El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Mi amistad con José Lezama Lima

Por Dr. José Luis Moreno Del Toro (*)
Foto: Internet

«La muerte me está buscando
y como me puse serio,
me dijo que era jugando,
pero la muerte sigue buscando».
José Lezama Lima
Paradiso

Desde la misma muerte de Lezama Lima, recibí la solicitud, por parte de Fina García Marruz y Cintio Vitier, de que escribiera un testimonio sobre mi amistad con el poeta; comencé con cierta pereza o lentitud, a partir de fabulaciones inciertas. Estas vienen y van en todas direcciones acerca de la vida, la obra y, sobre todo, la muerte del poeta distorsionando la realidad, interpretadas por cada quien a su manera.

Tuve el enorme privilegio de ser el médico personal de algunos de los más prestigiosos miembros del grupo de Orígenes; y los caminos de la Poesía y la Medicina fueron alicientes para que floreciera junto a ellos una amistad que desbordó los conceptos. Sirvan estas palabras, que a continuación reúno, como un homenaje a nuestro José Lezama Lima, al cumplirse este 19 de diciembre de 2010 su primer centenario.

Quiso el azar que me fueran asignadas las dos profesiones creadas para salvar al hombre: la Medicina y la Poesía. Soy de esos que prefieren un sueño a una pesadilla. Mis grandes amores me han robado toda la vida. A la Medicina me acerqué cuando me distancié geográficamente de mi natal Holguín; y a la Poesía, desde que tiraba piedras en el río Jigüe. Porque la poesía nace y se aprende, no se compra, se crea «amando y sufriendo»como nos enseñó Martí.

Durante más de 12 años, compartí la amistad con un paciente que una noche apareció con disnea y una depresión muy grande. De este encuentro resultaron dos cosas: convertirme en su médico personal hasta el final, a pesar de su intensa y larga amistad con el Dr. y profesor Carnotich, quien durante muchos años fue su facultativo cercano y condiscípulo del «Colegio Mimó», a quien tuve el inmenso privilegio de haber tenido como profesor de Anatomía; y que ese paciente fuera el poeta, ensayista y narrador José Lezama Lima.

...vivo como los suicidas, me sumerjo en la muerte
La muerte fue una constante en este gran escritor, su asma era una causa de preocupación para todos. Entre respiración y respiración afirmaba «yo ya he hablado con mi muerte y cada uno sabe lo que tiene que hacer.»1 Al pasar los años, Lezama no se preocupaba por morir, por lo menos literariamente. Lo que él consideraba su epitafio, la frase de Flaubert «Todo perdido, nada perdido», no se utilizó en su lecho definitivo, en su lugar fue inscrito: «La mar violeta añora el nacimiento de los Dioses, / ya que nacer es aquí una fiesta innombrable», fragmento de su Noche insular: jardines invisibles.

Como poeta joven en aquellos tiempos, fui uno de esos poquísimos alumnos del que él mismo llamara Curso Délfico2 y como a todos los que participamos de su orientación y amistad llevamos la impronta del poeta que en su tiempo solo recibió silencio, ahora otros aires le dan preponderancia al cubanísimo y son muchos los que alaban su obra.

Hablando del boom lezamiano, creo que la apertura de Lezama no está dada por la cantidad de gente que puedan escribir sobre él, cuando, lamentablemente tuvo tan pocos amigos en los últimos tiempos de su vida, ahora hay una especie de «lezamomanía o filolezamanía», todo el mundo quiere escribir sobre él y todos se consideran sus amigos, muchos se creen deudores de una amistad con el poeta y sobre todo de un compromiso con Lezama, lo cual me parece excelente que así sea, eso es señal manifiesta de que ha trascendido los círculos estrechos de su mortalidad, esa deuda yo no la tengo.

De los pocos alumnos del curso de Lezama, tengo la amistad de muchos, entre otros Reynaldo González y José Prats Sariol, eso es lo más importante, además de mi introducción a su poética. Esos dos hechos me han dado la posibilidad y el privilegio de disfrutar al autor de Enemigo rumor en cada lectura, porque él es como Martí: un manantial que, aunque uno no tenga sed, siempre vas a beber y te alimenta.

«En el “Tíbiri Tábara”
Muchos inculpan a Lezama de hermético, inaccesible, eso ocurre porque no pueden o porque no quieren romper esa frontera que impone la lectura cuidadosa. En una ocasión él, con su voz entrecortada, llena de sibilantes bronquiales me dijo: «mire doctor, me dicen que soy hermético, que soy un hombre que no entienden, pero ¿usted puede decirme qué cosa es el “Tíbiri Tábara” (la guaracha de Daniel Santos y la Sonora Matancera, que tanta popularidad tuvo en las décadas del cuarenta y cincuenta), «o usted sabe qué significa que “El Cuini tiene bandera”» (del viejo danzón de La Aragón), estos tropológicos gongorismos son los símbolos y signos para descubrirlo.

