El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

sábado, 12 de enero de 2013

Pedro Joaquín: el pensador.


Andrés Pérez-Baltodano


                                                                                                “El hombre creador del lenguaje ha dado a cada palabra un uso, y un sitio. Pero los tiranos se complacen en variarlos.”

Pedro Joaquín Chamorro Cardenal

Cuando hablamos de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, tendemos a enfatizar la fuerza de sus convicciones y su valor. Jorge Eduardo Arellano, por ejemplo, lo retrata como un hombre de “principios y pasiones,” más que “de letras e ideas.” Edmundo Jarquín, por su parte, habla de las publicaciones que contienen los escritos de PJCh, como “libros éticos más que estéticos . . . lo que en ellos importa es el coraje, la valentía del yo que se confiesa, se desnuda, se acusa . . .”.
Sin lugar a dudas, los principios, las pasiones, las convicciones,  y el coraje de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, son marcas innegables de su personalidad. Deben ser reconocidas y, para los que se atrevan a ser como él, emuladas.
Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, sin embargo, fue más, mucho más, que simple “valentía” y “coraje.” Él también fue un pensador y un hombre de ideas en los campos de la política, el poder y la sociedad. Estas ideas pueden apreciarse en sus escritos, y en las acciones de su vida; son ideas que nutrieron su discurso, y que alimentaron el diálogo que mantuvo con su pueblo a través de La Prensa, desde 1948, hasta el día que lo mandaron a matar.
Las ideas, y la estructura del pensamiento de PJCh, deben ser rescatadas y profundizadas, no solamente porque muchos de los problemas y retos que él enfrentó –el fenómeno del autoritarismo, la corrupción, el oportunismo político y otros– son  similares a los que enfrentamos en la actualidad, sino también porque él nos enseñó una lección que no aprendieron los políticos de su generación, y que tampoco han aprendido los que hoy monopolizan nuestros partidos.
Esta lección puede resumirse así: para ser efectiva, la práctica política debe enmarcarse dentro de una visión y un pensamiento que revele la naturaleza de los problemas que enfrentamos; el marco de limitaciones y posibilidades dentro del que operamos; y los elementos normativos y estratégicos necesarios para la transformación de la realidad. En este escrito quiero concentrarme en la dimensión normativa del pensamiento del hombre que todos conocemos como “Pedro Joaquín.”

Un hombre de palabra, y de palabras

Pensar la política y vivir la política fueron, para PJCh, dos dimensiones inseparables de su lucha para superar el atraso y la indignidad que representaba el somocismo en nuestro país. Por eso es un error desestimar o ignorar el esfuerzo que él realizó a través de su vida, para articular un pensamiento que lo transformó en el principal punto de referencia política y ética del pueblo nicaragüense, durante el somocismo. Leer sus escritos y recorrer su historia personal, es asistir a un claro desarrollo intelectual; a una búsqueda constante de las palabras adecuadas para articular, plasmar, y transmitir sus ideas, en medio de una lucha diaria y frontal contra un régimen que negaba a los nicaragüenses lo que él demandaba para ellos, y especialmente para los pobres: justicia social y libertad.
Hombre de palabra y de palabras: eso fue PJCh. Hombre de convicciones y de ideas. Hombre que sabía y entendía que la política debe ser una práctica reflexiva. Por eso criticó, una y otra vez, el voluntarismo estéril en el que habían caído los partidos políticos nicaragüenses. Liberales y Conservadores, sobre todo con el surgimiento del Somocismo, deploraba PJCh, “vieron su pensamiento frustrado y se anquilosaron . . . cuando el mundo . . . ensayaba nuevas y mejores ideas.”
Los líderes de estos partidos, agregaba, “sólo tienen presente delante de sus ojos la imagen de una banda presidencial, y dicen –quizás de buena fe— ‘¡una vez que me pongan esa banda ya van a ver lo que hago!’” Luego proponía algo que todavía no cala en nuestras teórica y filosóficamente desnutridas organizaciones políticas: “Antes de pensar en ‘subir’ es necesario armarse de ideas, de programas, de planteamientos sociales y económicos, y permitir que los grupos políticos debatan libremente éstos, en vez de dedicarse a lanzar vivas y a debatir la vida de los adversarios.”
Así pues, frente a la visión pre-moderna y pre-teórica de la política dominante en su tiempo (y en el nuestro), PJCh proponía la articulación de un pensamiento político enraizado, “en ciertos conceptos universales . . .”. Más concretamente, proponía “el restablecimiento de los valores morales tradicionales en el mundo Occidental Cristiano en que vivimos, hasta la expansión amplia y sincera de un sentimiento social que reivindique para los humildes todos los derechos que les corresponden.”  
PJCh, entonces, no simplemente proponía adoptar las ideas y los valores generadas por el desarrollo histórico del Occidente Cristiano. Proponía aprovechar el caudal de estas ideas y estos valores, para encauzarlo y adaptarlo a nuestra especificidad histórica y a nuestras necesidades.
A partir de esta visión general de su mundo y de su sociedad, PJCh rescató dos valores normativos: el humanismo, y lo que él llamó el “espiritualismo cristiano.” Podemos estar o no de acuerdo con estos valores, o con la interpretación que de ellos hizo PJCh. No podemos, sin embargo, negar el ánimo intelectual y filosófico que llevó al Mártir de las Libertades Públicas a rechazar la tendencia de nuestros políticos a encasillarse dentro de los gelatinosos marcos burocráticos que ofrecen nuestros partidos-pandillas, y a buscar un marco normativo para su lucha contra la tiranía, y por la dignidad nacional.

