Por Azarías H.Pallais
En una casa principal, de familia rica, de las católicas según la creencia de los hombres, servía como criado un niño de doce años llamado Julián. Se llamaba Julián, como hubiera podido llamarse Tranquilino, Gervasio, Marcial. No a todos los niños les andan escogiendo sus nombres. Su apellido, si lo tuvo, nadie pudo ni quiso averiguarlo.
Era Julián huérfano de solemnidad, por los cuatro cuarteles de su escudo, con mayúscula, completamente huérfano, uno de aquellos que nuestro Señor llama parvulillos y mínimos, uno de aquellos que, ¡oh sustitución! hicieron que saliese de los Divinos Labios la más silenciosa palabra de la historia universal: «y todo lo que
con uno de estos mínimos y parvulillos hiciéreis, conmigo lo habéis hecho». Sustituyendo, esto es, poniendo a Cristo en vez de Julián, la ecuación se resuelve, yo no digo cómo.
Julián se llamaba. Su nombre era su tesoro, único que tenía. Su nombre no se había gas-
tado, sin embargo. De ser cierta una teoría de los ecos que leí no sé dónde, ya no me acuerdo cuando, en aquella casa de malos ricos, un oído hiperfísico pudiera oír en las altas horas de la noche: ¡an! ¡an! ¡an!, porque en aquella casa, en la mañana, al medio día, en la tarde, en la noche, a todas horas, siempre, sólo se oía decir: ¡Julián! ¡Julián! ¡Julián! El padre, la madre, el señorito que vuelve del Instituto, la niña pelo corto que estaba semi-interna en el colegio de las monjas, el tenedor de libros, el chaufeur, el administrador, la costurera, y siempre en modo imperativo, jamás en optativo y subjuntivo, todos en aquella casa gritaban: ¡Julián! ¡Julián! ¡Julián!
¿Y para qué le llamaban? Pues para que hiciera todo lo que los demás no querían hacer, todos los trabajos pesados y desagradables. Ya le encontramos un apellido: Julián Hace Todo. Julián Multiplícate. Los griegos hubieran dicho: ¡Julián Pas, Pasa Pan!
Julián no sabía leer desde luego. No sabía escribir. No había hecho su primera comunión. Simpático, inteligente, leal, bueno, limpio, si no lo hubiesen mirado como a cosa, hubiera… pluscuamperfecto de subjuntivo, y <
¿Y cuánto le pagaban? He conocido muchos Julianes, Tranquilinos y Gervasios que, «entregados» dicen en Nicaragua, leed esclavos, sirven de balde, a la mayor gloria de Dios. A nuestro Julián se le pagaba un córdoba. Un córdoba al mes. Así pues, para exigir de a legua, para pagar de a pulgada. Cómo entonces comprendemos la palabra del Apocalipsis: «¡Ven Señor Jesús, Ven! ¡Así sea!» Como no ha venido todavía, por eso se le dice: ¡ven! Sustituyendo, esto es, poniendo a Cristo en vez de Julián, se resolverá la ecuación, yo no digo cómo.
Después, como quien sale de Scyla para caer Caribdis, Julián fue soldado y conoció la vida mala, peor y pésima de nuestros cuarteles campamentos, hasta que un hermoso día, en guerra maldita de conservadores y liberales, para que surgiera otro gobierno burgués, enemigo nato de todos los innumerables Julianes, Tranquilinos y Gervasios, nuestro Julián, digo, cayó herido de muerte. ¡lnfelix ego homo! Al Hospital, pues, y mañana al anfiteatro. Pero antes que mueras, hermano parvulillo y mínimo, quisieras decirme al oído, ¿qué cosa es la Patria? y Cristo, ¡divina sustitución! hablando por Julián, me dijo: La Patria es el lugar de la justicia. Y entonces mi comentario fue la palabra de San Pablo: "No tenemos aquí ciudad permanente."
Nota:
Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais.
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