Onofre Guevara López
Los ancianos y los adultos mayores tenemos suficientes
razones para lamentarnos de que no podremos disfrutar por mucho tiempo “el
Paraíso en la tierra”, es decir, el socialismo orteguista. Aunque, humana y moralmente, debemos
sentirnos felices por la suerte de nuestros descendientes, porque ellos ya lo viven
y lo vivirán a plenitud. Si no se han dado cuenta, es otra cosa.
Este milagroso descubrimiento lo hizo el varón
del bendecido matrimonio, mezclando sus “ritos y creencias (que) conocemos como
la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario o Señora de las Victorias”, según lo
expresó en sus mensajes de felicitaciones a don Vladimir Putin y a don Hugo
Chávez, quienes, al parecer de don Daniel, ellos ignoraban a cuál divinidad le
deben sus reelecciones.
Modesto, como son todos los bendecidos por
Dios y la Virgen, no creyó necesario aclarar a sus ilustres felicitados que
hasta hoy no ha logrado el éxito total con su fórmula –y así poder consagrarse como
constructor de paraísos en la tierra—, porque solo ha logrado fusionar “cristianismo
y socialismo” en el discurso. El elemento “solidario” no lo ha podido fusionar
con los otros dos, porque eso exige demostrar en los hechos su solidaridad con la
Constitución. Y respetar la, significaría –por arcanos del alma de las leyes—
poner en peligro la fe en “el Paraíso en la tierra”.
El jefe del bendecido matrimonio creía haber sido
todo lo solidario en todo, “con todos y todas” sus parciales, repartiendo láminas
de zinc tapagoteras, bonos solidarios y otras cosas que tapan la realidad con propaganda
que caen como goteras sobre la pobre gente. Pero nada parece eliminar las dudas.
Lo bueno es que él sigue trabajando en esa
área del humanismo “cristiano-socialista”, pues, al fin y al cabo, para eso
recibe más de 500 millones de dólares anuales de su comandante-amigo-hermano-padrino-compañero-presidente
Hugo Chávez Frías. Y en cuanto pueda hacer un ahorrito, hará más propaganda hasta
lograr negarle importancia a lo solidario constitucional, de forma tal, que le
permita hallar la fórmula del completo engaño, y que el Paraíso se quede
perdido entre “homilías” de ecléctica factura.
Su inconveniente es no haber sabido explicar a
cuál Virgen y a cuál Señora logró sacar
de entre las once mil vírgenes... o si solo hizo llegar al “casting” una Virgen,
una Señora o una Señorita. Lo que no logra confundir jamás, es la voz de su Señora
Rosario, co-artífice de sus victorias.
Aún se ignora cuánto cobra por la entrada al
Paraíso, pero se sabe que tiene socios y socias listas para, juntos, seguir dándole
cristiana sepultura al sistema electoral democrático. Y cuando logre convencer
que ser “solidario” con la legalidad del país es un lujo innecesario, todo el
mundo creerá en la existencia de su Paraíso.
Quien sabe cuándo aceptará que no existe misterio
alguno, ni es cuestión de creer o no creer: simplemente se trata de que su
régimen nunca será solidario con la institucionalidad, porque –para proteger
sus intereses materiales— está empeñado en desconocer, violar, ignorar y
marginar la Constitución que representa el orden jurídico nacional, y lo hace en
forma parcial, conjunta, inclemente y sucesiva.
Él tiene otros inconvenientes menores para cimentar
la fe en su Paraíso: aun cuando sus programas sociales tuvieran todo el alcance
territorial; cubrieran a la totalidad de la población trabajadora; ofrecieran
pleno empleo; es decir, que llegaran a satisfacer las necesidades humanas con
justicia social, educación y salud plenas –algunas de las aspiraciones de los
pueblos del mundo—, solamente sería una democracia social, pero no el Paraíso. Y
si no hay democracia paradisíaca ni con justicia social, tampoco habrá socialismo
paradisíaco sin libertades ciudadanas; respeto a los derechos democráticos de
todos; elecciones libres (no reelecciones forzadas); administración pública
transparente, etcétera.
Y como la sociedad
orteguista no llega a democracia social ni a democracia política, menos a socialismo
paradisíaco con un ecléctico discurso por ideología, no pasa de la mediocridad.
Con su religiosidad prestada; su autoritarismo rezagado; su legitimidad ausente;
y su honestidad en duda, solo seguirá produciendo zalamerías para gobernantes
generosos con su ambición. Pero los cepillazos, aunque se vistan de “verde”, con
buses y petróleo… ¡cepillazos se quedan!
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