Y
cuánta razón tenía el Divino Maestro. Esa inmortal como profunda frase, que en
boca de católicos ha llegado a ser una frase trillada que se dice de corrido
cuando le toman la lección de catecismo a los niños que se están preparando
para recibir la primera Comunión, es la sentencia final de Jesucristo al
abandonar este mundo en el que fue tan incomprendido, para los hombres de la
tierra que buscan el reino en donde no se encuentra.
La
codicia junto a la ambición hacen que los hombres asocien el reino con tesoros materiales. Por
eso este mundo es la cuna de la envidia, de la traición, de la codicia, de la
lujuria, vicios que son la razón de vivir para millones de seres humanos.
Envidiamos la riqueza del prójimo; traicionamos para quedarnos con la riqueza
del prójimo; codiciamos la riqueza del prójimo y asesinamos para quedarnos con
la mujer del prójimo.
Invocamos
a Satanás cada vez que codiciamos lo que no es nuestro, cada vez que engañamos
para apropiarnos del tesoro ajeno, cada vez que deseamos a la mujer de nuestro
vecino y al mismo tiempo visitamos el
templo a darnos golpes de pecho mientras urdimos como salir del que nos estorba,
como lo hizo el rey David cuando envió a la muerte al general Urías, para
quedarse con Betsabé su esposa, en una relación adúltera.
¿Cuántos
David existen en este mundo que hacen lo mismo, quizás no para quedarse con la
mujer ajena, pero si para quedarse con el negocio ajeno? Millones, porque el
mundo es el reino de Satanás y este no hace más que maldades con la ayuda de
nosotros porque somos súbditos del reino de este mundo.
¿En
dónde están la humildad, la caridad y la justicia? Se encuentran anidadas en el
corazón de los fieles a la palabra de Cristo; se encuentran en los marginados
por las frivolidades del mundo por ser humildes de corazón y pobres de riquezas
materiales. Se encuentran en los escogidos, porque de ellos será el reino del
otro mundo, el reino invisible que prometió Dios al abandonar esta tierra.
¿En
dónde está la fe? Perdida en el laberinto de la alta tecnología, recurso del
hombre para jugar a ser Dios. El hombre solo cree en lo que ve y lo que ve son
portentos antes llamados milagros, como el don de la ubicuidad, o el don de
lenguas, o la sabiduría casi infinita que nos brinda la computadora.
¿En
dónde está la caridad? Disfrazada con el ropaje de fundaciones, que además de
ser útiles para las acciones fiscales de los grandes consorcios, sirven también
para aliviar el abandono en que viven los pobres del mundo por culpa de
gobiernos egoístas que se apropian del dinero que le pertenece al alivio de los
menesterosos, detalle que a la hora del gran juicio servirá de atenuante a los
juzgados por su ambición desmedida.
¿Y
la esperanza? Ese es el sueño de los que comprendieron el verdadero significado
de las palabras de Jesucristo: “MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO.”
Jorge
J Cuadra V
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