El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Ay Nicaragua, Nicaragüita...

Allí conocí a gente humilde, sin dobles caras, capaz de enormes sacrificios

Jaime Gamboa proa@nacion.com
Comencé a querer a Nicaragua y a su gente desde muy pequeño. No sé si fue debido a los intentos de mi mamá por enseñarme a recitar A Margarita Debayle, intentos que mi mala memoria y mi poco empeño hicieron fracasar sin remedio, pero que me dejaron grabada para siempre, en algún lugar del subconsciente, la perfecta música interior con la que Rubén Darío, el más universal de los poetas nicas, se dejaba tejer cada uno de sus versos.

Por esa misma época, cerca de la casona familiar en Nicoya vivía un zapatero nica de apellido Herrera, un hombre serio, de pocas o ninguna palabra, pero sus manos martillaban y cosían con la maestría del artesano que ponía todo su conocimiento en la fabricación de cada pieza. Igual que Darío.

Poco después tuve el honor de conocer a Luis Enrique Mejía Godoy y a su hermano Carlos. Luis Enrique era un melenudo alto, con un vocerón que se imponía solo y la sonrisa más franca que yo recuerde haber visto. Pese a ser ya un músico consagrado, con discos y videos en la televisión, el hombre disfrutaba pasar las tardes tocando y cantando con nosotros (unos “fiebres” adolescentes, estudiantes de música) en la sala de la casa del Macho, mi tío, su amigo del alma.

Luis Enrique fue la persona más cercana, por la que sufrí y lloré cuando leí en el periódico que el ejército de Nicaragua (en ese tiempo bajo el mando de Somoza) bombardeaba sus propias ciudades y aniquilaba a sus propios ciudadanos, incluso a quienes no se habían alzado en armas contra la dictadura.

Estando en el colegio, celebré con todo el pueblo tico la caída de Somoza. En los últimos meses antes de julio de 1979, Costa Rica se había volcado en apoyo a los guerrilleros. Me acuerdo hasta de mis abuelas prendiendo velitas, rezando para que se acabara el sufrimiento de nuestros vecinos y Nicaragua tuviera paz.

Los años me llevaron una y otra vez a Nicaragua, como músico, estudiante, publicista, o simplemente como amigo. Allí conocí a algunas de las personas que más he querido, familias enteras, gente humilde, sin dobles caras, capaz de enormes sacrificios y de entrega total a los demás.

Nunca me aprendí los versos de A Margarita Debayle, pero esa primera impresión que tuve cuando niño, la impresión de esa Nicaragua de artesanos orgullosos de su trabajo, de poetas que parecen de otro planeta y de gente que sonríe como Luis Enrique, con franqueza, esa impresión de estar frente a un hermano, no me la podrá borrar jamás la iniquidad y los errores de un mal presidente y sus lacayos.

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