Andrés
Pérez-Baltodano
“El
hombre creador del lenguaje ha dado a cada palabra un uso, y un sitio. Pero los
tiranos se complacen en variarlos.”
Pedro Joaquín Chamorro Cardenal
Cuando hablamos de
Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, tendemos a enfatizar la fuerza de sus
convicciones y su valor. Jorge Eduardo Arellano, por ejemplo, lo retrata como un
hombre de “principios y pasiones,” más que “de letras e ideas.” Edmundo
Jarquín, por su parte, habla de las publicaciones que contienen los escritos de
PJCh, como “libros éticos más que estéticos . . . lo que en ellos importa es el
coraje, la valentía del yo que se confiesa, se desnuda, se acusa . . .”.
Sin lugar a dudas, los principios, las
pasiones, las convicciones, y el coraje
de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, son marcas innegables de su personalidad. Deben
ser reconocidas y, para los que se atrevan a ser como él, emuladas.
Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, sin embargo,
fue más, mucho más, que simple “valentía” y “coraje.” Él también fue un
pensador y un hombre de ideas en los campos de la política, el poder y la
sociedad. Estas ideas pueden apreciarse en sus escritos, y en las acciones de
su vida; son ideas que nutrieron su discurso, y que alimentaron el diálogo que
mantuvo con su pueblo a través de La
Prensa, desde 1948, hasta el día que lo mandaron a matar.
Las ideas, y la estructura del pensamiento de
PJCh, deben ser rescatadas y profundizadas, no solamente porque muchos de los
problemas y retos que él enfrentó –el fenómeno del autoritarismo, la
corrupción, el oportunismo político y otros– son similares a los que enfrentamos en la
actualidad, sino también porque él nos enseñó una lección que no aprendieron
los políticos de su generación, y que tampoco han aprendido los que hoy monopolizan
nuestros partidos.
Esta lección puede resumirse así: para ser
efectiva, la práctica política debe enmarcarse dentro de una visión y un
pensamiento que revele la naturaleza de los problemas que enfrentamos; el marco
de limitaciones y posibilidades dentro del que operamos; y los elementos
normativos y estratégicos necesarios para la transformación de la realidad. En
este escrito quiero concentrarme en la dimensión normativa del pensamiento del
hombre que todos conocemos como “Pedro Joaquín.”
Un hombre de palabra, y de palabras
Pensar la política y vivir la política
fueron, para PJCh, dos dimensiones inseparables de su lucha para superar el
atraso y la indignidad que representaba el somocismo en nuestro país. Por eso
es un error desestimar o ignorar el esfuerzo que él realizó a través de su
vida, para articular un pensamiento que lo transformó en el principal punto de
referencia política y ética del pueblo nicaragüense, durante el somocismo. Leer
sus escritos y recorrer su historia personal, es asistir a un claro desarrollo
intelectual; a una búsqueda constante de las palabras adecuadas para articular,
plasmar, y transmitir sus ideas, en medio de una lucha diaria y frontal contra
un régimen que negaba a los nicaragüenses lo que él demandaba para ellos, y especialmente
para los pobres: justicia social y libertad.
Hombre de palabra y de palabras: eso fue
PJCh. Hombre de convicciones y de ideas. Hombre que sabía y entendía que la
política debe ser una práctica reflexiva. Por eso criticó, una y otra vez, el voluntarismo
estéril en el que habían caído los partidos políticos nicaragüenses. Liberales
y Conservadores, sobre todo con el surgimiento del Somocismo, deploraba PJCh,
“vieron su pensamiento frustrado y se anquilosaron . . . cuando el mundo . . . ensayaba
nuevas y mejores ideas.”
Los líderes de estos partidos, agregaba, “sólo
tienen presente delante de sus ojos la imagen de una banda presidencial, y
dicen –quizás de buena fe— ‘¡una vez que me pongan esa banda ya van a ver lo
que hago!’” Luego proponía algo que todavía no cala en nuestras teórica y
filosóficamente desnutridas organizaciones políticas: “Antes de pensar en
‘subir’ es necesario armarse de ideas, de programas, de planteamientos sociales
y económicos, y permitir que los grupos políticos debatan libremente éstos, en
vez de dedicarse a lanzar vivas y a debatir la vida de los adversarios.”
Así pues, frente a la visión pre-moderna y
pre-teórica de la política dominante en su tiempo (y en el nuestro), PJCh
proponía la articulación de un pensamiento político enraizado, “en ciertos
conceptos universales . . .”. Más concretamente, proponía “el restablecimiento
de los valores morales tradicionales en el mundo Occidental Cristiano en que
vivimos, hasta la expansión amplia y sincera de un sentimiento social que reivindique
para los humildes todos los derechos que les corresponden.”
PJCh, entonces, no simplemente proponía
adoptar las ideas y los valores generadas por el desarrollo histórico del
Occidente Cristiano. Proponía aprovechar el caudal de estas ideas y estos
valores, para encauzarlo y adaptarlo a nuestra especificidad histórica y a
nuestras necesidades.
A partir de esta visión general de su mundo y
de su sociedad, PJCh rescató dos valores normativos: el humanismo, y lo que él
llamó el “espiritualismo cristiano.” Podemos estar o no de acuerdo con estos
valores, o con la interpretación que de ellos hizo PJCh. No podemos, sin
embargo, negar el ánimo intelectual y filosófico que llevó al Mártir de las
Libertades Públicas a rechazar la tendencia de nuestros políticos a
encasillarse dentro de los gelatinosos marcos burocráticos que ofrecen nuestros
partidos-pandillas, y a buscar un marco normativo para su lucha contra la
tiranía, y por la dignidad nacional.
