El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 24 de febrero de 2011

La sede del amor y del placer

El anatomista, la novela con la que Federico Andahazi ganó la última edición del premio Fortabat, acaba de ser publicada por editorial Planeta. En esta entrevista, el autor revela el secreto de un descubrimiento que, aún hoy, enciende los rubores del escándalo.


Mateo Colón ocultaba bajo su escalpelo el estigma de lo revulsivo. Si en el siglo XV Cristóbal Colón había ahuyentado a las bestias fantásticas cuyos lomos formidables sostenían un mundo cuadrado con mares en ángulo recto, tiempo después había llegado el momento de que un anatomista italiano del mismo apellido subvirtiera no sólo el mapa del cuerpo humano sino también la geografía del amor y hasta las ajadas cartas de navegación de la moral. Aún hoy su nombre agita tempestades. Mateo Colón y su descubrimiento son la perla de El anatomista, la novela de Federico Andahazi que Editorial Planeta acaba de publicar en la Argentina.

El año último, la obra de Andahazi llegó a ser finalista del premio Planeta (que ganó María Esther de Miguel con su novela El general, el pintor y la dama), y obtuvo el premio Joven Literatura otorgado por la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat, en medio de un escándalo. Disconformes con el fallo unánime del jurado (integrado por María Angélica Bosco, Raúl Castagnino, José María Castiñeira de Dios, María Granata y Eduardo Gudiño Kieffer) que premiaba una obra de contenido erótico, las autoridades de la Fundación entregaron a Andahazi el cheque por los $ 15.000 correspondientes a la máxima distinción pero suspendieron la ceremonia de entrega de premios.

"Yo siempre fui muy reacio a los concursos literarios, por más de una razón -explica Federico Andahazi, de treinta y tres años, psicoanalista además de escritor-.

Camilo José Cela aconseja a quienes empiezan a escribir no presentarse en estos certámenes, entre otros motivos, porque sostiene que un mecenas nunca es desinteresado. Es cierto, la función del mecenazgo es la domesticación social del artista. Confieso que el día que entregué la obra para el concurso de la Fundación, tuve la certeza de que no podía ganar jamás. Claro que uno siempre alienta la esperanza de que el jurado sea independiente. Los hechos demostraron que así fue."

Cuando supo que había ganado el premio Fortabat, Andahazi retiró la obra del concurso de Planeta y ese mismo día firmó contrato con la editorial. Planeta editará El anatomista también en España. Aunque todavía no se ha fijado fecha de publicación para la temporada europea, el escritor ya fue invitado a presentar su libro en Madrid y en Barcelona.

Pero aquí, Andahazi no quiso apresurar los tiempos. No le interesó montar el éxito literario de su obra a la grupa siempre traicionera de la publicidad que proporciona un escándalo. Apenas uno se encuentra con Federico Andahazi, apenas se lo ve disponerse a la entrevista, con la cabellera oscura tirante en prolija coleta, con la camisa impecable y el paquete entero de cigarrillos haciéndose humo entre los dedos implacables, se comprende que el escritor no tiene intenciones de perder el tiempo jugando al niño terrible de la literatura o adoptando los aires triunfales de un héroe del Kamasutra.

Lúcido y preciso, en una obra plena de hallazgos, Andahazi revela su propio descubrimiento. "Estaba trabajando en una novela que transcurría en nuestros días cuando necesité cierta información anatómica. Una médica me recomendó entonces un libro que recomiendo: Historia del cuerpo humano, de Editorial Taurus. Yo buscaba un personaje que afortunadamente no hallé, pero en ese libro me encontré con una noticia: hubo, allá por el mil quinientos cincuenta y tantos, un anatomista italiano llamado Mateo Colón que decía haber descubierto el clítoris. El, en realidad, llamó Amor veneris al órgano que acababa de descubrir, y dejó constancia de ese descubrimiento en su libro De re anatomica, una obra difícil de encontrar, que debe estar en la Universidad de Padua, si es que se conserva, y dudo de que tenga traducción al español."

La curiosidad le había hincado un victorioso mordisco a la imaginación. Andahazi abandonó el proyecto que tenía entre manos para embarcarse en aguas bravas. "Hubo datos que me llamaron la atención. Colón era un anatomista muy importante: había descubierto la circulación sanguínea pulmonar antes que el inglés Harvey y, sin embargo, no tuvo el reconocimiento que sí tuvieron otros anatomistas menores. Empecé a investigar por lo más sencillo. Fui al Espasa Calpe, a ver qué decía de este hombre. Tres líneas, nada más, sobre lo de la sangre. Acerca del Amor veneris, absolutamente nada".

La enciclopedia británica ofrecía menos información aún y la italiana sólo agregaba que Colón había sido médico de un papa. Del Amor veneris, ni una letra.

