Andres Pérez Baltodano
El mensaje de la Conferencia Episcopal que empezamos a comentar la semana pasada, termina su análisis de la “situación actual del país” haciendo referencia al problema fronterizo con Costa Rica. Lo hace en términos firmes y sensatos: “Junto a todo el pueblo nicaragüense afirmamos la absoluta soberanía de Nicaragua sobre el Río San Juan como algo indiscutible e innegociable para el país. Esperamos que este conflicto se resuelva en el menor tiempo posible por las vías del dialogo, los cauces diplomáticos y el respeto al derecho internacional. Sin embargo nos preocupa que la reciente crisis surgida en torno al tema distraiga la atención del gobierno y de los ciudadanos y nos lleve a ignorar y no afrontar los graves problemas internos de la nación.”
El conflicto generado por el dragado del Río San Juan ha desnudado el atraso político de Nicaragua y Costa Rica. La incapacidad de los gobiernos de los dos países para resolver sus diferencias y para complicar las cosas es vergonzosa y lamentable. Tan vergonzosa y lamentable que mucha gente se inclina a pensar que detrás de la torpeza política de los líderes de los dos países, se esconden intereses y ambiciones malignas. Y es que a veces resulta más fácil aceptar la maldad que la estupidez.
Un año de oración por Nicaragua
En la cuarta sección de su mensaje, después de analizar la situación de nuestro país, la Conferencia Episcopal propone algo que, a primera vista, puede parecer una ingenuidad. Dicen los obispos: “Estamos convencidos de que, dada la complejidad de la situación del país y la gran rapidez con que cambian los escenarios políticos, es el momento de hacer una clara opción por la oración”. Y agregan: “Proclamamos para toda la Iglesia el año 2011 como un ‘Año de oración por Nicaragua’”.
¿Orar para solucionar nuestros inmensos problemas? ¿Cambiar el país y superar nuestras miserias a punta de oraciones?
Desdichadamente, la visión dominante de la oración en la práctica religiosa de la Iglesia Católica ha sido la del rezo como invocación mágica del poder de un Dios que lo puede y lo decide todo. Nadie ha expresado mejor el sentido trágico de esta visión que nuestro Santiago Argüello. Lo he citado muchas veces pero vale la pena hacerlo de nuevo: “[Para nuestro pueblo] todo redúcese a desgranar rosarios, en un andar de máquina engrasada de sueño, en una actividad de labios y en un letargo de fervor, sin más propósito que el de tener propicio el santo que eligieron como abogado celestial. ¡He aquí el fetiche! No pudiendo elevarnos, buscamos quien baje hasta nosotros. Rezamos ante el icono, no por devoto apego de almas, sino para pedirle ayuda en las empresas, auxilio en los apuros y medios prácticos en las necesidades y deseos. Es una compraventa de rezos maquinales por bienes terrenales”.
Mi lectura del mensaje de la Conferencia Episcopal me empuja a creer que los obispos están haciendo un esfuerzo para superar el fetichismo religioso del que nos habla Argüello. Es posible –ojala no me equivoque– que estén intentando promover una nueva visión de la oración; una visión humanista, moderna y profundamente política y cristiana.
No hablo de política en un sentido partidista. Tampoco hablo de política para hacer referencia a la rifa quinquenal del derecho a la impunidad en el que se traduce nuestra llamada “política democrática electoral”.
No hablo, pues, de la lucha por el poder que se orienta por el principio pragmático de la conveniencia. En otras palabras, no hablo de la política que practica el FSLN, el MRS, o el PLC.
Hablo de política como un esfuerzo dirigido a institucionalizar una visión ética, explícita y justificada, de la organización y los usos del poder en la sociedad; una visión basada en valores y principios sustantivos, como los que defendió Pedro Joaquín, como los que defendió Sandino, como los que defendió Mandela. Hablo, pues, de la política transformadora y radical que nos enseñó a practicar Jesús, cuando nos ordenó amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos.
Si mi lectura es correcta, el sentido de la oración que proponen los obispos nos obliga a entender la idea de Dios como un Norte ético y como una fuerza vital que podemos y debemos usar para subvertir y trascender la (in)moralidad dominante en nuestra sociedad; la inmoralidad que nos empuja a ignorar el hambre y el sufrimiento del “otro” y la “otra”. Dicen los obispos: “Cuando oramos no invocamos soluciones mágicas, no lo hacemos para sentirnos libres de compromisos y responsabilidades, sino porque estamos convencidos de que la historia no es sólo el escenario en que actúan las voluntades humanas sino el ámbito en que Dios hace llegar su Reino de caridad, justicia y paz. Con razón Jesús nos ha enseñado a pedir: ‘venga a nosotros tu Reino’. Por eso cuando oramos permitimos misteriosamente que la fuerza del Señor Resucitado fecunde y cambie la historia, nos hacemos eco de las aspiraciones de paz y justicia de todo nuestro pueblo y sobre todo tomamos conciencia de nuestra propia responsabilidad en el cambio social.”
Este párrafo es riquísimo en significado. Encierra la posibilidad de promover una visión de la oración en la que Dios no es un ser mágico que controla a la humanidad sino, más bien, una fuerza que nos alienta a ampliar los límites de nuestra realidad y, más concretamente, a asumir nuestra responsabilidad en la construcción del “reino de caridad, justicia y paz” en nuestro planeta y en nuestro país.
Ser cristiano, desde esta perspectiva, es imitar el ejemplo de Jesús quien se convirtió “en la Providencia de Dios” para luchar por una visión ética del poder y de la historia; es aceptar que, como lo decía el teólogo Paul Tillich, la “omnipotencia” de Dios es, en última instancia, la fuerza de una convicción humana que estamos obligados a cultivar. Esta convicción es la verdadera fe cristiana; la fe que nos impulsa a creer que ni la corrupción que hoy carcome a nuestra sociedad, ni las estructuras de poder que hoy nos dominan, pueden impedir el triunfo del bien y la justicia de la que nos habló Jesús. Dice Tillich: “La Providencia no significa un plan divino mediante el cual todo está mecánica y eficientemente predeterminado. Por el contrario, la Providencia significa que en cada situación existe una posibilidad creativa y salvadora que no puede ser destruida por nada”. Ser cristiano o cristiana es luchar para identificar o crear las posibilidades de que nos habla Tillich, a partir de un posicionamiento ético frente a la (in)moralidad dominante en nuestra sociedad.
Los obispos concluyen su discusión sobre la oración señalando que, “en su debido momento”, darán “mayores indicaciones” sobre el “Año de la Oración por Nicaragua”. Esperemos los futuros planteamientos de la Conferencia Episcopal sobre este importantísimo tema. Mientras tanto, empecemos a buscar dentro de cada una de nosotras, la fuerza que puede convertirnos en la Providencia salvadora de nuestro sufrido país. Así pues, no tenemos que esperar a los obispos para empezar a desarrollar dentro de nosotros mismos la convicción de que la verdad tendrá que triunfar.
¿Cuál verdad? La verdad que un día revelará nuestras faltas de acción y omisión frente a las niñas abusadas, las prostitutas y los desnutridos de nuestro país; la verdad que silenciará la pomposa arrogancia de nuestros políticos; la verdad que nos obligará a todos, incluyendo a los obispos de la Conferencia Episcopal, a confesar nuestras culpas y pedir perdón frente al pueblo de Dios. Solamente el triunfo de esta verdad, --atrapada hoy en el oportunismo, la timidez, el cálculo pragmático y la corrupción--, nos hará libres.
El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.
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