Después de treinta años
Así hablaron los enviados de Sandino:
Nada es Oriente
nada Occidente:
poseemos un mismo sol,
una misma miseria nos cobija
pero todos somos extraños.
Y los políticos hablaban de libertad,
de escuelas, de alianzas con Oriente,
de alianzas con Occidente, de unión,
de olvido...
y tú sonreías en mi recuerdo;
me decías: "pequeño loco", "hombrecito sin pueblo”
Pero los hombres del pueblo continuaron:
Decimos estas cosas para los árboles,
para el barro, para las rocas;
porque hay tierra habitada
por cadáveres que de países remotos
vinieron a matar
y porque algún día otros hombres,
si es que los hombres existen aún,
recojan estas palabras desde nuestra sangre
para meditar.
Y los políticos persistían hablando;
prometiendo menos muertes,
construyendo grandes ciudades libres
con grandes banderas de Oriente y Occidente.
James H. Meredith pudo entrar en Oxford, Mississippi,
custodiado de bayonetas.
Edwin Castro salió de la cárcel, Nicaragua,
muerto.
Y Sandino del que todos sabemos por qué murió,
y sandino y no sólo Sandino;
y el pueblo de Sandino
por todas las montañas y ciudades,
en el filo de los machetes cansados,
a la sombra de los árboles viejos,
en un beso fugaz, en un tiro lejano.
Te escondes dentro de tus pupilas
con la sonrisa de siempre
para este muchacho sin días,
sin pueblo:
"pequeño loco"
"hombrecito sin pueblo"
"pequeño loco".
Hay un pueblo,
que no es el mío
porque hoy yo no tengo pueblo ni ciudad,
ni calles, ni hojas, ni estiércol
en el camino.
Mas hay otros lugares, otros pueblos
con campanas y cementerios,
ríos, árboles y cosas tristes
que me pertenecen;
viejos que tosen y escupen
y hablan de cómo se suceden las guerras
y cómo se olvidan;
niños que elevan palometas
mientras sus madres los llaman,
y tú que no estás o estás
en ese pueblo.
Triste te conservo
y bien que hubieras podido hacer mis sonrisas;
cruel te llevo ahora que pienso
que pudimos haber recorrido todos los parques
las avenidas y las plazas
aunque sólo hubiera sido para llegar a comprender
que dos ciudadanos enamorados
pueblan una república olvidada,
que tienen derecho a mirarse en silencio
y reírse cuando pasan los tanques del dictador.
"pequeño loco".
Tienes un presentimiento real
muchachita grande;
por todos los caminos hay piedras,
pero ya la lluvia ha borrado
lo que yo marqué en ellas;
así es la lluvia muchachita.
Los políticos vociferaban,
suspendían las garantías
y las reclamaban
con los muertos del pueblo,
y los muertos del pueblo
eran todo el pueblo;
pero sus cadáveres eran ocultados.
Y después de treinta años
así hablaban los enviados de Sandino:
Es el hombre quien defrauda al hombre,
nos morimos por no conocernos
y nos matamos en nombre de la amistad.
Pero Ajax Delgado murió en la cárcel;
lo mataron y su cadáver fue devuelto
a su madre.
Y Novedades dijo:
"Un gesto democrático".
Y así habían muerto
y fueron muriendo todos:
Se les asignó un día sin llanto;
se prohibió todo dolor, toda lágrima, toda palabra;
se cerraban las puertas y las miradas temerosas
se filtraban por las paredes;
tanques, cascos, fusiles
y hasta las madres de los muertos
tenían que esconderse.
Pero ahí estaban todos:
Sergio
José
Mauricio
Eric
muertos el 23 de julio
en una calle de León.
Báez Bone, Pablo Leal, Díaz y Sotelo,
Rigoberto López, Carlos Nájar, Cornelio Silva,
Augusto César Sandino,
y más, y los ignorados, y muchos más,
y los que van a morir
y Julio Romero de trece años
quien protestó en otro 23 de julio;
y así todos fuimos comprendiendo que en Nicaragua
ésta es la muerte natural.
Señor presidente,
señor arzobispo,
señor ministro:
En la antigua tierra,
en esta tierra donde habitaron
Nicarao, Diriangén y otros caciques
de los que tal vez supisteis algo por la historia,
en esta historia donde también
apareceréis vosotros,
habitan, no sé sí en las cárceles
o en el campo
"don Dionisio, don Sotero, don Juan"
y otros nicaragüenses
de los que quizás aprendisteis
su epitafio
si es que tuvieron alguno.
Porque así es
señor presidente,
señor arzobispo,
señor ministro,
esta tierra.
Pues bien,
desde la antigua tierra
donde se riega el barro
y nace el maíz
porque aún nos es dado
regar el barro;
han llegado otros hombres
(los mismos hombres)
que os dicen:
Venimos de la antigua tierra
donde nacen los ríos
que dan de beber a nuestros hermanos,
a nuestros hermanos presidentes,
a nuestros hermanos arzobispos,
a nuestros hermanos ministros,
a nuestros hermanos comandantes,
a nuestros hermanos diputados,
a nuestros hermanos alcaldes,
a nuestros hermanos jueces
y a todos estos hermanos nuestros,
amados Caínes de hoy, polvo de mañana.