"Me sorprendió que no hubiera ninguna información sobre este descubrimiento. Entonces uno sospecha (con ánimo de hacer ficción, además) que pudo haber sufrido algún tipo de censura y esto explicaría que el hallazgo no haya quedado registrado. Así surgió la trama aproximada de la novela. Y me dediqué por completo a ella porque no podía desembarazarme de la sensación paranoica de que si yo no escribía esta novela la iba a escribir otro.

"Mateo Colón fue para mí lo que el Amor veneris debe de haber sido para él: si algún mérito me atribuyo en esta obra es el de haber descubierto a Mateo Colón".

Hasta aquí, los hechos: el anatomista realmente existió, fue médico de un papa, descubrió un órgano que probablemente sea el clítoris y ese descubrimiento fue ignorado por las enciclopedias. Con estos escasos elementos arrancados a la realidad, Andahazi construyó una ficción que, por momentos, alcanza un grado de verosimilitud inquietante ("El oficio del escritor es engañar", sonríe, halagado).

Pero también hubo otro detalle, risueño e inspirador. "Lo que me pareció una novela en sí mismo fue la sorprendente homonimia: el propio Mateo Colón se compara con Cristóbal y dice: ¡Oh, mi América, mi dulce tierra hallada!, acerca del Amor veneris. Sobre todo, lo que a uno le produce estupor es que este órgano no se hubiera descubierto hasta después del descubrimiento de América. Me pregunto cuál sería la representación de la sexualidad femenina hasta entonces.

"A través de los siglos ha habido una relación muy visible entre la anatomía y la cartografía. Claro que hacer un mapa significaba salir a navegar y representar un poco a tientas aquéllo que fui visto con medios precarios. Pero se diría que de algo tan concreto como el cuerpo humano se podía tener una visión unívoca. Y sin embargo no es así. Es notable ver los mapas anatómicos en las distintas etapas de la historia y comprobar que representan a un cuerpo humano siempre distinto. Creo que la visión de las cosas está tan fuertemente influida por el discurso de una época que con el transcurso de los años podemos llegar a ver de un modo diferente lo que siempre ha sido inmutable".

Cree Andahazi que la "dulce América" de Mateo Colón funda una nueva mujer. Pero no hay que llamarse a engaño. No viene el anatomista a liberar generosamente a la mujer de la opresión de su yugo. No lo hace ni podría hacerlo por una razón muy sencilla: el anatomista es un hombre ferozmente enamorado. Con gula de viejo avaro conserva la preciosa llave de su descubrimiento en sus manos (dicho esto en un sentido absolutamente literal), donde radica todo su poder y su arte.

"Mateo Colón dice que descubre la sede del amor y del placer en las mujeres. Probablemente, en la vida real haya usado esa expresión en forma absolutamente metafórica para aludir a la sexualidad. Yo, en cambio, en la novela preferí tomar esta frase en sentido literal porque ¿qué quiere decir encontrar la sede del amor en una mujer? Esto es un enigma todavía hoy: ¿de qué depende el amor de las mujeres? Uno hoy toma un diario o marca en el teléfono un cero seis cientos y enseguida aparece una bruja que le dice lo que tiene que hacer para conquistar a la mujer de sus sueños. Dominar a la mujer, adueñarse de su voluntad y de su corazón ha sido el eterno desvelo del hombre". Al tomarse al pie de la letra la metáfora del anatomista, Andahazi se vio obligado a desarrollar en la novela una tesis que explicara el dislate en términos recionales. Lo hizo maravillosamente, asistido por Descartes.

"Durante el juicio en el que Mateo Colón comparece ante el Tribunal de la Inquisición, hay dos momentos: el primero, la declaración de los testigos, está narrado en un presuntísimo español antiguo, totalmente inventado. El segundo, el alegato de Mateo donde explica que su descubrimiento no es demoníaco, está narrado con la voz de Descartes tomada, principalmente, del Discurso del método. Fue el tono que me pareció más apropiado, si uno piensa que en la época en que comenzaba a surgir el mecanicismo, un matemático tan preciso como Descartes podía decir cosas tan imprecisas (y justificarlas tan bien, además), como dar una razón anatómica a la existencia del alma y ubicar su sede entre dos huesos del cerebro".

Andahazi hará padecer al desdichado Mateo toda clase de tormentos (tormentos de la razón y del corazón), secundado siempre por dos damas que responden, deliberadamente y con mucho humor, a sendos arquetipos trogloditas sobre la condición femenina: castidad impoluta y ligereza de cascos. Los tres hacen equilibrio en un triángulo disparatado y también fatal. Porque, detrás de las pinceladas humorísticas, detrás de la sensualidad espumosa que rebasa las páginas del libro, acecha una amarga encrucijada: si la ignorancia conduce a la enajenación, la verdad (o, al menos, su búsqueda) llevan irremediablemente a la muerte. Historia de sangre Lector apasionado de Jack London, de Camilo José Cela y "de aquellos escritores (son muy pocos) que han dejado una marca en la historia de la novela: Cervantes, Dostoievsky, Kafka", Carlos Federico Andahazi-Kasnya, se acercó a la literatura de la mano de su padre, Béla, poeta y húngaro. También psicoanalista.