Me asaltan a la memoria algunos momentos: conocerlo una noche que fue terrible para él, al otro día de fallecida su madre, el 12 de septiembre del 1964, dado lo que representaba esta en su vida3 . Recordar que perdió a su padre de niño y lo dejó en una precaria situación económica, emocional y afectiva.

De ahí que su primer libro sea Muerte de Narciso y en el último poema que escribió4él va buscando al Tokonoma como un símbolo indescifrable de la muerte. En mi libro en preparación sobre el autor de Paradiso, que llevará por título El paciente impaciente, hay un capítulo dedicado a la muerte en la obra de Lezama. Lo conocí ese día y nuestra amistad duró un poco más de 12 años, hasta aquella madrugada del 9 de agosto de 1976, en que me tocó la amarga responsabilidad de acompañarlo hasta el final.

«La muerte me está buscando…
Las últimas palabras que pronunció podrían ser testimonio de algunos rasgos muy personales, ahora a la distancia. Lezama era un gran gourmet, no era un hombre goloso, ni comilón como se ha querido decir frecuentemente; era un hombre al que le gustaba comer bien y no tan abundante pero sí era exigente en la calidad de sus apetencias, como da fe, en el fabuloso menú durante La cena de Doña Augusta, en su novela mayor. En sus momentos postreros sobre las ocho o las nueve de la noche, cuando se acentuaron las complicaciones pidió a la que era entonces mi esposa que le llevara un pudín: ella acostumbraba enviarle este dulce de la repostería criolla, «una comida de ángeles», como él decía. Por supuesto, no permití que cumpliera su deseo porque sabía de su extrema gravedad, desde el momento en que ingresó al hospital, a regañadientes y de manera tardía, aquel domingo 8 de agosto.

«Un viaje al hospital
es un viaje a la muerte.
Nuestro cuerpo llega a ser un obstáculo donde
la lejanía se revuelve.
Ay, nuestro cuerpo a horcajadas en otras imágenes.
Sin sentir que me llamen
penetro en la pradera despacioso».

Como poeta puedo buscar en la imaginación un sentido poético a la muerte. Puede ser poético el tener en algún momento un heroísmo grande, un desinterés de encontrarse con ella que puede serlo. Poética fue la muerte de Jesús de Nazaret, como nos la relatan, quien se entregó para salvar la causa de un pueblo que estaba sometido a un imperio, un hombre que por amor a su tierra recibió la muerte. Poética fue la muerte de los niños héroes de Chapultepec, hubo muerte poética en los muros del Moncada, como también pudo ser la de José Jacinto Milanés o la de Juan Clemente Zenea, con toda la carga trágica que conlleva ese acto biológico de la pérdida de un ser humano.

Pero como médico digo que no hay ninguna muerte poética, la muerte nos despoja del privilegio más grande que tiene el hombre: la vida, por lo que lucha y por lo que crea durante ella, frente a la muerte hay que luchar con todas las fuerzas. La vida tiene más de poesía que la muerte5.

«Trocadero 162, bajos»
Alguien pudiera afirmar que su disnea era acrecentada por su casa: llena de libros, cuadros y tantos objetos que acumulaban recuerdos y polvo doméstico, eso puede ser una elucubración… más que otra cosa. La disnea de Lezama es síntoma y consecuencia de esta enfermedad multifactorial y en él creo que también con muchas posibilidades hereditarias, hay que recordar que su padre muere de una bronconeumonía durante una epidemia de gripe el 19 de enero del año 1919 en los Estados Unidos, a los 33 años de edad, allí estaba por su responsabilidad del trabajo militar en Fuerte Barranca, Florida; y poco después su hermana Eloísa, es víctima de una complicación de este padecimiento, que también termina con su vida. Si leemos la primera página de Paradiso, sabemos que Lezama padece de asma desde los primeros días de su existencia. Entre las múltiples causas que producen el asma, está el hongo doméstico, pero cuando Lezama vivía en el campamento militar de Columbia, donde nació; o en Prado, la casa de su abuela, este era un hogar sin libros, una casa señorial, muy ventilada y espaciosa allí también padeció de asma; cuando paseaba por la calle muy aireada y casi marina de San Lázaro, rumbo a la Universidad, también la padecía. Quizás el acumulo de libros y la fertilidad que tienen para los ácaros, que así se llaman, pudieran influir, pero la casa de Lezama en Trocadero 162, bajos, como le gustaba señalar, era amplia, tenía tres cuartos para dos personas.

«La biblioteca como dragón»
Además de los libros tenía máquinas de escribir, que ya no utilizaba y tampoco entraba a esa habitación, la última y más pequeña: su estudio durante un tiempo, pues al final de su vida escribía en la sala apoyado sobre una tabla, en su sillón… No me pareció una casa convertida en «un amasijo de libros, papeles y polvo», esto pudiera haber sido expresado por el propio Lezama; actualmente rescatada para la memoria historia, tampoco creo que su máquina de escribir estuviera tan herrumbrosa, quizás vieja, como todavía se puede verificar su estado cuando se visita.

