Héctor Mairena
Se contaba en los círculos periodísticos, allá por el año 2003, recién inaugurado el nuevo Club Terraza de Managua, que representantes de la burguesía nacional, sin discreción alguna se retiraban a otro salón cuando aparecía cierto dirigente ex revolucionario a quien ellos miraban como advenedizo en su clase. Advenedizo no por falta de propiedades- que ya las tenía-, sino por carencia de pedigrí. Lo aíslaban.
La gran burguesía nicaragüense-grande en las dimensiones de la economía nacional-es típicamente provinciana, no solamente por el escaso desarrollo del capitalismo en Nicaragua, sino sobre todo porque siempre ha estado al amparo de la protección del estado, con una muy breve interrupción durante la -única y verdadera- revolución sandinista en la década de los ochenta. Primero fue bajo la dictadura somocista, hasta que el grupo económico del somocismo después del terremoto de 1972, fue más allá de los acuerdos tácitos e invadió con la ventaja del control totalitario de las instituciones del estado, el terreno de la “libre competencia”. Antes e incluso después, allí estaba la guardia nacional presta a reprimir las huelgas de los trabajadores que demandaban mejoras laborales. Allí está vivo todavía el legendario Chagüitillo que da fe y testimonio con sus innumerables carceleadas.
Durante los ochenta, la mayor parte de la burguesía nacional tomó partido en la guerra civil y obligó-por razones políticas-a una radicalización de las transformaciones, sin que del otro lado existiese realmente un proyecto alternativo consistente y realista, menos aún consensuado.
Pero las mismas causas que empujaron a la transformación del FSLN al orteguismo, propician ahora un claro maridaje del gobierno actual con los intereses de la gran burguesía nacional. Y el régimen no oculta sus preferencias: así como la reforma tributaria afecta severamente a los alicaídos sectores medios y a los más pobres y deja incólume a los más poderosos, las acciones represivas contra los pobladores en Santa Pancha y en San Jacinto, evidencian de qué lado está el gobierno actual.Nuevos y viejos burgueses se abrazan contra el pueblo.
Por eso no es de extrañar que empresarios que hoy se arropan en la protección gubernamental, desarrollen campañas contra la oposición y las organizaciones civiles, e incluso hablen de defenderse ante una supuesta guerra, en un lenguaje poco cívico y nada edificante que oculta quién sabe qué perversas intenciones.
Esos empresarios, que serían incapaces de competir en una economía de verdadero libre mercado,son intolerantes con la democracia que reinvindican los verdaderos partidos de oposición.De allí su reacción y sus sostenida actitud defensora del régimen.Ellos que se presentan como representantes exclusivos de la clase empresarial, ignoran deliberadamente que la economía nacional se sustenta sobre todo en las pequeñas y medianas empresas que generan más del 30 % del PIB, el 60 % de las exportaciones y el 80 % de los empleos.El resto son oligopolios, como la cerveza, el ron y el azúcar, de la que por ejemplo, no hay libre importación, aumentando considerablemente los precios del consumidor.
Pero ojo: cuando el afán totalitario del orteguismo invada la economía, esos empresarios que ahora pujan por compartir mesa en los banquetes con los personajes que antes aíslaban, vean afectadas sus ganancias, porque empezarán a sentir las consecuencias de competir con quienes ejercen vorazmente el poder, saltarán indignados. Así, ni más ni menos, fue con Somoza.
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