Onofre Guevara López
Al margen de si el concepto “sociedad civil” refleja algo
real, no lo puedo asimilar. Eso se escucha en pláticas coloquiales y cultas, se
lee en escritos periodísticos, académicos, estudios sociológicos y se oye en discursos.
Hasta me parece que con ese concepto se pretende soslayar la cuestión de las
clases y sus contradicciones.
Prefiero hablar de “organizaciones sociales”; lo veo más
apropiado, aunque no esté de moda como “sociedad civil”. Igual está de moda hablar
y escribir acerca de viajes, reuniones, conferencias, etcétera, ”en el marco de…”
Y como estoy fuera de moda, no meto ningún “marco” en mis artículos.
Pero usar o no muletillas es un derecho. No se puede atacar
a quienes se identifican como integrantes de la “sociedad civil”, porque,
además de tener derecho, su actividad social –en conjunto— tiende a colaborar
con sectores sociales no atendidos por las estructuras del sistema ni las
políticas de sus gobiernos.
¿De dónde vienen los ataques contra las organizaciones
sociales identificadas como “sociedad civil”?
Del gobierno y de conspicuos miembros o representantes de
la gran burguesía, todos metidos en negociaciones de mutuos beneficios. Leamos
algunos de los criterios anti “sociedad civil” de un señor Zamora, de la
industria energética: “El MRS y la sociedad civil están en guerra contra el
sector privado, y cuando están en guerra con vos les podés decir adversario
(que) es una manera elegante de decirlo, pero ellos todos los días se levantan
buscando qué tienen que hacer para deslegitimar el quehacer de las cámaras en
su diálogo con las autoridades”.
No he visto esa guerra por ningún lado, pero sí, se sabe que
para el gobierno sus críticos son enemigos, y para señor Zamora la crítica significa
guerra. Es que ellos son parte de una
elite que se considera exenta de cuestionamientos, unos en lo político y otros
en lo económico. Su libertad de enriquecerse en sus respectivos campos como clase
privilegiada, la creen protegida de la libertad de crítica pública, porque todo
el mundo tiene que aceptar como bueno lo que a ella le interesa. Sea con el
control directo del poder político, o a través de la negociación con quien lo
detenta –así no tengan ideologías comunes ni similares—, ciertos empresarios no
tienen recato de hacer negocios con autoridades espurias ni bajo cualquier
sistema administrativo y político. Lo hicieron con los Somoza, y lo hacen con
Ortega.
Fueron y son “autoridades” frutos del fraude electoral y
promotoras de fraudes. Peco con ellas dialogaron y dialogan para negociar
asuntos de interés común. Entre empresarios de sacras cámaras comerciales y las
“autoridades”, por ejemplo, se cocinan salarios mínimos y la legislación sobre
políticas impositivas, a espaldas de los sectores afectados.
El hecho de que en la “discusión” del salario mínimo
estén presentes burócratas del sindicalismo oficial no significa nada; ellos sólo
atienden directrices de sus “autoridades”. Aceptan lo que negocian los patronos
gobierno-Cosep sobre el salario mínimo, aunque antes de eso hayan hecho teatro demandando
porcentajes por los cuales son incapaces de luchar.
En cuanto a la ley de la reforma fiscal, los diputados
oficialistas aprobaron disciplinadamente lo que, en esencia, concibieron las
“autoridades” y el Cosep. Y por si acaso
este mecanismo pudiera fallar en el sistema legislativo establecido, el Cosep –para
tomar medidas preventivas—, hasta dispone de su propia oficina dentro de la
Asamblea Nacional. Y ante estas dos puyas –“autoridades” y Cosep— no hay diputados
oficialistas valientes.
Que no se moleste, entonces, el señor Zamora, porque
exista una “sociedad civil” o conjunto de organizaciones sociales en disposición
–si no de usar todo los métodos de lucha, que sería lo mejor— la tienen para criticar
los consensos entre “autoridades” y
empresarios cuando éstos sólo tengan en cuenta sus privilegiados intereses.
¡Ah! Debo reconocer que las cámaras empresariales han demandado el cambio de las
“autoridades” del CSE; pero de modo tan tímido, que ni atención les pusieron, lo
cual no fue óbice para que siguieran con su diálogo entre iguales, es decir,
entre capitalistas de arriba y capitalistas de abajo. Esto, lo menos que hace suponer,
es que sus críticas son una cortina demagógica para cubrir sus negocios con…
las “autoridades”. Y considerarse
intocables también.
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