Santa Isabel de Hungría van por el camino, vestidos de musgo. El blasfemo, el perro de las hipotecas y tanto-por-cientos, el señorito que se burló de la hija de Blas el carretero, no van vestidos de musgo.
Subíamos, cuando de pronto, dum medium silentium tenerent omnia, sumergidas en el silencio, todas las cosas, bajó de los altísimos árboles, una parábola en voz baja, como si de un ojo de agua, cayese, gota a gota la música, con la divina mansedumbre del agua, como una cajita de música no aprendida y nunca oída, palabra de una madre o de un amigo que nos saluda en tierra extraña, muy Carlos Guerin y muy Francis Jammes, incomparable, único, el canto del jilguero:
¡Silencio! ...
¡Está cantando el jilguero
Apartémonos de las tierras bajas y subamos a la montaña. En las tierras bajas, piedras y espinas; en la montaña, sombra, frescura, y árboles de musgo vestidos y el canto del jilguero.
Abajo los palabreros.
Arriba Cristo.
En las tierras bajas de la filosofía y de la historia, jabón la palabra de los seductores, soga la palabra de los traga vidas, baba, cieno y lama la palabra de los políticos, puñal la palabra de los traidores, mancha la palabra de los blasfemas... etcétera.
Subamos a la montaña, para que de pronto, dum médium silentium tenerent omnia, sumergidas en el silencio todas las cosas, baje de la cruz, arbor alta que dice la Iglesia, una parábola en voz baja, como si de un ojo de agua cayese, gota a gota la música no aprendida y nunca oída, palabra de una madre o de un amigo que nos habla en tierra extraña, muy Carlos Guerin y muy Francis Jammes, incomparable, único, el canto del jilguero.
¡Silencio! ...
¡Está cantando el jilguero!...
Acurrucado, en este divino silencio del Viernes Santo, sub umbra alarum, pienso en aquella deleitable montaña de Somoto; mis excelentes amigos los jóvenes segovianos Francisco y Lucio Toledo nos abrieron de par en par, así se usa en Segovia, las puertas de su finca y la montaña toda entera fue mía como si yo tuviese en mis manos, desnuda y primitiva la flor de la tierra.
“Subíamos, bajo las dos alas, ¡qué frescura¡ y ¡qué sombra!
Hermano que vas por todos los caminos, ¿qué buscas?
Una isla de frescura y un árbol de sombra.
Silenciosamente, cae, gota a gota, la Preciosísima Sangre.
¿Fuera de eso?
--Nada.
Subíamos. Estaban todos los árboles vestidos de musgo. San Francisco de Asís y Santa Isabel de Hungría van por el camino, vestidos de musgo. El blasfemo, el perro de las hipotecas y tanto-por-cientos, el señorito que se burló de la hija de Blas el carretero, no van vestidos de musgo.
Subíamos, cuando de pronto, dum medium silentium tenerent omnia, sumergidas en el silencio, todas las cosas, bajó de los altísimos árboles, una parábola en voz baja, como si de un ojo de agua, cayese, gota a gota la música, con la divina mansedumbre del agua, como una cajita de música no aprendida y nunca oída, palabra de una madre o de un amigo que nos saluda en tierra extraña, muy Carlos Guerin y muy Francis Jammes, incomparable, único, el canto del jilguero:
¡Silencio! ...
¡Está cantando el jilguero
Apartémonos de las tierras bajas y subamos a la montaña. En las tierras bajas, piedras y espinas; en la montaña, sombra, frescura, y árboles de musgo vestidos y el canto del jilguero.
Abajo los palabreros.
Arriba Cristo.
En las tierras bajas de la filosofía y de la historia, jabón la palabra de los seductores, soga la palabra de los traga vidas, baba, cieno y lama la palabra de los políticos, puñal la palabra de los traidores, mancha la palabra de los blasfemas... etcétera.
Subamos a la montaña, para que de pronto, dum médium silentium tenerent omnia, sumergidas en el silencio todas las cosas, baje de la cruz, arbor alta que dice la Iglesia, una parábola en voz baja, como si de un ojo de agua cayese, gota a gota la música no aprendida y nunca oída, palabra de una madre o de un amigo que nos habla en tierra extraña, muy Carlos Guerin y muy Francis Jammes, incomparable, único, el canto del jilguero.
¡Silencio! ...
¡Está cantando el jilguero!...
Nota:
Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais
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