El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 23 de diciembre de 2010

El microbús nuestro de cada día

Nestor Arce

Cuando no se tiene carro y hay que levantarse temprano para poder agarrar un microbús que te lleve o te deje cerca de la zona donde trabajas o estudias, todo se vuelve una odisea, desde dejar la cobija a un lado hasta abordar el microbús.

Todas las mañanas, el desayuno es acompañado por el sonido de las bocinas de los buses y microbuses que van hacia Managua desde Ticuantepe, exactamente frente a la UCA. Luego de darle tres sorbos al café y comer una rebanada de pan, me preparo para salir y esperar el microbús que me llevará hasta mi destino, la capital.

La espera agobia el tiempo, y cada vez se hace más tarde para llegar temprano, cinco microbuses han pasado pero ninguno con espacio para llevar a un pasajero más, tres personas asoman casi la mitad de sus cuerpos por la puerta del pequeño microbús. El cobrador, grita y empuja diciendo - “hay lugar al fondo, avancemos por favor”- mientras con mucho valor alzo mi brazo y le hago la señal de parada, para ver si alcanzo, y así poder llegar; el cobrador saca la cabeza por la ventana y me hace seña de que el microbús va lleno, aunque más adelante se detiene y sube a una joven delgada, muy bien arreglada, el cobrador empuja a la joven con fuerza hacia dentro para poder cerrar la puerta.

La espera se alarga más. Pasados 15 minutos se acerca otro microbús un poco más espacioso que el anterior, aunque siempre lleno, ya es demasiado tarde como para esperar otro con la esperanza que venga vacío, el microbús va con 12 pasajeros, el límite de personas sentadas, y con 10 personas más de pie, más el cobrador y yo, somos 24 personas.

Como a 4 kilómetros de donde yo abordé, se bajan dos, pero yo sigo de pie, con la mitad del cuerpo torcido porque no alcanzo completo en el microbús. Más adelante el microbus se detiene y suben tres personas más, mientras el cobrador hace maravillas para tratar de acomodar a tanta gente.

El microbús echa a andar, me fijo, a casi 100 kilómetros por hora en una carretera donde el límite de velocidad es de 60 KM/H, todo para alcanzar a un microbús que cubre la misma ruta pero de otra cooperativa. Se empiezan a escuchar los reclamos de la gente: “animal, nos vas a matar, acaso llevas ganado”, grita una señora, mientras un señor en el asiento de en medio reclama, “baja la velocidad, sos caballo, que bajes la velocidad, que por diez pesos no voy a perder mi vida”. Una tercera persona grita “o bajas la velocidad o me bajo hijue…”, pero el conductor parece no inmutarse.

Saliendo a la carretera Masaya nos espera el tráfico pesado de las 6:30 am, avanzar a paso de tortuga es desesperante tanto para el pasajero como para el conductor, ni pensar que si llega tarde le cobran los minutos de retraso, y si yo llego tarde la profesora no me deja entrar a la clase, pero ya no puedo hacer más. Sin embargo, el conductor decide aventajar por la derecha e invadir la zona por donde los peatones transitan, así sigue hasta que ve los conos color naranja a lo largo y un hombre vestido de celeste con chaqueta verde, es hasta ese momento que vuelve al carril que le corresponde, ya nadie grita ni se queja.

Para matar el tiempo me dedico a hacer una lista en mi cabeza de todas las infracciones que va cometiendo el microbús: aventajar por la derecha; sobre el límite de pasajeros; exceso de velocidad; echar a andar el microbús con la puerta abierta; acompañante de cabina sin cinturón de seguridad; un servicio que venden como expreso pero que va haciendo paradas constantes para subir a cuanta gente alcance. Y todo esto multiplicado por dos (ida y regreso), y luego por todos los días que tengo que ir a la capital.

Ya vamos llegando hasta donde el microbús hace su estación, y ahora el microbús se observa vacío y ya me puedo sentar, pero ahora para qué si a tres cuadras adelante me bajo, con la nuca adolorida y sudado, he llegado, después de casi 50 minutos de viaje con sustos y frenazos, estoy completo, pero lástima que ya no puedo entrar a mi clase y he perdido las primeras horas, sólo me queda esperar y prepararme para el viaje de mañana.


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