Onofre Guevara López
La proximidad de las elecciones municipales
produce igual sensación que una fiesta cuyos anfitriones van a celebrarse así
mismos, pero ellos no tienen el prestigio que pretenden tener entre la
población, y en vano han tratado de provocar entusiasmo con sus propios
vástagos. Para colmo, amenizan su fiesta un conjunto corruptor de los ritmos
electorales, y quienes se preparan para asistir –dizque por educación cívica y
no dejar espacio vacío—, han sido objetos de sus crueles burlas desde antes de
que les cursaran las invitaciones.
Efectivamente, los ciudadanos que aspiran a ver
una elección como una “fiesta cívica”, o una disputa de contradicciones de
intereses dentro del ejercicio de la democracia, ven cómo estas elecciones han
sido privatizadas. Elecciones no menos
importantes que las elecciones nacionales, pero que han sido intervenidas por
los patronos ilegales del poder central, quienes actúan como los anfitriones de
las fiestas municipales.
Por actuar con tal actitud monopólica, los
del clan en el poder han caído en el desprestigio y, por ello, se ven en la
necesidad de provocar la bulla en torno
de la fiesta de las elecciones municipales, haciéndose acompañar de partidos políticos
empollados con sus prebendas y al calor del nido orteguist a. Luego, para
darles aspectos de organismos vivos, hasta les han permitido que lleven
candidatos muertos, a emigrantes que ignoran las elecciones y a candidatos que
ignoran que lo son.
También hay otros empollados en el nido
orteguista que hacen la bulla, como son los muchachos con características muy
propias de cierta juventud que se embulla con cualquier banalidad. Sus
características principales son: carecer de experiencia acerca de cómo es una
dictadura ni cómo es enfrentarse a ella; creer que solo se cobija bajo una dictadura
la que encarcela y asesina a los jóvenes, y no lograr advertir que encarcelar y
asesinar jóvenes no es absolutamente necesario para ser una dictadura, pues si
no los encarcelan ni los matan, les matan su futuro en libertad cuando se
violan las leyes y la Constitución que deberían normar su presente. No logran
advertir tampoco que no les están dejando un país libre, sino bajo un régimen autocrático.
Y cuando ya adultos se percaten de que haber
sido sacados de sus colegios y arrastrado para ver un pedestre juego de fútbol extranjero
(pedestre, pese a sus lujos, porque se juega a patada limpia), entonces sabrán
que eso fue el espejito que les dio el conquistador, a cambio de su dorada libertad.
Pero entonces, ya estarán viejos. Pero ojalá
que no tengan que ver morir a sus hijos luchando para liberarse de una
dictadura clara y pelada. Por desgracia,
la experiencia histórica es contraria a los
buenos deseos.
No son esas todas las consecuencias de la manipulación
ni todos los que la sufren. Hay sectores juveniles que no reciben viajecitos en
buses ni juegos en estadios virtuales, sino que tienen socialmente asignadas
otras vías para la destrucción de su futuro: las que comienzan con la falta de
un trabajo digno; generalmente sigue con la delincuencia, drogas, alcohol y
muerte. Y si no es por esa vía, les queda la vía de los problemas sociales con hambre,
injusticias y trabajo mal remunerado, casi de semi esclavo.
Como vemos, no solo a la juventud hija de
casa de los patronos del poder le están anunciando un mal futuro. A los jóvenes
de otros sectores que ignoran todo el entramado pro dictatorial, les espera las
peores consecuencias.
Los partidos dispuestos a concurrir a las
elecciones, es decir, a las fiestas patronales, bajo el argumento de que se lo
manda su conducta cívica, y para que otros no ocupen su lugar, seguirán siendo
objetos de burlas. Ni siquiera les cambiaron el conjunto que toca sólo ritmos
fraudulentos; les marginan a sus delegados en los consejos municipales y
regionales; no los dejaron salir en la foto y les volvieron anónimos a sus
candidatos a concejales.
Total, que los
preparativos de la fiesta del 4 de noviembre, están envueltos por la tristeza,
tanta, que sería adecuado adelantarla para el 2 de noviembre… si no fuera una ofensa
a la memoria de los difuntos.
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