Porque en la antigua tierra
crecen árboles frondosos
para todo un pueblo,
vive aquél quien nos envía
y que fue llamado "bandolero"
y que fue traicionado
y que fue muerto
y que fue asesinado
no sólo por el extranjero
sino por sus hermanos.
Venimos de la antigua tierra,
tierra de dolor sagrado
esta tierra.
"pequeño loco"...
Fue un susurro
un pedacito de agua cristalina
que provino de la antigua tierra
y que yo conservo muchachita grande
para menguar mi sed de recuerdos,
mi sed de ti.
Y los hombres del pueblo
los hombres de barro y viento
que esconden sus lágrimas
por rudos, por bruscos, por humanos
dijeron una vez más:
Pero he aquí
que si la paz
no encuentra morada en vosotros,
sobrevendrán hechos que no olvidaréis,
porque hasta los árboles se rebelarán
y la savia del dolor de un pueblo
clamará en sus ramas extendidas,
y el roble, el cedro, el malinche,
las hierbas secas y las hierbas verdes,
los charcos,
los pájaros tristes, las piedras olvidadas;
todos abandonarán la montaña exhausta
y marcharán hacia las ciudades;
sembrarán cadáveres en las cunetas vacías,
sucias, simétricas,
derrumbarán los monumentos erigidos
con el sudor de los muertos,
y crecerá la zarza y la soledad
alrededor de la laguna de Tiscapa
y sus aguas se extinguirán
y los niños saldrán a la muerte
gimiendo, y suplicarán
y sus madres histéricas
aullarán al no encontrarlos.
Nadie tendrá padre, ni hermanos
y más que nunca se comprenderá
que nada es Oriente ni Occidente
cuando se rebelan los hombres hastiados
y los cascos rodarán y los tanques
y las ambulancias
y los muertos
y las balas
hacia un lago hermético.
Pero yo también soy humano
y amo en nicaragüense,
no puedo evitar que me agrade
ese "pequeño loco",
contemplar las aguas tranquilas de un lago,
viajar por las riberas del Coco
hasta el Atlántico,
hasta donde nunca he llegado
pero que presiento,
soy tan de esta tierra,
tan inútil, tan aburrido.
Mas, oír las voces del pueblo
en el interior de mi almohada
me sobresalta. Porque ellas están ahí,
presentes, sangrantes, sudadas,
con sensación de tiempo,
húmedas de dolor,
agitadas, reales,
tan tocables
que puedes alcanzarlas hasta con las manos
y te dejan una huella de sangre,
voces de niños, de ancianos, de mujeres,
de hombres cansados,
¡gritos!
y yo soy tan inútil
después de treinta años,
después de treinta años.
Vamos Luis,
carga con tu Luis a cuestas,
con el "hombrecito sin pueblo"
sobre tus espaldas,
avanza con el "pequeño loco"
desde las riberas del Mississippi
(donde te lapidarán por negro)
hasta las del Coco
(donde morirás por "bandolero")
pero vamos; recibe las heridas,
las piedras, los escupitazos
para que puedas llamarte
ciudadano nicaragüense.
Hoy, cuando estamos cotidianamente abandonados
y cada sonrisa lleva el sello del tiempo
y cada huella el olvido
y cada hombre su propia muerte;
quizás debiéramos pensar que
la libertad es un sueño que nunca se realizará.
Mañana, cuando seamos barridos de los rincones
dirán que ése era nuestro fin;
habrá una guerra porque así tenía que suceder
y no se hablará más de nada por culpa del silencio.
Muertos, muertos y muertos
los muertos ya inútiles
inútilmente muertos
y todo se esparce
como una mancha eterna:
Novias aferrándose al último beso,
a la última caricia del muchacho guerrillero
y novias muertas;
besos que alcanzan en una cajita de fósforos;
ecos de balas, ecos de voces, ecos de vidas;
cadáveres sin entierro;
sonrisas infantiles
de los hijos que nunca tuvimos
y las madres que alcanzaron a despedirlos
soñando con un regreso
que ellas o ellos no pudieron resistir,
una Nicaragua chiquita como una lágrima
y el "sí” tan esperado que no se alcanza a oír
y el no, no, no de mi juventud.
Un día, de ésos cuando las cosas por olvido se rebelan;
cuando las niñas por tristeza se enamoran
y cuando ya todo parece que termina
y que no termina,
debiéramos de recoger nuestros fragmentos;
toda esa vida de minutos, de segundos
y pedacitos de frijol,
de ojos, de cabellos, de la ternura incontenible
que dejamos en lugares ya olvidados.
Vamos Luis, carga con tu Luis a cuestas
porque ahora que todo dolor te duele
y toda alegría te hace feliz
sabrás resignarte a no encontrar el amor.
Vamos, que de esto hace ya treinta años
cuando nació la traición
y treinta monedas costó la original;
desde Jesucristo a Sandino
nada ha cambiado:
treinta veces treinta.
Luis Rocha (1962).
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