El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

martes, 15 de febrero de 2011

Ortega: dos opciones igualmente funestas

Onofre Guevara Lopez

Lo predecible del futuro inmediato de nuestro país, no se lo debemos a ningún gurú de la política, sino a Daniel Ortega, cuyas líneas de acción han sido tan nítidas tras el objetivo de reelegirse, como no lo ha sido ninguna otra de sus elevadas funciones presidenciales. A la idea anterior, le iba a agregar: “desde que volvió al poder en 2007”, pero no hubiera sido correcto, porque, en verdad, Ortega anda detrás de la presidencia desde hace 31 años. Y nada más, ni mejor, es lo que Ortega ha hecho --desde abajo y desde arriba-- durante ese período, que tratar de envejecer en poder.
No nos asombremos, entonces, de que con Ortega nos depare en el futuro más próximo, el fin de la estabilidad medianamente democrática, para reiniciar, en forma más descarada, otra fase de su mismo régimen autoritario, fascistoide, confesional y corrupto. Lo avanzado por el orteguismo tras ese objetivo, no es despreciable, y también lo suficiente como para que, a estas alturas, cualquier cambio que se le obligara a hacer, se corra el riesgo de que sólo su figura cambie. Me refiero a que él ya ha impreso al gobierno su propio sello y –como ya ocurrió una vez en la historia— de no culminar su ambición de reelegirse ilegalmente, podríamos tener un “orteguismo sin Ortega”.
No por un hecho accidental o caprichoso, ya he escuchado más de una vez, la idea de que Ortega --si la presión fuera lo suficientemente fuerte, y para no perder todo lo ha ganado, en todo sentido--, podría renunciar a su ilegal pretendida candidatura, y nombrar para sustituirlo a un Santos René Núñez o a un Rafael Solís Cerda. Con ninguno perdería la mínima influencia sobre el Estado, y –aunque fuere por la fuerza de las circunstancias y, desde luego, contra su gusto—, imitaría a Somoza García, el fundador de la dinastía, en hacerse un puente ficticio entre el poder directo y el poder por interpósitas manos, para lo cual –nadie lo duda— haría muy felices a los personajes mencionados.
Esa opción, pese a todo lo improbable que parezca, le abriría a Ortega un continuismo más que por simple reflejo, sino casi de forma directa. Pero sería una opción entre dos opciones: la otra sería –prácticamente, la que hasta hoy tiene funcionando—, tirarse torpe y obcecadamente contra toda legalidad y contra todo rasgo político decente, decencia que, además, nunca ha sido característica en su gestión política. Los llamados “congresos” que nada tienen de tal, dado que tienen un único punto y, además, no discutible, sino para decir sí, a una consigna con no menos de cuatro años de envejecimiento. El objetivo no puede ser más que tratar de imponer la idea de que “la voluntad popular” está por encima de la Constitución Política.
No hace falta pensar en que esta opción le ampliará la zona local e internacional de desafección por su estilo anticonstitucional de gobernar. A la luz de un criterio más abierto, y de una política flexible, la primera opción es la que más le convendría a Ortega, pero aún no parece ninguna luz capaz de penetrar en sus oscuros intereses personales y familiares. Desde luego, al país no le conviene ninguna de las dos opciones.
Por el momento, es obvio que la posibilidad de la renuncia no va con la mentalidad de Ortega, y es la segunda opción la que lleva adelante contra viento y marea. Su ego lo ha inflado tanto él mismo con su propaganda, que parece imposible que llegue a permitirse un poco de lucidez para cambiar de táctica, ya no digamos para desinflarse. Tampoco se vislumbra a lo inmediato que pueda emerger un hecho lo suficientemente conmovedor, en lo político y lo social, como para esperar el “milagro egipcio” por generación espontánea. Tenemos, por hoy, un pueblo pasivo, además de traicionado por la oposición oficial, lo cual, por otra parte, es otro motivo para justificar una reacción popular contra la situación creada por Ortega.
Son muy fuertes los motivos que impiden la emergencia de alguna flexibilidad en Ortega, porque le han sido esenciales para su pretensión: 1) la inversión multimillonaria que ya hizo en su auto promoción, en cuatro años; si lo cálculos de sus fondos pro reelección han sido acertados, no lleva menos de cinco millones de dólares gastados sólo en la campaña no oficial montada desde el comienzo de su gobierno; 2) los millones extras que tendría que invertir en la campaña del sustituto, dado que ninguno de los mencionados tiene una base amplia de aceptación, y tendría que comprársela muy cara. Esos serían los costos materiales.
Los costos políticos, serían: 1) tener que revertir la idea inoculada en la conciencia de sus partidarios, de que él, Ortega, y después de él nadie en su movimiento, se le compara en capacidad, inteligencia, bondad y sabiduría, como para que merezca ser el candidato de su “partido”; 2) tener que paliar el desengaño de sus fanatizados partidarios –porque en cualquier medida demostrarán algún descontento por el engaño de que han sido víctimas durante por lo menos veinte años con el culto a su personalidad; eso minaría la confianza de las bases en un ídolo de barro, lo cual afectaría no sólo a los votantes cautivos, sino también a los llamados indecisos; 3) el haberse apropiado sin medida de méritos que no le corresponden, dejará en el descrédito a su aparato propagandístico, empobrecido e incapaz de poder nutrir de méritos la escualidez de un sustituto.
El derroche de dinero que Ortega ha hecho para su auto promoción, buscando consolidar el culto a su persona, ciertamente, que es una cifra inalcanzable para cualquier político de nuestro país. Y, por eso, lo insólito: Ortega ha acumulado tal cantidad de dinero, que si se viera obligado a buscar el sustituto que le tenga por cierto tiempo la presidencia, no le daría ni frío ni calor echar a perder los millones invertidos, con tal de asegurar su continuismo por medio de un títere. Además, ese dinero no le haría falta; él no sería el primero en experimentar que, con lo que no cuesta, bien se puede hacer una fiesta.
Al margen de cualquier especulación, suceda lo que sucediere después de que Ortega se decida por una de las opciones que tienen a la vista, su falange seguiría manteniendo el apoyo básico de la estructura del Consejo Supremo Electoral para obtener una “victoria” electoral fraudulenta. Con ningún tipo de cambio que pudiera producir en las nóminas electorales –la del candidato presidencial y las de las candidaturas parlamentarias—, Ortega arriesgaría el continuismo. Es la movilización popular contra la violación constitucional lo que haría renunciar a su candidatura, y también podría frustrar la consolidación de cualquier maniobra para imponer a un títere en la presidencia.
Por ello, no reelección ni continuismo enmascarado; elecciones libres y transparentes, serían las respuestas patrióticas del pueblo a cualquiera de las dos opciones de Daniel Ortega y sus secuaces.

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