EL OFICIO DE ESCRITOR
Pedro
García Domínguez
La escritura, no es ni más ni menos que la
manifestación gráfica de la lengua oral; es decir, del pensamiento. Pero el
pensamiento es inductivo, a partir de
la experiencia o deductivo, si de un
principio enunciado se derivan conclusiones. Por extraño que parezca, el
pensamiento occidental es deductivo,
a pesar de que, nuestro arquetipo, Aristóteles es inductivo.
Existen dos clases de escritores: los que
escriben para el público y los que escriben para sí mismo —y una vez escrito el
texto deja de pertenecerles, pertenece al lector—.
Existe la creencia errónea, que asegura que el
texto cuanto más denotativo sea,
mejor se comprende. Sucede al contrario: a mayor ambigüedad expresiva, mayor comprensión
y menor esfuerzo. Digamos que «en el mar hay muchos ahogados». Esto mismo dicho por Federico García Lorca: «El mar recuerda
el nombre de todos sus ahogados» es mucho más expresivo y genial. Aunque Noam Chomsky diga que esta oración es gramatical, pero es inaceptable porque su incoherencia, ya que el ‘mar’, ‘recordar’. Él
pone aquel ejemplo celebérrimo: «Colorless
green ideas sleep furiously» (1957, Syntactic Structures). Cuando
comenté esta oración, inaceptable,
con el poeta Luis Rosales, dijo: «Pues
yo la entiendo perfectamente» —Sé que en Nicaragua también se entiende—. Es
cierto que la oración: «en el mar hay
muchos ahogados», es más denotativa,
pero su comprensión se diluye en la evidencia insultante; mientras que el verso
de Federico el luminosamente hondo
—‘jondo’, como el flamenco— y le pone alas a la imaginación. Escucho los ecos
lejanos de una canción de Joaquín Sabina:
« […] con una condición: que dejes abierto el balcón de tus ojos de gata. »
¿Vale?
La
inspiración solo se apoya en lo más recóndito de la imaginación, un resquicio
imperceptible donde la realidad y la evidencia naufragan. Porque cuanto más
abrumadora sea la realidad, más se ahuyenta la inspiración. Esto afirmaba Juan Rulfo, que solo escribió una
novela: Pedro páramo. Y a quien le
molestaba soberanamente que le preguntaran que cuándo escribiría su próxima
novela. «Jamás. Ya lo he dicho todo y no tengo más que decir». Y es que Rulfo era una de esas personas que siempre están en trance, un
visionario. La percepción del mundo le llegaba por medio de ‘su’ Clara. Cuando le impidieron beber,
mezclaba puñados de aspirinas en bebidas de cola. No soportaba la cruda
‘realidad’ y no tardó en morir. Eso sí, sereno. Y lo mismo le ocurrió al otro
mudo genial, Juan Carlos Onetti. Más
fecundo. Ambos pertenecen a una estirpe sagrada, su antinomia irreductible es Jorge Luis Borges, el ‘gigante de al
lado’..
Otros
escriben la misma novela incesantemente, como
Gabriel García Márquez, la
misma genial novela de mil maneras distintas. A Federico García Lorca le hubiera pasado lo mismo; que hubiera
repetido incesantemente El cancionero
gitano, si no hubiese salido de su Granada natal; pero se fue a Nueva York,
donde gestó otra concepción expresiva y su nueva etapa, a fuerza de arrancarse
la apabullante realidad, como quien se deja la piel. Con sangre, escribió Poeta en Nueva York. Lo demás son
variaciones de la misma partitura.
La técnica, el método ayuda mucho, pero ¿donde
ponemos el límite entre realidad y ficción? La respuesta solo puede ser una para
nosotros, pues lo mágico es lo
cotidiano, en nuestra América.
[Se
trata de decir el máximo de contenido en el mínimo de palabras. Así es la
cosa.]
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