El aislamiento de Israel solo se resolverá mediante
una firme diplomacia de paz
ShlomoBen
Ami Traducción:
Esteban FlaminiCopyright: Project Syndicate,
2012.www.project-syndicate.org@nacion.com 12:00 a.m. 07/12/2012
TEL AVIV –
Incluso antes de que el último alto el fuego se hiciera efectivo, ya estaba
claro que el dilema al que se enfrenta Israel en Gaza no se agota en encontrar
respuestas militares al desafío de Hamás. La pregunta realmente importante es:
¿Será la dirigencia israelí capaz de usar nuevas herramientas, que no sean
militares, para hacer frente al incremento de la rabia antiisraelí que
atraviesa la región desde el inicio de la Primavera Árabe? Enigma que ahora,
tras el éxito resonante logrado por Palestina con la aprobación de su petición
de convertirse en estado observador en las Naciones Unidas, se ha vuelto
particularmente grave para Israel.
El contexto
regional en el que Israel mantuvo su reciente enfrentamiento con Hamás no se
parece en nada al que existía durante su incursión anterior en Gaza, la
“Operación Plomo Fundido” de 2008. El ascenso de multitud de regímenes
islamistas a lo largo y ancho del mundo árabe, con la consiguiente mudanza de
las alianzas regionales, ha dejado al estado judío más aislado. Las principales
potencias regionales, como Egipto, Turquía y Catar, ahora apoyan a Hamás, que
ha ganado en audacia y se ha planteado como objetivos máximos consolidar su
incrementada legitimidad internacional y dejar fuera de juego a la Autoridad Palestina
(AP) radicada en Cisjordania.
Atrapado en su trampa. De hecho, Israel se encuentra metido en una trampa
estratégica, que se explica no solamente por la Primavera Árabe, sino también
por sus propios errores garrafales en el ámbito diplomático (especialmente, la
disolución de la alianza con Turquía). El aislamiento de Israel no se resolverá
con exhibiciones de poder militar, sino solamente mediante una firme diplomacia
de paz. Pero lamentablemente, a los líderes israelíes les falta la cualidad de
estadistas que se necesita para hacer frente al reajuste estratégico que tiene
lugar en la región.
En vez de
eso, para explicar la lógica de las recientes hostilidades en Gaza, el ministro
de Defensa, Ehud Barak, apeló a términos típicamente existenciales. Se
retrotrajo a un discurso determinante en la historia israelí, el elogio fúnebre
de Roi Rothberg (un joven soldado acribillado a balazos desde la Franja de Gaza
en 1956) que en su momento pronunció el general Moshé Dayán.
A Rothberg
lo mataron porque “el anhelo de paz le tapó los oídos y no pudo oír la voz del
asesino que lo esperaba en emboscada”. Dayán y Barak nos advierten de que
“detrás del foso de la frontera (de Gaza), se agita un mar de odio y deseo de
venganza, que solo espera el día en que la tranquilidad nos haga bajar la
guardia”.
A una nación
angustiada, se le aconseja mantener la capacidad de resistir: “Que nada nos
impida ver el odio que inflama y llena las vidas de los cientos de miles de
árabes que viven a nuestro alrededor (...) Este es el destino de nuestra
generación (...) estar preparados y armados, ser fuertes y decididos, para que
no nos arranquen la espada de las manos y sieguen nuestras vidas”.
Igual que
Dayán antes que él, Barak cree que Israel es una “casa de campo en medio de la
jungla”, un país obligado a ir a la guerra cada tantos años para reafirmar su
poder de disuasión en el inmisericorde vecindario que es Oriente Próximo, donde
“no hay piedad para los débiles ni segunda oportunidad para los vencidos”.
Pero Barak
omitió un párrafo brutalmente franco del discurso de Dayán, que evoca la
enormidad del infortunio palestino: “No echemos hoy la culpa a los asesinos (')
Ocho años han estado en los campos de refugiados en Gaza, y delante de sus ojos
transformamos en nuestra finca las tierras y las aldeas que moraron ellos y sus
padres. No son los árabes de Gaza, sino nosotros mismos, los que estamos
manchados con la sangre de Roi”.
Apuesta por la paz. Por supuesto que Oriente Próximo no es un vecindario
pacífico. Pero ser audaces en la búsqueda de la paz, como lo fueron Isaac Rabin
y el mismo Barak en el pasado (y Dayán cuando negoció con Egipto) no es signo
de debilidad. Lo mismo que Estados Unidos, que se adaptó a los cambios en la
región y aceptó negociar con la Hermandad Musulmana e incluso con los
salafistas, lo que más conviene a Israel es poner a prueba a Hamás en el frente
diplomático. Un fracaso militar de Hamás no creará las condiciones para un
regreso al poder en Gaza del partido moderado Al Fatah, sino para el ascenso de
la Yihad Islámica y Al Qaeda.
La promesa
de Hamás a los palestinos es, sin embargo, pura ilusión. El fervor religioso y
un estado de conflicto permanente con Israel podrán servirle de carta de
identidad, pero no le allanarán el camino a la victoria. Hamás está dispuesto a
exponer a los civiles de Gaza a las devastadoras represalias de Israel, en
tanto eso le sirva para movilizar a la región contra los agresores sionistas y
para burlarse de las ilusiones del presidente de la AP, Mahmud Abbas, de hallar
una solución diplomática.
Hamás
comprende que alcanzar un acuerdo con el Estado judío (y ocuparse de la tediosa
tarea de garantizar un gobierno decente en Gaza, en vez de dedicarse a acumular
un arsenal formidable con ayuda de Irán y Sudán, algo para lo cual “Palestina”
no es más que un pretexto) significaría el fin de la organización tal como es
hoy día. Pero a diferencia de la Yihad Islámica y de Al Qaeda, Hamás puede
cambiar; y eso es, precisamente, lo que la diplomacia israelí debería
esforzarse por lograr.
Esto
requiere, primero y principalmente, superar la disonancia cognitiva de Israel,
que a la vez que sueña un acuerdo con la Hermandad Musulmana en Egipto, se
niega a recorrer el mismo camino con la rama de la Hermandad en Gaza, Hamás. De
hecho, Israel debería reconocer el derecho de Hamás a gobernar, lo cual implica
abrir las fronteras (incluido el cruce de Rafah a Egipto), terminar el bloqueo
y permitir el libre movimiento de bienes y personas.
Además,
Israel debería aprovechar el papel esencial que tuvo Egipto como mediador del
reciente alto el fuego, y hacer de ello una oportunidad para ampliar el diálogo
bilateral con el nuevo régimen islamista de El Cairo, que incluya temas
referidos a la paz y la seguridad regional. El Gobierno del presidente Mohamed
Morsi no puede hacer la vista gorda ante los periódicos estallidos de violencia
en Gaza, que solamente sirven para desestabilizar a Egipto. Pero el actual cese
de hostilidades será tan efímero como muchos otros que lo precedieron (sus
condiciones son prácticamente idénticas a las que pusieron fin a la Operación
Plomo Fundido) si Israel no lo aprovecha como punto de partida para una
iniciativa de paz decidida que abarque todo el frente palestino.
Shlomo Ben Ami, exministro israelí de Asuntos Exteriores, es vicepresidente
del Centro Internacional de Toledo para la Paz y autor del libro Cicatrices de
guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí.
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