El humanismo

El humanismo expresa la convicción de que el objetivo principal del Estado, del mercado, y de las instituciones en general, debe ser la defensa y promoción de la dignidad humana. Esta convicción está presente hasta en el conservador Catecismo de la Iglesia Católica: “Cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas, pero el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana.”
Casi con las mismas palabras,  PJCh expresó una visión humanista del mundo y de la sociedad que rechaza tanto el totalitarismo de Estado, como el de Mercado: “El hombre no es un simple individuo o átomo del Estado, sino una persona humana, libre, con dignidad propia, con derechos y deberes naturales, sociales y políticos inalienables, y que viviendo dentro de organismos e instituciones naturales y sociales, es centro del Estado y de la Economía.”  Por eso sostuvo siempre que, aunque “nunca debe detenerse el progreso . . . jamás puede llevarse a cabo, pasando sobre el pan del obrero.”
La “persona humana” o “el obrero” a los que hace referencia PJCh, no son seres abstractos y etéreos como el “miembro de la clase trabajadora” del Marxismo latinoamericano, o el “individuo-consumidor” al que hace referencia la teoría económica del mercado, y la teoría democrática neoliberal que todavía muchos defienden en nuestro país. La persona humana de la que habla PJCh, es una persona real, con aspiraciones y necesidades concretas, condicionadas por fuerzas históricas que se manifiestan en formas diferentes y en espacios de acción determinados.
De este humanismo, profundamente enraizado en la realidad material nicaragüense, PJCh deriva su convicción de que en una sociedad con las características de la nuestra, no será posible alcanzar el progreso y la paz, mientras nos empecinemos en defender una idea de la libertad que sacrifica la justicia, o una idea de la justicia que sacrifica la libertad. Esta misma visión, vale la pena señalar, fue presentada por un grupo de brillantes jóvenes que en una entrevista de Esta Semana, criticaban el reduccionismo de las principales fuerzas políticas que participaron en las elecciones del 2011. Haciendo referencia a los que enarbolan la bandera de la justicia para justificar el sacrificio de la libertad; y a los que defienden un sentido de la democracia que no le dice nada a los padecen hambre e indignidad, estos jóvenes repetían el mensaje de PJCh: “el derecho a comer no debe competir con el derecho a pensar.”  

El espiritualismo cristiano

A mi juicio, las palabras “espiritualismo cristiano” no capturan adecuadamente la visión política normativa de PJCh. Yo hubiese preferido usar las palabras “materialismo cristiano” para hacer referencia al cristianismo de PJCh, siguiendo a William Temple, Obispo de la Iglesia Anglicana, para quien el cristianismo que de verdad sigue el ejemplo y el pensamiento de Jesús, es “la más materialista de todas las religiones.”
El cristianismo de PJCh ofrece una visión de la realidad social como una condición determinada por el drama existencial de la persona humana, en sus expresiones vitales –objetivas y trascendentes– más básicas y concretas. En este sentido, su cristianismo no es idealista, si por idealismo se entiende una visión de la realidad social como una condición determinada por ideas que, independientes de su contexto histórico específico, flotan sobre la misma, determinándola.
PJCh, sin embargo, hubiese rechazado el concepto materialismo, no para abrazar el idealismo ingenuo de los que han hecho del cristianismo una eterna rezadera, y de la democracia una entelequia; sino para apartarse del brutalmente reduccionista e ingenuo sentido que el Marxismo latinoamericano de su tiempo asignó a este rico e importante concepto. Él prefería hablar de “espiritualismo,” y más concretamente de “espiritualismo cristiano,” para definir el marco y la orientación normativa de su lucha por la transformación de la realidad.
Su posición es bien clara: “Ninguna reforma política, social y económica, puede hacerse sin una base de sustentación espiritual que la anime, que la dote de mística de verdadera razón positiva, pues de lo contrario vendría a ser simplemente una reacción en contra del pasado; pero no una acción encaminada a construir el futuro.” Y concluía: “La filosofía social del cristianismo es la única capaz de envolver un principio espiritual, que aplicado al campo de la política, de la justicia social y de la justicia económica, lleva a la finalidad del bien común.”
El “espiritualismo cristiano” de PJCh fue su respuesta normativa al oprobio del hambre, la indignidad, y la opresión en Nicaragua. Estas condiciones, para él, formaban parte de una realidad que era objetiva y subjetiva a la vez. Para superar estas condiciones, era necesario transformar los valores y la realidad material de nuestro país, con una visión y un pensamiento que fueran capaces de iluminar el futuro que deseamos.
En la sequía de ideas y de pensamiento político que vive nuestro país, debemos mantener vivo el ejemplo de coraje de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, pero sin separarlo del ejemplo que nos ofrece Pedro Joaquín, el pensador, el hombre de ideas. Él nos recuerda que “Nicaragua necesita salir del pasado; pero no únicamente reaccionando negativamente contra él.” 

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