El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 17 de febrero de 2011

Proserpina amarrada a la cama de los hospitales

Confesiones del médico de cabecera del intelectual cubano José Lezama Lima.
Alberto Dolz

De tanto contarla, la historia se ha vuelto usual, como un episodio que
por repetido gasta su dramatismo.
Sin embargo, en las palabras de *José Luis Moreno del Toro siempre queda
una pátina de dolor al recordar la muerte de José Lezama Lima, su paciente,
alumno y amigo por más de una década, con quien habló «los temas más
personales y más impersonales».
Aunque prefiere que le reconozcan como poeta, ahora Moreno del Toro habla
como el clínico y cirujano que es, profesor del centenario hospital Calixto
García, pero ante todo como el médico de cabecera de Lezama que fue.

-«Era un hombre con una patología de base que agredió mucho no sólo su forma
de vida, sino su tiempo de vida», repasa en una entrevista con Cubanow en el
espacioso salón de actos del Instituto de Literatura y Lingüística de La
Habana
, donde Lezama trabajó como investigador en sus últimos años de vida.

«Recordemos que la novela Paradiso comienza cuando el niño tiene una
crisis de asma en la cuna, recién nacido. Esa asma lo llevó a una
insuficiencia respiratoria crónica, lo que se llama una EPOC, Enfermedad
Pulmonar Obstructiva Crónica, y esa particularidad de no querer moverse, lo
llevó a una cierta obesidad. Contra él conspira su asma que arrastró 66 años
en crisis paroxística, en crisis agudas muy severas, y luego todo eso
agravó por el sedentarismo y el sobrepeso», explica el especialista, quien
suma una agravante del paciente: fumador de puros.
«Y después Lezama se complica. Hace una infección urinaria. No se le
quiso dar los antibióticos que yo indiqué. Para complacerlo, su esposa le
dio un cocimiento casero, esos que tomamos todos y que son tan importantes.
No tengo nada contra la medicina tradicional, todo lo contrario, pero cuando
tienes un paciente de riesgo no puedes sólo dedicarte a los cocimientos de
raíz de guisazo o de pelusa de maíz», aclara.
El autor de Tratados de La Habana no era un paciente fácil. Tenía fobia a
los hospitales, donde, decía, estaba «amarrada la nave de Proserpina».
Según el doctor Moreno del Toro hizo mucha resistencia al ingreso y
cuando finalmente lo hizo, ya estaba semiinconsciente. «Por qué no traemos
el equipo de rayos equis para la cocina», proponía con su irónica sagacidad
imaginativa.
Incluso, más de una vez hubo que llevar a un laboratorista para extraerle
muestras de sangre a domicilio.
«Esos pulmones estaban ya inundados por la infección e inflamación y una
persona que tenía también una hipertensión mantenida, que se aliviaba su
asma con los bombazos de epinefrina, que agredía su sistema
cardiocirculatorio, complicaba más la situación», dice el galeno, quien se
lamenta de que los hombres no posean el poder de vaticinio.
«Si lo hubiera tenido me lo hubiera llevado en helicóptero, si hubiera
tenido que tumbar la fachada de la casa, lo hubiera hecho», expresa con
determinación.
Pero ni Moreno ni nadie posee tal virtud de oráculo. Rompiendo a
mandarriazos parte de la fachada doméstica, porque su enorme cuerpo
hinchado no cabía por la puerta, los paramédicos llegaron el 8 de agosto de
1976 con un moribundo al hospital.
De inmediato ingresó en la sala más sofisticada de Cuba: el pabellón
Borges, del Calixto García.
El entonces presidente de la república, Osvaldo Dorticós, llamó
directamente a los médicos para brindar todo el apoyo del Estado cubano. En
su delirio pidió un flan, su dulce preferido.
«No le faltó nada. Allí estaban grandes profesores de medicina interna
como la doctora Mercedes Batule. Si no llegó a tiempo al hospital fue por su
marcada y férrea resistencia, porque Lezama era un hombre de criterio»,
recuerda Moreno del Toro.
A principios de los 60's, este hombre era un «guajirito que estudiaba
medicina en La Habana y traía la marca del arique en el tobillo».
Nació en 1943 en la oriental provincia de Holguín de padres maestros. Su
abuela, a quien debe la educación sentimental, puso en sus manos La edad
de oro, de José Martí, las aventuras de Salgari y las novelas de Twain.
Fue suficiente para despachar al mundo un lector inveterado.
«Nunca me castigaron sentándome en la silla a leer, todo lo contrario me
quitaban la lectura y la radio. Ese era el castigo», recuerda el médico de
cabecera de José Lezama Lima.
Pese a que el mapa cultural de la ciudad coincidía con la calle donde
vivía Lezama, el estudiante de medicina, ya diletante en la gran urbe,
nunca se atrevió a interpelar al escritor, a quien veía en la puerta de su
casa, Trocadero 162, bajos, «como gustaba decir».
«Me encontré con Dador, uno de sus libros. Era una lectura que me
gustaba, pero que no entendía. Mientras más la leía, más me gustaba y menos
la entendía...Yo pasaba y me decía lo voy a saludar ahora y no me atrevía
nunca, y entonces me dediqué a buscar toda la literatura impresa de Lezama».

El destino intervino para acabar con tales vacilaciones. El día en que un
amigo común, el dramaturgo José Triana ganó el premio Casa de las Américas
de 1965 por su pieza La noche de los asesinos, coincidió con el
enterramiento de la madre del poeta, doña Rosa Lima.
«El me pide que vaya a ver a Lezama. Yo estaba terminando la carrera de
medicina y entonces me convertí no sólo en el amigo, no sólo en el alumno,
sino también en el médico de Lezama hasta el mismo momento de su muerte».
Así relata el primer encuentro: «El día que yo entré a su casa, él,
jadeante por un ataque de asma, me dijo: 'Doctor, es Ud. muy joven, tiene
la misma edad de Alonso Alvarez de la Campa', uno de los más bisoños
estudiantes de medicina asesinados en 1871 por la corona española», recuerda
Moreno del Toro.
Por alguna razón, que el médico ignora todavía, el célebre escritor
confió en el recién llegado. Lo matriculó en su curso délfico, con que
dispensaba a los jóvenes escogidos con la mejor literatura occidental y
oriental previamente seleccionada - Rilke, Mann, Huizinga, Lao Tse, entre
otros- y luego, ya graduado y pese a su juventud, lo aceptó como médico de
cabecera.
En uno de sus libros, Lezama escribió la siguiente dedicatoria: «Al
doctor José Luis Moreno, que une mágicamente el espíritu de la letra con el
espíritu de la ciencia».



*José Luis Moreno del Toro, médico, narrador y poeta- ha publicado, entre
otros títulos, los poemarios Carta (1983), Beber de la lluvia (1988), Otras
formas del insomnio (Medellín, Colombia, 1996), La otra mordida de la
manzana (Medellín, Colombia, 1997), Cantigas salvadas (2000), Violeta ya no
vive aquí (2003) y la antología Mar de leva (2007). Sus poemas han sido
traducidos a varios idiomas. Su relato Flor de pino, publicado en Nicaragua
en 1984, fue llevado al cine por la cineasta Laura López y recibió premios
internacionales en festivales de cine y televisión. Le han sido otorgados,
entre otros reconocimientos, la Distinción por la Cultura Nacional de la
República
de Cuba (1993) y el Escudo de la Ciudad de Gibara (1995).


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