Es verdad que era una casa muy llena de cuadros y libros, sobre todo en su estudio, parte importante de lo mejor de su biblioteca, igual, dondequiera florecían los libros pues «La biblioteca como dragón» —como él aseveró— fue invadiendo el inmueble. No tengo recuerdos lúgubres y decadentes, abandonados o sucios, de la casa del Poeta.

Nunca, nunca hubiera cometido la locura de decirle que eliminase o se deshiciera de sus libros, ni a Lezama ni a nadie, ni siquiera al más iletrado. Hay que conocer a Lezama, él concebía «la biblioteca como Dragón», quiero insistir en eso, aunque sea muy reiterativo, pues era su sustancia proteica6 . ¡Pobre del hombre que no tenga libros a su alrededor!, a pesar de todas las técnicas, las computadoras, el video, etcétera, nunca el libro será sustituido. Decirle a Lezama que no tuviera libros era como pedirle que se sacara el alma.

…Al paso del tiempo…
Con su casa pasaron cosas muy tristes: primero se convirtió en una biblioteca cuasi municipal, después de todo creo que fue lo más acertado en ese momento, para salvaguardar la institución o el inmueble, luego se sacaron los cuadros, muy valiosos, y estuvieron de fondos en el Museo Nacional y otros lugares. También sus libros, que reúnen una colección no solo por su cantidad y calidad, sino porque fueron testigos y cómplices de su inmensa obra, estuvieron muy bien resguardados en la Biblioteca Nacional. Otros objetos de la casa no se sabe adónde fueron a parar, como su sillón o el juego de cuarto, el juego de comedor… Otros se conservan, gracias al empeño de muchos, entre ellos, el Ministerio de Cultura. Aún está el viejo refrigerador que enfría «el mejor té de La Habana Vieja, como fino bigote de dragón» como decía en cada brindis el mismo Lezama; hoy en el museo vuelve a reinar el espíritu lezamiano.

Y hablando del tan discutido término o conceptualización de «inmortalidad», Lezama no va a morir nunca. Su salud poética, el sistema poético soñado, creado y señalado por él está en su mejor momento. Recientemente, el jueves 25 de marzo de 2010, en el Baptist Hospital de Miami, fallece también de «una tonta neumonía» como ella misma calificara la razón de la muerte de su hermano, Eloísa: la última integrante de la trinidad de los Lezama Lima.

«El enmascarado voló sobre la cerca del abismo, no mojó su palma en el Leteo, sobre los arcos y los faldones respiró un beso hacia la noche y se convirtió en algo palpable, ciertas gracias a que era inalcanzable, imposible….

Son ya pocos los años que me quedan para sentir el terrible encontronazo del más allá. Pero a todo sobreviví, y he de sobrevivir también a la muerte».

José Lezama Lima

(*) Parte de esta conversación fue publicada por el periodista Alfonso del Rosario Durán en Ámbito, revista cultural del semanario Ahora, en Holguín, el 11 de abril de 1994. Para la presente edición deAlma Mater ha sido revisada y fueron modificados algunos textos.

Dr. José Luis Moreno del Toro, Holguín 1943. Médico, narrador y poeta, ejerce como profesor de cirugía general en el Hospital Universitario «General Calixto García», de la Ciudad de La Habana, es miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Preside la Cátedra de Cultura Cubana, del Instituto Superior de Ciencias Médicas. Posee la Distinción por la Cultura Nacional y por la Educación Cubana.

NOTAS:


1 «Yo, en cambio, vivo como los suicidas, me sumerjo en la muerte y al despertar me entrego a los placeres de la resurrección»; «Interrogando a Lezama Lima», en Recopilación de textos sobre Lezama Lima, Casa de las Américas, La Habana, 1970.

2 «Siempre me gustó orientar las lecturas de la gente más joven. Al cabo de estar haciéndolo durante muchos años se me ocurrió la idea de sistematizar esas orientaciones (…) Surgió así la idea del Curso Délfico».

3 En 1972, Lezama le envía una carta a Julián Orbón, sobre la muerte de Rosa, su hermana mayor: «Después de la muerte de mi madre, esta gran desgracia me ha producido una melancolía depresiva».

4 «El pabellón del vacío», escrito el 1ro de abril de 1976, pertenece al libro Fragmentos a su imán.

5 «Cuando la muerte irrumpe de una manera indiscreta en los años otorgados a una vida de expresión y relieve artísticos, parece que esa mitad secuestrada se trueca en la cara benévola de infinitas posibilidades favorables», en Arístides Fernández, La cantidad hechizada, Ediciones Unión, La Habana, 1970.

6 Lezama define al dragón de esta forma: «El dragón es el mercurio. Es semen y sangre. Viene del riñón y se conserva en el hígado». Más adelante, luego de degustar los misterios del Tao, define la biblioteca: «Así, toda biblioteca es la morada del dragón invisible, se apoya sobre la tortuga de espaldar legible», «Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón», en La cantidad hechizada.


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