El humanismo
El humanismo expresa la convicción de que el
objetivo principal del Estado, del mercado, y de las instituciones en general,
debe ser la defensa y promoción de la dignidad humana. Esta convicción está
presente hasta en el conservador Catecismo de la Iglesia Católica: “Cada comunidad
se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas, pero el
principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser
la persona humana.”
Casi con las mismas palabras, PJCh
expresó una visión humanista del mundo y de la sociedad que rechaza tanto el
totalitarismo de Estado, como el de Mercado: “El hombre no es un simple
individuo o átomo del Estado, sino una persona humana, libre, con dignidad
propia, con derechos y deberes naturales, sociales y políticos inalienables, y
que viviendo dentro de organismos e instituciones naturales y sociales, es
centro del Estado y de la Economía.” Por eso sostuvo siempre que, aunque
“nunca debe detenerse el progreso . . . jamás puede llevarse a cabo, pasando
sobre el pan del obrero.”
La “persona humana” o “el obrero” a los que
hace referencia PJCh, no son seres abstractos y etéreos como el “miembro de la
clase trabajadora” del Marxismo latinoamericano, o el “individuo-consumidor” al
que hace referencia la teoría económica del mercado, y la teoría democrática
neoliberal que todavía muchos defienden en nuestro país. La persona humana de
la que habla PJCh, es una persona real, con aspiraciones y necesidades
concretas, condicionadas por fuerzas históricas que se manifiestan en formas
diferentes y en espacios de acción determinados.
De este humanismo, profundamente enraizado en
la realidad material nicaragüense, PJCh deriva su convicción de que en una
sociedad con las características de la nuestra, no será posible alcanzar el
progreso y la paz, mientras nos empecinemos en defender una idea de la libertad
que sacrifica la justicia, o una idea de la justicia que sacrifica la libertad.
Esta misma visión, vale la pena señalar, fue presentada por un grupo de
brillantes jóvenes que en una entrevista de Esta
Semana, criticaban el reduccionismo de las principales fuerzas políticas
que participaron en las elecciones del 2011. Haciendo referencia a los que
enarbolan la bandera de la justicia para justificar el sacrificio de la
libertad; y a los que defienden un sentido de la democracia que no le dice nada
a los padecen hambre e indignidad, estos jóvenes repetían el mensaje de PJCh:
“el derecho a comer no debe competir con el derecho a pensar.”
El espiritualismo cristiano
A mi juicio, las palabras “espiritualismo
cristiano” no capturan adecuadamente la visión política normativa de PJCh. Yo
hubiese preferido usar las palabras “materialismo cristiano” para hacer referencia
al cristianismo de PJCh, siguiendo a William Temple, Obispo de la Iglesia Anglicana,
para quien el cristianismo
que de verdad sigue el ejemplo y el pensamiento de Jesús, es “la más
materialista de todas las religiones.”
El cristianismo de PJCh ofrece una visión de
la realidad social como una condición determinada por el drama existencial de
la persona humana, en sus expresiones vitales –objetivas y trascendentes– más
básicas y concretas. En este sentido, su cristianismo no es idealista, si por
idealismo se entiende una visión de la realidad social como una condición
determinada por ideas que, independientes de su contexto histórico específico,
flotan sobre la misma, determinándola.
PJCh, sin embargo, hubiese rechazado el
concepto materialismo, no para abrazar el idealismo ingenuo de los que han
hecho del cristianismo una eterna rezadera, y de la democracia una entelequia;
sino para apartarse del brutalmente reduccionista e ingenuo sentido que el
Marxismo latinoamericano de su tiempo asignó a este rico e importante concepto.
Él prefería hablar de “espiritualismo,” y más concretamente de “espiritualismo
cristiano,” para definir el marco y la orientación normativa de su lucha por la
transformación de la realidad.
Su posición es bien clara: “Ninguna reforma
política, social y económica, puede hacerse sin una base de sustentación
espiritual que la anime, que la dote de mística de verdadera razón positiva,
pues de lo contrario vendría a ser simplemente una reacción en contra del
pasado; pero no una acción encaminada a construir el futuro.” Y concluía: “La
filosofía social del cristianismo es la única capaz de envolver un principio
espiritual, que aplicado al campo de la política, de la justicia social y de la
justicia económica, lleva a la finalidad del bien común.”
El “espiritualismo cristiano” de PJCh fue su
respuesta normativa al oprobio del hambre, la indignidad, y la opresión en
Nicaragua. Estas condiciones, para él, formaban parte de una realidad que era
objetiva y subjetiva a la vez. Para superar estas condiciones, era necesario
transformar los valores y la realidad material de nuestro país, con una visión
y un pensamiento que fueran capaces de iluminar el futuro que deseamos.
En
la sequía de ideas y de pensamiento político que vive nuestro país, debemos
mantener vivo el ejemplo de coraje de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, pero sin
separarlo del ejemplo que nos ofrece Pedro Joaquín, el pensador, el hombre de
ideas. Él nos recuerda que “Nicaragua necesita salir del pasado; pero no
únicamente reaccionando negativamente contra él.”
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