MARTA LAMA
Sin caer en el alarmismo de quienes proponen medidas drásticas para reducir el crecimiento poblacional, ni en el escepticismo de quienes consideran que la Tierra es lo suficientemente amplia para acomodar más población de la que hay ahora, debemos reflexionar sobre el dilema demográfico.
La reproducción -como capacidad de atar lazos sociales y mantenerlos a lo largo de generaciones- implica una responsabilidad ante quienes heredarán nuestro mundo.
Sin embargo, la dificultad para fijar un límite racional a la maternidad y la paternidad está traspasada por un conflicto existencial: tener hijos es más una manera de trascender, de no morir del todo, que una verdadera pasión por el proceso de crianza de nuevos seres.
Si bien el papel en la reproducción es diferente para cada sexo, no hay que olvidar que mientras las mujeres pueden parir una vez al año, los hombres, en ese mismo lapso, pueden embarazar a un sinnúmero de mujeres.
La distinta vivencia reproductiva dificulta la manera como mujeres y hombres nos planteamos los dilemas y las consecuencias de la reproducción.
Por eso, así como se necesita una conciencia del límite, también es indispensable, un reconocimiento de la diferencia sexual. Con ello no me refiero a las absurdas posturas
esencialistas del "eco feminismo", que sostiene que las mujeres, como madres nutridoras y cuidadoras, tienen una mayor conciencia de la vida humana y del medio ambiente.
El eco feminismo parte de ese supuesto equivocado y lo enuncia con desdén sexista: "pobres hombres depredadores, nosotras no hemos perdido nuestra conexión con la
naturaleza".
Hablar de diferencia sexual no es reivindicar una supuesta superioridad femenina (ni masculina, para el caso). Es reconocer la distinta potencialidad reproductiva, la doble
moral sexual que da un acceso diferenciado al uso del cuerpo y la ausencia de ciertos derechos (como el de interrumpir un embarazo no deseado) que posibiliten el control de las mujeres sobre los procesos reproductivos de sus cuerpos. Las implicaciones éticas de las consecuencias de esta diferenciación por sexos son de una vigencia política y social
de primer orden.
Reformular con conciencia ambientalista el sentido de la reproducción requiere reconocer que la cultura crea las condiciones para que los cuerpos de las mujeres y de los hombres se reproduzcan de ciertas formas, con ciertos ritos y en ciertos tiempos.
La mistificación de la maternidad y la invisibilidad de la paternidad son caras de una misma moneda. Generar una conciencia de responsabilidad reproductiva es un imperativo no sólo para la preservación del medio ambiente, sino para el desarrollo de los seres humanos: criaturas deseadas, padres comprometidos y madres no enajenadas. Por eso un
objetivo de la reflexión ambientalista comprometida con el bienestar de las personas es investigar y pensar en la diferencia sexual.
Nota: "La América que queremos" es una nueva sección sabatina de EL CORREO. Los ensayos "en defensa de la vida" -de autores de primera línea- son tomados del libro con igual título, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1998, en el contexto del Programa de las Naciones Unidad para el Medio Ambiente.
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