"Empecé a escribir alrededor de los trece o catorce años, después de haber leído Edades y temporadas, un libro de poesía de mi padre. Es un poeta enorme".

Padre y madre alentaron calurosamente la carrera literaria de Federico. En rigor, hicieron mucho más que eso. "Mi padre hasta fue agobiante. No sólo me alentó sino que me ha empujado violentamente en el mundo de la literatura, y lo sigue haciendo (se ríe). Es la figura arquetípica del intelectual. Creo que sacralizó a la literatura, pero es demasiado benévolo en sus juicios sobre mi obra".

La familia Andahazi-Kasnya había llegado a la Argentina a comienzos de la década del cincuenta, poco depués de que Hungría se plegara al bloque comunista. A raíz del premio Fortabat, Federico conoció con mayores detalles la importancia que había tenido en Hungría su abuelo, Béla. "Cuando gané esta distinción me llamaron para entrevistarme desde un diario húngaro. Además de aristócrata, mi abuelo había sido un político bastante destacado que militaba en la social democracia (lo cual, para Hungría en general y para la aristocracia húngara en particular, significaba ser sumamente progresista, ya que se trata de un pueblo muy conservador) y llegó a ser senador y embajador ante Turquía. Era para los húngaros una figura equivalente a Alfredo Palacios".

Béla Andahazi-Kasnya salvó la vida de varios judíos durante el nazismo y se opuso, luego, al régimen comunista. Abandonó una cómoda situación económica en Hungría y se vino a la Argentina con lo puesto. Cuenta Federico que su abuelo era un pintor impresionista "a ultranza (aunque dice mi padre que, en París, llegó a compartir el atelier con Picasso)", cuyos cuadros "llegaron a cotizar muy bien" y le permitieron mantener a la familia. "Tenía las mismas virtudes y los mismos vicios que caracterizan a cualquier grupo aristocrático. Yo admiraba en él, entre otras cosas, la dignidad con que sobrellevaba la pobreza, y rechazaba su actitud extremadamente conservadora".

Federico Andahazi no frecuenta los círculos literarios. No coteja ideas ni textos con sus pares. "Someto muchísimo a consideración las cosas que escribo. Es casi obsesivo lo mío: escribo una página y necesito que alguien la lea, gente cercana, parientes, amigos. Mi padre lee algunos textos. A mi madre no le doy a leer algunas cosas porque me da vergüenza. Uno nunca pierde cierto pudor. Algunos capítulos de El anatomista no se los dejé leer. Ahora, si ella quiere comprarse el libro y leerlo completo es un problema suyo (se ríe). Pero me pondría colorado de saber que mi madre lee algunas cosas".

Dice que por fobia o por timidez nunca se acercó a escritores y editores, que la produción literaria es un hecho absolutamente íntimo y que se muestra mucho más sensible a la opinión de un buen lector ajeno al mundillo literario que al juicio docto de alguno de sus pares. El único escritor que leyó sus originales fue Osvaldo Soriano.

"Cuando tenía alrededor de veinte años, mandé material a la revista Crisis. Eran unos capítulos extraídos de una novela que estaba escribiendo, cerrados en forma de cuento. Esa misma semana, Crisis cerró. Me llamaron para que pasara a buscar el material y cuando fui, Osvaldo Soriano (creo que era el director editorial) me dijo que le habían gustado mucho mis textos. Quedamos en encontrarnos para tomar un café y estuvimos hablando un rato largo en le bar Academia. Ese encuentro produjo dos efectos contradictorios (se ríe). "Fue tal el golpe de que semejante escritor reconociera algo de valor literario en lo que yo hacía, que creo que no volví a escribir en los cinco años siguientes. En ese momento yo estudiaba en la universidad y no volví a escribir hasta que me recibí.

"Pero lo que realmente le debo a Soriano es que esa tarde aprendí a desacralizar la literatura. Creo que hubo parte de una generación que no se animó a escribir porque pensaba que después de Borges ya no se podía escribir. Me parece que quien se proponga escribir tiene que proponerse también ser un poco caradura. Si la literatura fuera sagrada, entonces no quedaría más que arrodillarse y adorarla".

Andahazi apura el último cigarrillo. La reflexión es casi una declaración de principios. "Es cierto que no se puede escribir mejor que Borges. Pero no se puede vivir paralizado por ese lastre".

Por Verónica Chiaravalli

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