Por José Coronel Urtecho
(Primera de tres partes)
I
No habrá muchos que sepan qué fue o significó lo que en los años treinta y cuarenta se llamó Vanguardismo entre nosotros. Se podría decir que se trató de una ruptura con el Modernismo predominante entonces en el país, lo cual marcó el avance hacia la libertad y la novedad que todavía caracterizan nuestra literatura, empezando por la poesía. De modo que no sería del todo incorrecto empezar con la poesía de los treinta y cuarenta para acercarnos a la de ahora. Es en el contexto del paso del Vanguardismo a la poesía nicaragüense actual que tuvo su lugar --un importante lugar-- Octavio Rocha.
Fuera de sus más próximos familiares y amigos, deben ser pocos los que lo recuerden, puesto que él mismo, cuando empezaba apenas a darse a conocer como escritor y periodista literario, inesperadamente se empeñó en desaparecer de la literatura, que él más que nadie había contribuido a remover. Más todavía que a remover, a renovar. Formaba parte del grupito de seis o más muchachos de Granada que se llamaban a sí mismos poetas vanguardistas, para indicar su rompimiento con el pasado y su dedicación a la poesía experimental y sin antecedentes conocidos. Octavio Rocha no era entonces más que un adolescente inclinado a la poesía que aún no había cumplido los veinte años.
Como los otros vanguardistas, estaba incómodo en el ambiente granadino, que era no sólo ajeno, sino contrario a la poesía o la literatura, consideradas como enemigas del comercio y el dinero, que era la verdadera razón de ser de la ciudad. Los poetas, y en especial los vanguardistas, se oponían abiertamente a la mentalidad comercial granadina, como también se pronunciaban en contra del trabajo considerado sólo como medio de hacer dinero. Además, eran temidos como adversarios de la alta sociedad granadina, que ellos llamaban despectivamente burguesía. También es cierto que ellos siguiendo a algunos artesanos fueron los que pusieron en circulación las palabras burgueses y burguesía, dándoles corrimiento en el sentido despectivo que desde entonces tienen en el país.
Fue en esos días que Octavio Rocha hizo un breve poema sobre la pomposidad y la autocomplacencia burguesa, titulado Cisne Burgués. El cisne dariano, imagen de la belleza y la armonía, pasaba a ser motivo de irrespeto. Fue como una consigna entre los vanguardistas el ser irrespetuoso con los cisnes. El Vanguardismo nuestro no sólo suponía para nosotros una ruptura con el pasado, sino ante todo, con la burguesía. Pero nuestra polémica con ella era más literaria que económica y política.
Lo de la ruptura con la burguesía y el hecho de publicar regularmente en el periódico local favorito de los burgueses, lo que escribían los jóvenes poetas de la vanguardia, que se jactaban de ser antiburgueses, sólo puede atribuirse a la intervención de Octavio Rocha, que en esto como en todo fue decisivo. Él sacó el Vanguardismo de su rincón privado y lo hizo público trasladándolo al campo abierto del periodismo. Lo que él y sus compañeros practicaban casi en privado, a la manera de un deporte destinado a llenar el vacío mental de Granada, no hubiera tenido ocasión de escapar de las estrechas salas con puertas a la calle o los rincones de corredor de las casas de sus familias, donde se daban cita para leerse unos a otros sus poemas recién escritos y sus últimas traducciones de poesía extranjera contemporánea, generalmente vanguardista.
Algunas veces lo hacían juntos varios de ellos como una forma de diversión. Octavio Rocha, sin embargo, no era propenso a ese tipo de reuniones, ni a ningún otro. Aunque tenía, como pocos, el don de la amistad y un trato fácil y natural, tal vez por su carácter más bien introvertido, no creo que haya sido la sociabilidad la principal de sus virtudes. Él se inclinaba más a cultivar las amistades particulares que a frecuentar corrillos y tertulias de sus amigos, aunque no se mostraba cerrado, ni esquivo, cuando los otros vanguardistas lo buscaban.
Contaba con la confianza de todos, pero se consideraba como el amigo casi inseparable y en cierto modo el socio de Pablo Antonio Cuadra. Las cualidades que compartían, al parecer, los predisponían al llevar juntos a cabo lo que estaba planeado, ya que los dos mostraban por encima de sus tendencias vanguardistas una especie de innata formalidad o corrección que los libraba de los desórdenes de que no estaban del todo exentos sus demás compañeros. Eso, seguramente, había contribuido a formar y fortalecer tanto en Octavio Rocha como en su socio Pablo Antonio Cuadra sus innegables hábitos de trabajo. No dejaba de ser una aparente semejanza, además de remota, lo que solía señalarse entre los hábitos de trabajo de los jóvenes burgueses que los empleaban en servicio de sus padres y los de los poetas vanguardistas Octavio Rocha y Pablo Antonio Cuadra, que eran sólo poetas y trabajaban sólo como poetas.
En esa época eran sólo poetas y por añadidura poetas vanguardistas. Por más trabajadores que fueran en lo suyo, o mejor dicho, entre más trabajadores fueran en lo suyo, como ninguno de ellos era estudiante de leyes o medicina, ni dependiente de comercio, sino todos poetas, y sólo poetas, eran vistos en Granada sólo como vagos.
Como poeta, Pablo Antonio era más abundante, más caudaloso, más inspirado, como hubieran dicho entonces, con más amplio registro de temas del campo y de la orilla de Granada y las haciendas de ganado, como también, ya desde entonces, con su característica retórica, casi siempre de buena ley, que reunida con otras corrientes retóricas de varios orígenes, dio el tono hasta hace poco a la poesía latinoamericana de lo que va del siglo. En cambio, Octavio Rocha era, como poeta, la misma parquedad, la sobriedad, la reserva, la puntería, el pulso, el tino, la agudeza mental, calidades que no volvieron a aparecer en la poesía nicaragüense hasta la llegada de Mejía Sánchez y después de éste, de Beltrán Morales, que aunque ninguno de ellos proviniera de Octavio Rocha --y ni lo conociera-- no sería inexacto situarlos en la línea iniciada por él, sin que ninguno de ellos dejara de aportar sus diferencias personales y su propia originalidad inconfundible. Los tres a su manera introdujeron la ironía o por lo menos el sentido moderno de la ironía en la poesía nicaragüense.
No se tenía conocimiento de la poesía irónica como distinta de la poesía cómica. Se diría que Octavio Rocha fue el primero que hizo poesía entre nosotros con la substancia de su ironía. Aunque no la mostraba en su trato personal --si no es, si acaso, en su silencio-- es evidente que la ironía era lo que en el fondo le sobraba en su interior. Me inclino a creer que esto era lo que más que otra cosa lo diferenciaba de Pablo Antonio Cuadra, que a mi ver siempre ha sido carente de ironía. No ha tenido siquiera sentido del humor y sin éste es difícil hacerse una imagen irónica de la vida y la gente.
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